miércoles, 31 de julio de 2019

El peligro de la avaricia

18º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ec 1,2.  2,21-23  -  Col 3,1-5. 9-11  -  Lc 12,13-21

   Mientras Jesús sigue enseñando, un hombre se acerca y le dice:
Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
   Jesús rechaza intervenir en asuntos familiares de herencia.
Pero, al narrar una parábola va a la raíz del problema: la avaricia,
pues hay personas que buscan tener más, echando a perder su vida.

La avaricia rompe la fraternidad
   Jesús conoce los abusos que comenten los terratenientes en Galilea.
Su avaricia no tiene límites: despojan a los campesinos de sus tierras,
los explotan y, en vez de compartir con ellos los frutos de la tierra,
construyen nuevos y grandes graneros para amontonar sus cosechas,
son unos egoístas, viven para: descansar, comer, beber, disfrutar
   Hoy, ante la ambición de personas privadas y de entidades públicas,
examinemos nuestra manera de vivir, a la luz de los siguientes textos:
*Los guardianes de mi pueblo están ciegos, no se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar.
Se pasan la vida echados y soñando, les encanta dormir.
Son perros hambrientos que nunca se llenan.
Son autoridades que no entienden nada, cada uno sigue su camino,
solo buscan sus propios intereses (Is 56,10s).
*Los sacerdotes no me buscan, dice el Señor.
Los maestros de la ley no me reconocen.
Las autoridades se rebelan contra mí.
Los profetas hablan en nombre de Baal (una divinidad antigua),
siguiendo a ídolos que no sirven para nada (Jer 2,8).
*Renunciamos a ser llamados de palabra o por escrito
con nombres y títulos que indican grandeza y poder
(Eminencia, Excelencia, Monseñor).
Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre (…).
Evitaremos fomentar o adular la vanidad de nadie con la intención
de recomendar o solicitar dones (Pacto de las Catacumbas, nov 1965).

Necio, ¿para quién será lo que has amontonado?
   Jesús de Nazaret que vive pobre entre los pobres,
no tiene reparos en denunciar -llamando necio- a aquel terrateniente;
y le pregunta: ¿Para quién será lo que has acumulado?
   En nuestros días, los que amontonan oro y plata,
no solo destruyen la madre tierra, nuestra casa común,
sino que pisotean los derechos más elementales de los trabajadores.
Son hombres y mujeres con mucho poder económico y político.
Denunciarlos, ayer y hoy, tiene un costo: persecución… muerte…
Sin embargo, el pequeño rebaño de Jesús no debe permanecer mudo.
   A quienes: -prefieren el individualismo, y no lo comunitario…
-dan culto al dios-dinero”, en lugar de servir al prójimo…
-buscan el placer egoísta, en vez de dar vida a los necesitados…
Jesús -el Profeta de Nazaret- les hace estas serias denuncias:
*Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo (Lc 6,24ss).
*Un empleado no puede estar al servicio de dos señores (…).
Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas (Lc 16,13).
Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios!
Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el Reino de Dios (Lc 18,24s).
   Sin embargo, Jesús que vino a salvar lo perdido nos sigue diciendo:
El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio.
Recordemos que tratándose del joven rico, Jesús dice a sus discípulos:
Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lc 18,27).
   Acaparar riquezas materiales es una tentación generalizada,
incluso muchas personas pobres sueñan ser como los ricos.
Ojalá los ricos cada vez más ricos, a costa de la miseria de los pobres,
reflexionen en la siguiente denuncia que está en la carta de Santiago:
¡Oigan esto, ustedes los ricos!
¡Lloren y griten por las desgracias que van a sufrir!
Sus riquezas están podridas. Sus ropas están apolilladas.
Su oro y su plata se han oxidado y eso atestigua contra ustedes.
Han amontonado riquezas en estos días, que son los últimos.
El salario que no han pagado a los que trabajaron en sus campos,
clama contra ustedes y ha llegado a los oídos de Dios misericordioso.
Ustedes han llevado en la tierra una vida de lujo y placeres,
han engordado como ganado y se acerca el día de la matanza.
Han condenado y asesinado al inocente indefenso (Stgo 5,1-6).
J. Castillo A.

miércoles, 24 de julio de 2019

Señor, enséñanos a orar

17º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Gen 18,20-32  -  Col 2,12-14  -  Lc 11,1-13

   En la vida de Jesús, la oración ocupa un lugar fundamental,
recordemos que en medio de tantas actividades, Jesús se retira a orar.
   Por eso, cuando sus discípulos le dicen: Señor, enséñanos a orar,
Jesús responde enseñándoles la oración del Padre Nuestro,
que se puede resumir en dos frases: Amar a Dios y amar al prójimo.

