jueves, 24 de septiembre de 2015

Dios no se encierra en una Iglesia (Domingo, 27 de Septiembre) -1

San Cipriano acuñó un eslogan de gran éxito en la historia de la teología: "fuera de la Iglesia no hay salvación" (extra ecclesiam nulla salus). Se trata de una afirmación de fe expresada en sentido negativo; con ella se quiso decir que los herejes, cismáticos y grupos que habían roto con la Iglesia y eran hostiles a ella se alejaban de la salvación. Ahora bien,  hubo quienes sacaron de este eslogan conclusiones que no pretendía, y lo entendieron como una proclamación de la Iglesia como camino único y exclusivo para alcanzar la vida eterna. De aquí concluyeron que es urgente extender lo más posible el alcance físico de la Iglesia, bautizando sin descanso, ya que de la incorporación recepción del bautismo dependería la salvación de todos y cada uno de los hombres. Tal convicción de que la "vida eterna" sólo podría alcanzarse por la inscripción en el libro de los bautizados llevó a muchos a posiciones fundamentalistas y fanáticas. El respeto a las otras creencias (sobre todo las más cercanas: judíos y musulmanes) perdió puntos frente a la cristiana. Las consecuencias de este modo de ver las cosas llevaron a la convicción de que la salvación del otro lo justificaba todo: imposición de la fe, inquisición, persecución de los no cristianos, etc.

¿Tiene la Iglesia el monopolio de la salvación?

Tal vez el error a la hora de interpretar la expresión de que “fuera de la Iglesia no hay salvación” estuvo en no tener en cuenta, como hemos dicho, que se estaba expresando de forma negativa el convencimiento positivo de que “por la Iglesia se llega a la salvación” (Per Ecclesiam salus). Con respecto a los que no forman parte formal de la Iglesia al no haber recibido el bautismo, el concilio Vaticano II confirma la doctrina que siempre fue oficial en la Iglesia: “Quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocidas mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (Lumen Gentium, 16). Algo así dice Jesús en el evangelio al corregir a Juan cuando pretendió hacer callar a quienes echaban demonios sin ser del grupo de los discípulos: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,39-40).

 
La Iglesia tiene como misión anunciar el Reino de Dios, pero este no se circunscribe a la Iglesia; el ser de Dios supera nuestras reducciones, y el misterio de su Reino escapa a los límites de la Iglesia institucional. El Espíritu Santo no obra sólo en unos pocos ordenados, también manifiesta su acción rompiendo las fronteras que a veces queremos imponerle: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Nm 11,29).
 
Dos reflexiones al hilo de los textos de este domingo
 
1.- En una primera parte el evangelio proclamado habla de la necesidad de ser tolerantes con los hermanos a los que consideramos ajenos a nuestro grupo: "hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros". “¡No se lo impidáis!”, responde Jesús. Ningún grupo humano tiene la patente de las buenas obras ni del Reino de Dios. Este evangelio, unido al testimonio similar de la primera lectura, nos indica hasta qué punto hemos de estar abiertos a la acción del Espíritu de Dios en el mundo, porque éste no se encierra entre barrotes institucionales, "sopla donde quiere" (Jn 3,8); su orden no coincide con el orden de la Iglesia aunque sea el mismo Espíritu el que marca el orden eclesial y la Iglesia tenga que atenerse a él.
Según el evangelio de hoy hemos de mirar con buenos ojos a  todo el  que vive los valores del Reino:  los luchan por el amor, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la paz. Y la razón para aceptarlos como de los nuestros no tiene su fuente en nuestra buena voluntad, sino en el convencimiento de que fuera de la Iglesia también obra el Espíritu de Dios y se manifiesta para la salvación de todos. No existe un terreno (el de la Iglesia) donde está Dios y otro (el mundo profano) donde no está. También en y con los cristianos anónimos está el Señor. El punto de encuentro entre los hombres no está en las instituciones y tradiciones externas sino en la presencia interior del Espíritu, en el hecho de que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios-amor (Gn 1,26-27) y el mismo Espíritu alienta nuestras vidas.

