jueves, 15 de abril de 2021

Jesús, primer catequista (18 de Abril. 3º Pascua B)

  


"¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?
Por es, haz brillar sobre nosotros
el resplandor de tu rostro" (Sal 4,7-8).

Una de las imágenes más bellas de la Pascua es la que la define como paso de las tinieblas a la luz. Vivir la Pascua es eso: abandonar la ceguera, salir de la ignorancia, despertar, descubrir el velo que cubre la verdad, y contemplar a Dios cara a cara, verlo, sentirlo; “entrar en su relación” como un tú (yo) frente a otro Tú (Él). La Pascua es contemplar el resplandor del rostro del Otro (Dios), verlo en la luz cegadora que es, porque a Dios no le podemos ver por falta de luz sino por exceso.

Eso es lo que vieron los discípulos: el rostro resplandeciente de Dios en Jesús resucitado; y tuvieron miedo, temor, pero su temor se transformó en gozo cuando el mismo Dios iluminó con la Palabra su experiencia.

Contar tu experiencia Pascual

"Contaban los discípulos lo que les había acontecido por el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan" (Lc 24,35). Así termina la narración del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, esos dos que iban de vuelta de Jerusalén y tuvieron la suerte de que Jesús les saliera al encuentro alentándolos con su palabra y dándoles el golpe definitivo de conversión con la Eucaristía: “Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24,30-31).

Ellos habían interpretado la muerte de Jesús con sus parámetros mentales y Jesús resucitado, saliéndoles al paso, cambió su percepción de las cosas. A partir de entonces miraron al mundo desde Dios. Con esa nueva perspectiva sus sentimientos de frustración y profunda tristeza también dieron un vuelco, hasta el punto de que su "ir de vuelta", su desconfianza-descreimiento, se convirtió en regreso a la confianza, a la alegría, a la fe, a la plenitud.

Los de Emaús contaban a los demás discípulos lo que les había pasado por el camino, y “mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros” (Lc 24,36). La narración de la experiencia de encuentro con el Resucitado hace presente al mismo Resucitado a la comunidad: “mientras hablaban se presentó Jesús”. Al exponer su experiencia de fe, las palabras de los conversos hacen presente a Aquel al que predican.

¡Qué importante es que también nosotros contemos lo que nos ha sucedido con Jesús! Porque al hacerlo se hace presente nuevamente.  Si de veras te has encontrado con el Señor Resucitado, debes hacerlo saber a los que, aún incrédulos y desconfiados, se han quedado en el Viernes Santo. Al relatar tu experiencia no sólo se benefician los que te escuchan en actitud de fe; también tú revives la Luz que en su momento te alumbró y vas profundizando cada vez más en el Misterio de la Resurrección.

Desde ahora estás llamado a salir también tú, como el Resucitado, al encuentro de los que vuelven desengañados o están encerrados en su desolación. En una palabra: tu experiencia Pascual, si es auténtica, te concierne tanto que de ella misma nace tu “necesidad” de contarlo; y si no es así, deberías revisar la sinceridad de tu fe.


Jesús, primer evangelizador  y catequista

Jesús calma a los suyos mostrándoles su humanidad, su cercanía. “Soy yo en persona, el que estuvo con vosotros y caminó por las tierras de Galilea, Samaria y Judea, el mismo que se reunió y cenó con vosotros el Jueves Santo en el cenáculo, el mismo que murió en la cruz".  

"¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Por qué has tenido que morir? ¿Cómo has podido volver a la vida? ¡Nosotros mismos te dimos sepultura!". Las dudas y preguntas se agolpan en la mente y el corazón de los discípulos.

Y Jesús responde. Jesús, primer catequista, partiendo del impacto inicial, y yendo más allá, ilumina la experiencia de conversión, educa a los suyos para comprender los misterios de Dios. "Les abrió el entendimiento para comprender las escrituras" (Lc 24,45). “Y les dijo: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí, tenía que cumplirse” (Lc 24,44). 

Igual que a los de Emaús, Jesús explica a los discípulos reunidos en Jerusalén lo que sobre él estaba escrito, para que comprendan los designios amorosos del Padre, para que vean y acepten que Él ha muerto por ellos a fin de liberarlos y liberar a la humanidad del pecado que les ata. Les dice que “sus heridas nos han curado”, que “soportó el castigo que nos trae la paz” (Is 53,5), y por eso puede darnos ahora esa paz que supera todo don: “Paz a vosotros”, dice Jesús (Lc. 24,36).

Jesús es el primer evangelizador y catequista, y hoy nos enseña qué es ser catequista. Primeramente experimentar la Pascua, vivir con Él el paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la tristeza a la alegría, de la inquietud a la paz. Luego, catequizar es transmitir a los demás el propio cambio, la transformación sufrida, dando razón de que el giro de sentimientos y de visión mueva de las cosas se debe a una intervención divina. 

Un  catequista no es sino aquel que cuenta a otros su experiencia de Dios interpretada a la luz de la Palabra. Todo bautizado, toda persona que ha recibido la gracia de la Pascua,  discípulo de Jesús, todo padre de familia cristiana, es llamado a catequizar, a no guardarse para sí mismo lo que ha recibido de Dios.  


La misión comienza por los de casa.

Las apariciones del resucitado, la experiencia mística del encuentro con Dios vivo, apunta al anuncio de la Pascua a todos los pueblos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,46-47). Hermosa y difícil tarea, porque también va a exigir a los predicadores la misma entrega y los mismos padecimientos que vivió y sufrió el predicado.

También será una exigencia añadida el hecho de que el anuncio se ha de hacer “comenzando por Jerusalén”, por los de casa, por los que normalmente creen que ya están convertidos, por los que ya han adquirido la seguridad de la salvación (empezar, si es preciso, por uno mismo:“si alguno se cree seguro, cuidado no caiga”, 1 Cor 10,12, dice san Pablo). 

Los más seguros de su fe, los más fanáticos, eran entonces los judíos; no olvidemos que Jesús era judío y los suyos fueron los primeros en poner trabas a la Palabra porque se creían en posesión de la doctrina auténtica; Pablo de Tarso, todavía no converso, era uno de ellos. La Iglesia comenzará su tarea en Jerusalén, donde sufrirá las primeras incomprensiones y persecuciones; en esa ciudad tendrá los primeros mártires: Esteban y Santiago.

El cristiano auténtico,  el que ha encontrado a Jesús en el camino de su vida, está llamado a dar testimonio de Él. Tú mismo, con y a pesar de tus miedos y tu inseguridad, has sido y eres llamado hoy a misionar, a catequizar, a dar razón de tu Pascua –tu paso de las tinieblas a luz- a los hombres.

¿Cómo? Primeramente haciendo tuyo el mandamiento del amor (cf 1 Jn 2,3-6), y desde al amor denunciando la injusticia del pecado y anunciando a toda persona que encuentres que Dios te ha dado en Jesús las claves necesarias para edificar el mundo justo -terrenal y celestial- que esperamos: “Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matásteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos” (Hch 3,14-15). "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Sal 117,22). No tengas miedo de anunciar el mensaje de la Pascua con Pedro y como Pedro (con y como Iglesia).

Casto Acedo. Abril 2021. paduamerida@gmail.com.

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