Cuando oren digan: Padre
   El alimento de Jesús es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34).
Recordemos que la primera palabra del joven Jesús es Padre:
Debo de estar en la casa de mi Padre (Lc 2,49).
Y antes de morir crucificado, invoca al Padre diciéndole:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).
Desde esta experiencia, Jesús nos enseña: amar a Dios nuestro Padre,
y a imitarlo en su bondad, en su misericordia, en su compasión: 
Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes (Lc 6,36).
   Para invocar a Dios no necesitamos: dinero, templos, ceremonias...
cualquier lugar y cualquier momento son buenos para orar.
Supliquemos a Dios, como hacen los pobres que se acercan a Jesús:
-Señor, si quieres puedes sanarme… (Lc 5,12-16).
-Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros… (Lc 17,11-19).
-Jesús, hijo de David, ten piedad de mí…Haz que vea…(Lc 18,35-43).
   Ahora bien, si somos hijos de un mismo Padre (filiación),
debemos vivir y amarnos como verdaderos hermanos (fraternidad).
Sin embargo, ¿seguimos al Profeta de Nazaret que se preocupa:
por sanar a los enfermosy alimentar a los hambrientos…?
¿Por qué damos más importancia a nuestras tradiciones y costumbres,
dejando de lado el llamado de Jesús que nos dice: Ven y sígueme?
   Ante los graves problemas que tenemos: corrupción, narcotráfico,
contaminación de la tierra, explotación de los nativos y campesinos…
al invocar: Padre, venga a nosotros tu Reino, comprometámonos:
por la verdad y la libertad, la justicia y la paz, el amor y la vida.

Danos cada día el pan que necesitamos
   Jesús no vive indiferente ante el grave problema del hambre.
Es por eso que nos enseña a orar: Padre, danos el pan de cada día.
Al respecto, sigamos reflexionando en los siguientes textos:
*María, la madre de Jesús, alaba a Dios diciendo:
Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles (…).
Derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes.
Colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1).
*Jesús, al proclamar las bienaventuranzas, exclama:
Felices los que ahora tienen hambre, porque serán saciados (Lc 6,21).
*Al ver a más de cinco mil personas, Jesús dice a sus discípulos:
Denles ustedes de comer. Todos comieron hasta saciarse (Lc 9,10ss).
*A un jefe de los fariseos que le ha invitado a comer, Jesús le dice:
Cuando des una comida, invita a los pobres, mancos, cojos, ciegos;
y tú serás feliz porque ellos no pueden pagarte (Lc 14,13s).
*La situación del hijo menor, la encontramos actualmente
en aquellas personas que buscan en la basura algo que tenga valor:
Deseaba llenarse el estómago con lo que daban a los cerdos,
pero nadie le daba nada (Lc 15,16).
*Sobre el abismo que hay entre ricos y pobres, Jesús nos dice:
Había un hombre rico que vestía con ropa fina y ofrecía banquetes.
Echado a la puerta del rico estaba un pobre llamado Lázaro,
cubierto de llagas, quería saciarse con lo que caía de la mesa del rico
y hasta los perros iban para lamerle sus heridas (Lc 16,19ss).
*Habiendo anunciado el Reino de Dios, Jesús celebra una cena y dice:
Cuánto he deseado comer con ustedes esta cena Pascual (Lc 22,15).
   Para vivir dignamente, todos necesitamos el pan de cada día,
y -en lugar de acaparar- movidos por el consumismo egoísta,
hace falta compartir lo nuestro con las personas necesitadas.
*Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable
y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar
una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias por ello?,
¿no se indignará más bien contigo? (S. Juan Crisóstomo, 350-407).
*¿Puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? (Is 49,15).
*¿Puede un padre dar una piedra cuando su hijo le pide pan?
¿O darle un alacrán cuando le pide un huevo?
Si ustedes siendo malos, dan cosas buenas a sus hijos,
cuánto más el Padre les dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden.
J. Castillo A.

miércoles, 17 de julio de 2019

Acoger y escuchar a Jesús

16º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Gen 18,1-10  -  Col 1,24-28  -  Lc 10,38-42

   Cuando la indiferencia se va generalizando en nuestra sociedad,
hacen falta personas que acogen a los forasteros, a los migrantes
como Marta: Acoge en su casa a Jesús que va de viaje a Jerusalén.
   También, cuando vivimos prisioneros de un activismo agotador,
necesitamos detenernos y -en el silencio- dar sentido a nuestra vida.
Eso hace María: Sentada a los pies de Jesús, escucha sus palabras.
   Se trata de escuchar y practicar el mensaje de Jesús, unidos a Él.