2.- En su segunda parte, el evangelio da un giro y habla de lo que verdaderamente es intolerable: el escándalo de los débiles; que alguien desde dentro de la Iglesia seduzca y conduzca al mal a personas espiritual o moralmente inseguras. El miembro de una comunidad cristina adquiere una responsabilidad muy seria ante los hermanos: debe dar testimonio de su fe con una vida digna de ella. Lo contrario es un escándalo, un anti-testimonio, que daña a la Iglesia, a los hermanos, especialmente a los más débiles. Y entre esos escándalos mencionar dos que han hecho y hacen un tremendo daño a la Iglesia de hoy y de siempre:

-Intolerable para un cristiano es el escándalo del abuso sexual de menores cuya magnitud ha salido estos años a la luz en los medios de comunicación. La misma Iglesia ha perdido perdón por ello y ha iniciado una política de tolerancia cero para estos casos de grave daño para las víctimas inocentes y escándalo para el resto del mundo. “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que cree, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” (Mc 9,42).

-El otro escándalo que mencionamos es el que pone en evidencia la carta del apóstol Santiago: el escándalo de la riqueza que engorda con el jornal defraudado al obrero y que no renuncia a su avidez (Sant 5,1-6). La maldad que supone la riqueza injusta es algo que el evangelio considera intolerable, porque no solo daña al pobre que se ve privado de lo básico para vivir (“el jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros”), sino también al rico, que acaba pudriéndose en su propia excrecencia (“Vuestro oro y vuestra plata… devorará vuestra carne como el fuego… Os habéis cebado para el día de la matanza).

Hay pues, una sana intolerancia: la que se refiere al pecado que anida en el corazón del hombre y amenaza con salir afuera y dañar la Iglesia y el Reino. En el corazón del hombre anidan los robos, avaricias, injusticias, adulterios, envidias, etc. (cf Mc 7,20) Y hay que poner los medios para que el mal no prospere; hay que cortar de raíz todo lo que nos pueda llevar a la práctica del mal, aunque las renuncias sean dolorosas (cf Mc 9, 44-47).

Conclusiones

Concluyo estas reflexiones extrayendo unas enseñanzas prácticas:
 
* Primero, que tienes que ser tolerante -me gusta más decir "abierto de corazón”; el término “tolerancia” parece tener la connotación negativa de ser algo impuesto desde fuera o desde uno mismo-, abierto a todo lo bueno del mundo, esté dentro o fuera la Iglesia. Para ser buen cristiano has de vivir abierto a los aires del Espíritu de Dios, que sopla donde quiere y como quiere, que se manifiesta en los acontecimientos de tu vida y de la de los que te rodean, y desde ahí está dándote señales de su presencia y reinado.
 
* Segundo: has de aprender a ser intolerante con cualquier manifestación del mal en el mundo; especialmente con el que puede arraigar en tu interior o en el interior de la Iglesia, porque este mal que generas en tu persona o se genera en tu comunidad, además del daño que produce todo pecado, potencia su poder destructivo con el escándalo de los más débiles.

 
El modelo a seguir lo tienes en Jesús, el justo, el pobre de Yahvé, que se salió del marco institucional de la religión judía y mostró la presencia de Dios fuera de las estructuras de la ley y el orden establecidos. Los judíos esperaban que el Mesías se manifestase en ámbitos más institucionales. ¿Cómo iban a pensar que Dios nacería en una aldea olvidada de Judea y se manifestaría en lugares ajenos a la sinagoga y el templo? No aceptaron esa libertad del Espíritu para andar libre por las calles, paisajes y paisanajes del mundo. Su libertad inaudita le granjeó la antipatía e intolerancia de quienes gustan domesticar a Dios. Por eso le mataron, porque se empeñó en enseñar que más allá de los muros del templo y de la letra de la ley hay personas; porque hizo del encuentro personal y misericordioso con el hombre la clave de la salvación; porque desacralizó el sometimiento a las clases dominantes como camino necesario para ser benditos de Dios.  Con su tolerancia, mejor con su amor, Jesús te ha salvado a ti y a todos los hombres que os acogéis a Él; lo hace exculpándoos, derrochando amor y perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
 
Casto Acedo Gómez.Septiembre 2015. paduamerida@gmail.com.

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