miércoles, 16 de septiembre de 2015

Iglesia pobre y servidora

Domingo XXV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Sab 2,17-20  -  Stgo 3,16-4,3  -  Mc 9,30-37

   No basta decir: Opción preferencial por los pobres… Iglesia pobre
para los pobres… La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres
Es más importante hacer: Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente
de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las
obras, antes que por su coherencia y lógica interna (CA, 1991, n.57).

El Hijo del hombre va a morir y resucitar
   Al emprender su viaje a Jerusalén, Jesús sabe a lo que se expone.
Es por eso que desea estar a solas con sus discípulos para enseñarles
que el Reino de Dios, se hace realidad dando la propia vida: El Hijo
del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán,
y después de morir, a los tres días resucitará. Para Jesús, el triunfo
de la Vida pasa por su pasión y su muerte: Yo soy el buen pastor,
el buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10,11).
   Sin embargo, sus discípulos le escuchan pero tienen otros intereses.
Ellos esperan, no a un Mesías servidor sino a un ‘Mesías victorioso’...
ambicionan ser superiores a los demás… y ocupar puestos de honor…
Más tarde, cuando Jesús es encarcelado, todos ellos le abandonan.
Todo cambiará al recibir la fuerza del Espíritu Santo, ya no temerán
sufrir persecución, prisión y muerte por causa del Reino de Dios.
   En este contexto recordemos el testimonio del apóstol Pablo que
después de su conversión, se identifica con Jesús crucificado; sirve
al Señor y a los judíos y paganos, con ejemplar desprendimiento:
He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y pruebas
que me han causado las intrigas de los judíos.
Hice todo lo que puede ser útil para ustedes.
Les prediqué y enseñé tanto en público como en sus casas,
dando testimonio a judíos y a griegos para que se conviertan (…).
No he codiciado la plata, ni el oro, ni los vestidos de nadie.
Ustedes saben que trabajé con mis manos para conseguir
lo necesario para mí y para mis compañeros (Hch 20, 17ss).

El que acoge a un niño como éste, a mí me acoge
   Habiendo llegado a Cafarnaún y, ya en casa, Jesús les pregunta:
¿De qué hablaban por el camino? Ellos se quedaron callados,
porque habían estado discutiendo quién era el más importante.
   Jesús se sienta, llama a los Doce, y les muestra un camino diferente:
Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.
Luego, Jesús abraza a un niño, lo pone en medio de ellos y les dice:
El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.
En adelante, el centro de la comunidad no son Pedro, Santiago, Juan...
sino los insignificantes, los que no valen según los criterios humanos.
   Como se sigue despreciando a los campesinos y nativos, revisemos
la historia, y encontraremos obispos: que se expusieron totalmente,
se comprometieron hasta el fracaso, la expulsión de sus diócesis,
la prisión, la expatriación y la muerte, por sus indios violentamente
maltratados por los colonos. Sus vidas deben ser ejemplo para el
obispo de nuestra época, donde la mayor violencia la ejercen los
poderosos y, como en el tiempo de los conquistadores, “los hombres
de armas”. Por ello Bartolomé de las Casas decía “evangelización
sin armas”, lo que significa hoy: liberación no como lucha contra
la subversión, sino como humanización del injustamente tratado:
el indio, el mestizo, el campesino, el obrero, el pueblo simple, pobre,
analfabeto (E. Dussel: Historia de la Iglesia en América Latina).
   Junto al grito de los marginados y despreciados, oigamos también
el grito de la tierra, nuestra casa común, que por culpa de nosotros
la estamos convirtiendo en un inmenso depósito de porquería (LS, n.21).
Imaginemos al planeta Tierra como un avión de pasajeros. Tiene
alimento, agua y combustible limitados. El 1% viaja en primera clase,
el 5% en ejecutiva, y el 94% en clase económica…Llega un momento
en que todos los recursos se agotan. El avión planea un poco y luego
se precipita, acabando con todos los pasajeros de todas las clases.
¿Queremos este destino para nuestra única Casa Común y para 
nosotros mismos? No tenemos alternativa: o cambiamos nuestros
hábitos o iremos desapareciendo lentamente (L. Boff, 4 sept 2015).
   No basta repetir rutinariamente: Te ofrecemos, Señor, este pan
y este vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre y de la mujer.
Hace falta: -dejarnos evangelizar por los pobres… -convertirnos
-construir un mundo diferente desde los preferidos de Jesús… 
J. Castillo A.

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