Marta acoge a Jesús en su casa
   Con este gesto de acogida, Marta -igual que el samaritano-
hace de Jesús su prójimo, le da hospitalidad, se preocupa de Él;
y, como buena ama de casa, realiza muchas tareas. 
   En aquel tiempo, la situación de las mujeres era muy lamentable.
Viven como esclavas de sus esposos. Ignoran las Sagradas Escrituras.
Constantemente son sospechosas de impureza ritual
y, por eso mismo, son marginadas por la religión y por la sociedad.
Además de ser valoradas solo como instrumento de fecundidad,
están obligadas a realizar todas las tareas del hogar.
   Marta, agotada por tanto trabajo, se acerca a Jesús y le dice:
Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola para atender?
Dile que me ayude.
¿Pedir ayuda para someter al prójimo a vivir de prisa y sin tiempo?
¿Quiénes sacan provecho de tantas propagandas superfluas?
¿No será mejor vivir de una manera más sencilla?
   La respuesta de Jesús es sorprendente: No critica su acogida,
tampoco pone en duda la importancia de las tareas que hace.
Pero Jesús no quiere ver personas esclavas, nerviosas, inquietas.
Por eso, repitiendo cariñosamente su nombre, le dice con simpatía:
Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas
   Necesitamos ordenar nuestra vida, como hace su hermana María:
postergar lo secundario, elegir lo importante, buscar la paz interior.

María escucha las palabras de Jesús
   Jesús busca liberar a las mujeres esclavizadas por el trabajo diario,
y acepta que María, sentada a sus pies, escuche sus enseñanzas;
de esta manera, rompe los esquemas machistas de escribas y fariseos.
Sentarse a los pies, es el gesto del discípulo con relación a su maestro,
así lo dice Pablo: He sido educado a los pies de Gamaliel (Hch 22,3).
   Examinemos el lugar que ocupa la Buena Noticia y obras de Jesús
en nuestra vida personal, en la familia y en nuestras comunidades.
No vaya suceder que damos más importancia a ceremonias religiosas,
dejando de lado la voz del Padre que nos sigue diciendo:
Éste es mi Hijo amado. Escúchenle (Lc 9,35).
   Examinemos también si formamos discípulos/as como hace Jesús:
Mientras camina por ciudades y pueblos,
anuncia la Buena Noticia del Reinado de Dios.
Le acompañan los Doce apóstoles, y también varias mujeres (…),
que les atienden con sus bienes (Lc 8,1-3). Ciertamente,
se trata de las mujeres discípulas en la vida pública de Jesús.

Escuchar las palabras de Jesús y ponerlas en práctica
   Para nosotros, escuchar las palabras de Jesús es fundamental,
siempre y cuando las practiquemos, como dice el mismo Jesús:
Quien escucha mis palabras y las pone en práctica,
se parece a uno que construye su casa (…) sobre la roca.
En cambio, el que escucha mis palabras y no las pone en práctica,
se parece a uno que construye su casa sobre la arena (Lc 6,46ss).
   Sigamos reflexionando en el mensaje del Evangelio de hoy,
teniendo presente el ejemplo de las primeras comunidades cristianas:
Los Doce apóstoles reúnen a todos los discípulos y les dicen:
No es justo que descuidemos el anuncio de la Palabra de Dios,
para servir a la mesa (distribución diaria de alimentos a las viudas).
Hermanos, elijan entre ustedes a siete hombres de buena fama,
llenos del Espíritu Santo y de prudencia, para encargarles esa tarea.
Nosotros seguiremos orando y anunciando la Palabra de Dios.
Todos aprueban la propuesta y eligen a siete diáconos (Hch 6,1ss).
   Por su parte, San Juan Crisóstomo (349-407) nos dice:
Al volver a tu casa prepara dos mesas: una la de los alimentos,
la otra de la Sagrada Escritura (…) para que tus hijos la escuchen.
Así harás de tu casa una Iglesia (Homilía sobre Gen 6,2).
J. Castillo A.

miércoles, 10 de julio de 2019

Anda y haz tú lo mismo

15º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Dt 30,10-14  -  Col 1,15-20  -  Lc 10,25-37

   Mientras un doctor de la ley le pregunta para ponerlo a prueba,
Jesús de Nazaret aprovecha esta ocasión para: narrar una parábola,
denunciar: a los ricos, a los poderosos, a los funcionarios del templo,
y anunciar un camino de solidaridad: hacernos prójimo del enfermo.

