jueves, 1 de abril de 2021

Felicidad y cruz (Reflexión para el Viernes santo)


Hablar de cruz en los tiempos que corren es tabú, porque hablar de cruz es hablar de dolor y de muerte, realidades que escandalizan a toda persona que sacraliza el “estado del bienestar” como fin último de la existencia. La experiencia de un año de pandemia nos ha mostrado hasta qué punto se ocultan el sufrimiento y la muerte. No son realidades rentables. Mejor dejarlas en simples estadísticas, números sin rostro. Mostrar la realidad de la cruz se considera indecente, o en todo caso morboso. 

Parece una consigna de nuestra cultura: todo aquello que produzca sentimientos de pena o tristeza ha de ser tapado y borrado de la mente. Así, se ocultan las realidades que no gustan y pueden crear malestar. Y es que la posmodernidad parece obsesionada por el tema de la felicidad hasta el punto de negar el valor a todo aquello que no conduzca directamente al paraíso


Felicidad y salvación

Toda persona busca la “felicidad”, palabra talismán que poco a poco ha ido sustituyendo a la de “salvación”. Lo dijo el cardenal Ratzinger, luego Papa Bendicto XVI, allá por los años sesenta: 

“El término «felicidad» ha sustituido progresivamente, en el sentimiento y en el habla común del área teológica, al término clásico «salvación». Eso ha implicado la pérdida del fuerte sentido cósmico contenido en el concepto cristiano de salvación. Con el término «salvación» se aludía a la salvación del mundo, dentro de la cual se realiza la salvación personal. En cambio, ahora felicidad reduce el contenido de la salvación a una especie de bienestar individual, a una «cualidad» del vivir del hombre entendido como individuo; en esta perspectiva el «mundo» ya no se considera por sí mismo y globalmente, sino sólo en función individualista”.

La “salvación” es mucho más que un estado subjetivo de bienestar; tiene un sentido más global y amplio. El hombre individualista puede tener la “sensación de felicidad”, pero eso no implica que haya llegado al mundo la salvación. Sin embargo, el hombre con sentido comunitario puede vivir momentos concretos de sufrimiento, que mirados con ojos rastreros y egoístas serían motivo de desesperanza, pero desde la altura de miras de la fe adquieren un plus de sentido porque se ven en función del bienestar de los hermanos; la satisfacción personal tiene en este caso su fuente en la felicidad del otro, felicidad que se hace propia.


Jesús, el Salvador.

Algo así debió suceder a Jesús. Su sentido comunitario,consecuencia lógica de la Encarnación, debió de alcanzar un grado tan alto que su persona pasó a un segundo plano; más que a sí mismo Jesús buscó agradar a Dios Padre sirviendo a la humanidad, a sus hermanosy hermanas: por eso podemos decir que es “Salvador”, porque hizo posible un sentido nuevo para la vida: el amor en la dimensión de la cruz; en ella Jesús puso en evidencia la futilidad de la felicidad propia cuando no mira por la ajena (pecado). Los que se burlaban de Jesús crucificado dijeron: “a otros ha salvado y a sí mismo no puede salvarse!” (Mc 31). ¡Ignorantes!,  precisamente salvando a otros estaba Jesús  salvándose a sí mismo. Sólo amando se puede alcanzar el amor. 

En las actuales circunstancias de crisis –económica y de valores-, convendría que despertemos del narcotizante sueño del bienestar individual para afrontar la “salvación” de la comunidad. 

La felicidad no es posible en solitario; la realización personal es una falacia si la comunidad no crece en justicia, lo cual sólo es posible cuando cada individuo toma la cruz que le toca y la lleva hacia adelante con sentido comunitario. 

Acostumbrados a una solidaridad indolora, la pasión de Jesús, a un mundo en crisis le está gritando que la fraternidad, a menudo dolorosa,  es el camino para la felicidad común (salvación), que el auténtico estado del bienestar sólo es posible si cada cual pone al hermano antes que a sí mismo, que el mayor obstáculo a los problemas que nos acucian es el individualismo extremo que nos posee. Sin cruz, es decir, sin la molestia que supone dejar a un lado mis caprichos y mis intereses, no es posible un mundo mejor.