Asaltan a un hombre y lo dejan medio muerto
   Aquel hombre, asaltado y abandonado, es un desconocido.
Dada la gravedad de sus heridas, no puede valerse por sí mismo.
A medida que pasa el tiempo siente que la vida se le escapa.
Solo la compasión de alguien de buena voluntad podrá salvarlo.
   Hoy, ¿quiénes roban, hieren y abandonan a sus víctimas?
¿Es justo que un alto funcionario estatal gane en un día,
lo que un pobre trabajador o una trabajadora gana durante un mes?
¿Los ricos perciben que son responsables de tantos emigrantes?
   Ante estas y otras interrogantes, escuchemos a nuestros obispos:
América Latina se encuentra (…), en una situación de injusticia
que puede llamarse violencia institucionalizada (…).
No hay que abusar de la paciencia de un pueblo
que soporta durante años una condición
que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia
de los derechos humanos (Doc. de Medellín, 1968, 2 La paz, n.16).
   Sobre los funcionarios del templo que no hacen nada por el herido,
el Papa Francisco (en Lampedusa, sur de Italia) dice lo siguiente:
Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto:
-Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna.
-Hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del levita,
de los que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano (…).
En este mundo de la globalización
hemos caído en la globalización de la indiferencia.
Nos hemos habituado al sufrimiento del otro: -no nos concierne,
-no nos importa, -no es asunto nuestro (Homilía, 8 julio 2013).

¿Quién se hace prójimo del hombre herido y abandonado?
Sigamos el ejemplo de Jesús, el Buen Samaritano, que -hoy- nos pide:
   *Salir a los caminos para encontrar a la persona necesitada:
Cuando los sabios de Oriente ven la estrella, se alegran.
Luego, entran en la casa y ven al niño con María, su madre;
y arrodillándose le rinden homenaje.
Abren sus cofres y le ofrecen: oro… incienso… mirra… (Mt 2,1-12).
   *Sentir compasión hasta que se remuevan nuestras entrañas:
Cuando el hijo menor todavía está lejos, su padre lo ve,
se le remueven las entrañas y corre a abrazarlo (Lc 15,20).
   *Aproximarnos, hacernos prójimo del que sufre:
Un enfermo de lepra se acerca a Jesús, se arrodilla y le suplica:
Señor, si quieres, puedes sanarme. Jesús le toca con la mano y dice:
Quiero, queda sano. Al instante aquel hombre queda sano (Mt 8,2s).
   *Visitar y sanar a la persona enferma:
Jairo, jefe de la sinagoga, se arrodilla a los pies de Jesús,
y le ruega para que vaya a su casa,
porque su hija única de doce años, se está muriendo (…).
Al llegar a la casa, Jesús exclama: Muchacha, levántate (Lc 8,40ss).
   *Detenernos para ayudar al herido abandonado:
Mira mis manos y toca mis heridas.
Extiende tu mano y palpa mi costado.
En adelante, no seas incrédulo, sino persona de fe (Jn 20, 27).
   *Compartir lo que tenemos con la persona que tiene problemas:
Padre nuestro (…). Danos hoy el pan que necesitamos (Mt 6,9-13).
   *Tener la capacidad de ver al que tiene hambre de Dios y de pan:
Al desembarcar y ver a tanta gente, Jesús se compadece, les enseña,
y dice a sus discípulos: Denles ustedes de comer (Mc 6, 30-44).
   *Acoger a los insignificantes que sufren injustamente:
Tengo hambre y me das de comer. Tengo sed y me das de beber.
Soy forastero y me acoges. Estoy desnudo y me das ropa.
Estoy enfermo y me sanas. Estoy encarcelado y me liberas (Mt 25).
   *Transformar nuestra realidad junto con otros:
Ustedes no me eligieron a mí, soy yo quien les elegí a ustedes,
y les he encargado para que vayan y den mucho fruto (Jn 15,16).
   *Liberar al oprimido y al opresor, para vivir como hermanos:
Amen a sus enemigos, y hagan el bien sin esperar nada a cambio…
Sean compasivos como es compasivo el Padre (Lc 6,35s).
J. Castillo A.