¿Una felicidad sin cruz? 

Uno de los mayores errores de nuestra sociedad contemporánea occidental es la ocultación de la cruz. Presumimos de educar a las jóvenes generaciones con un sentido de la realidad mucho mayor que el que nosotros tuvimos. Pero no es totalmente cierto,  porque les ocultamos el dolor y la muerte amparados en la creencia de que son hechos traumáticos que pueden dañar la sensibilidad. Así, la aceptación del dolor y el sufrimiento no forman parte de los programas educativos, y la vejez, la enfermedad y la muerte se ocultan tras los muros de asilos, hospitales y tanatorios, lejos de la mirada de la comunidad. ¿No dejan ocultado imágenes dolorosas durante la pandemia? Como si negar la realidad ayudará a superar el dolor, cuando eso solo es posible asumiendo los hechos. 

Ajenos a la existencia de todo lo molesto, nuestros niños y jóvenes parecen vivir en el país de Jauja. Queremos ahorrarles sufrimientos y con ello no hacemos sino debilitarles ante el futuro que les aguarda: competitivo, implacable, cruel, producto de una suma de egoísmos. El miedo a afrontar la realidad los llevará a querer vivir en la utopía de una infancia interminable, recurriendo para ello a todo tipo de drogas o experiencias que evadan de la realidad. 

Educar en la búsqueda de la felicidad sin cruz es un engaño. Todos los sabemos. Pero nos cuesta reconocerlo de veras, porque eso nos llevaría a cambiar de vida, a dejar atrás esas cosas en las que erróneamente hemos puesto la esperanza, y a caminar afrontando valientemente y de modo inseparable nuestros problemas y  los de nuestros hermanos.



La señal del cristiano

La cruz es para el cristiano el signo de su propia realidad mirada con ojos de amor. “El que quiera venirse conmigo que cargue con su cruz -su vida, su realidad personal y social- y me siga”, dice Jesús (Mc 8,34). La cruz es camino de salvación, y también de felicidad personal, siempre que ésta se supedite a aquella y no al revés. Además, la cruz pone en evidencia la mentira sobre la que se construye nuestro mundo. Avaricia, soberbia, envidia, lujuria, gula, inacción y violencia, son algo omnipresente en nuestra sociedad de consumo y bienestar personal, ídolos que nos seducen con su enorme atractivo y nos esclavizan haciéndonos dependientes. 

Cuando un seguidor o seguidora de Jesús se muestra dispuesto a “resistir”, a no rendirse ante los envites del consumo y la insolidaridad, cuando se desafecta de la avaricia, la soberbia y las demás seducciones, los cimientos corruptos de nuestra sociedad comienzan a ceder; entonces, los banqueros y los aseguradores, los promotores del consumo y los manipuladores, los estilistas y diseñadores de moda, los cocineros de diseño y los perfumistas sofisticados,… entran en crisis, ¡bendita crisis que puede ser la salvación de todos! Asumida la realidad de la cruz, la “resistencia” a los envites (tentación) del mal, con la ayuda de Dios, puede alcanzar el objetivo de un mundo más justo y mejor. Aquí y más allá.
Cuando el Viernes Santo adoramos la cruz, no estamos endiosando al dolor. Propiamente la cruz es una metonimia, tropo literario que consiste en tomar el efecto por la causa; la causa de la muerte Jesús fue el odio del hombre y el amor de Dios que no responde a sus crímenes con la venganza, el efecto fue la victoria sobre los que quisieron doblegar la voluntad de vida y justicia de Jesús. 

En la cruz, pues, adoramos a Aquel al que ni el dolor ni la muerte fueron capaces de torcer en su voluntad de justicia y bienestar para todos los hombres. Adorando la cruz (propiamente, al Crucificado) manifestamos nuestra voluntad de resistencia a todo y a todos los que quieren secuestrar nuestra libertad con promesas de una felicidad indecentemente indolora. Adorar la cruz es decir sí a la vida, aunque nos cueste la misma vida. “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. (Mc 8,35).

Casto Acedo. Abril 2021paduamerida@gmail.com.

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