El buen samaritano (14 de Julio)

  
 
Suelo acercarme a cualquier texto bíblico haciéndome tres preguntas básicas: ¿Qué me dice el texto sobre Dios? (Teología) ¿Qué aprendo sobre mí y mis hermanos? (Antropología) Y ¿qué me exige? (Moral). E indudablemente, la parábola de El buen samaritano (Lc 10,30-35), es muy rica no sólo porque nos enseña cómo hemos de actuar ante el prójimo necesitado, sino también por lo que nos enseña sobre el ser de Dios y el ser del hombre.
 
1. Dios
 
Lo más habitual es que tengamos a hacer una lectura moral de esta parábola. Y no cabe duda de que la enseñanza de Jesús va directamente a ello: "¿Quién es mi prójimo? ... El que practicó la misericordia ... ¡Anda y haz tú lo mismo!".   Pero la tradición de la Iglesia admite también otras lecturas, como la que hace Orígenes en su comentario al evangelio de san Lucas. 
Se trata de una lectura alegórica en la que el samaritano es identificado con Jesucristo, o sea, con el mismo Dios encarnado. Desde esta perspectiva  puedo sacar enseñanzas más teológicas que morales, y dichas enseñanzas me servirán para encontrar una causa, un por qué, un motivo y sentido para mi deseo de ser buen samaritano. Así dice Orígenes:

"El hombre que baja representa a Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los salteadores las potencias enemigas, el sacerdote a la Ley, el levita a los profetas y el samaritano a Cristo. Las heridas son la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor, la posada abierta a todo el que quiera entrar simboliza a la Iglesia. Además, los dos denarios representan al Padre y al Hijo; el posadero al jefe de la Iglesia encargado de su administración; en cuanto a la promesa hecha por el samaritano de regresar, figuraba la segunda llegada del Salvador" 

Orígenes comenta entonces abundantemente este texto, subrayando el eje cristológico de la parábola. Recuerda que los judíos en el evangelio de Juan dijeron a Jesús: «Tú eres un samaritano y poseso del demonio». Ve también en la cabalgadura una alusión a la encarnación: la cabalgadura es el cuerpo del señor, que «se dignó asumir la humanidad, y llevar nuestros pecados»... «Este guardián de nuestras almas se mostró realmente más cercano a los hombres que la Ley y los profetas, teniendo misericordia del que había caído en manos de los salteadores y fue su prójimo no tanto en palabras como en actos». (cf ORIGENES, Hom. in Lucam: SC 89, Cerf, Paris 1962,403-409
)
 
 Siguiendo esta interpretación de Orígenes, aprendo  que Dios es y se revela encarnándose como buen samaritano que tiende la mano al hombre derrotado. Dios Padre, viendo como el pecado se había apoderado de la humanidad dejándola malherida, viendo mi pecado, se compadece de mí y envía a su Hijo Jesucristo (cf 1 Jn 4,7; Gal 4,4-7) que me ha curado con sus sacramentos (el vino y el aceite), carga conmigo y me ha traído a la posada de su Iglesia, donde sigo siendo atendido por los ministros y los demás hermanos mientras esperamos en comunidad  su vuelta.
 
 El buen samaritano, pues, es Jesús, Dios hecho hombre, que se detiene ante el pobre, cura a los enfermos y sana las heridas de los pecadores. Dios se ha preocupado por mí,  ha lavado mi pecado en el Bautismo, me ha puesto en su Iglesia, donde me sigue cuidando con sus sacramentos, especialmente alimentándome con la Eucaristía. El Dios de Jesucristo, mi Dios, es compasivo.
 
2. Yo mismo

También la parábola del samaritano me enseña algo sobre el hombre, sobre mí mismo, porque desenmascara mi condición pecadora poniendo en evidencia mis argucias más o menos conscientes para dar la espalda a la realidad del sufrimiento ajeno.

Yo soy, como casi todos los hombres, un levita que ha hecho de su vida cristiana una cuestión de leyes y doctrinas (credo). Mientras discuto sobre las cualidades de Dios, sobre los términos más adecuados para referirse a la Trinidad, sobre dónde están los límites o los matices morales de tal o cual situación, mi hermano se desangra a mi lado. Soy parte de un mundo enfermo, mentiroso, que predica la solidaridad mientras  contempla impasible el sufrimiento de millones de personas del tercer y cuarto mundo, es "la globalización de la indiferencia", en palabras del papa Francisco; estamos más cerca de la indiferencia del escriba y el fariseo que de la solidaridad del samaritano.  


Sentada en su cátedra, nuestra sociedad hace  del racionalismo y de los análisis psicológicos, sociológicos y económicos, la vaca sagrada que lo arregla todo sobre el papel y justifica la inacción esperando que comiencen a compartir los otros. Tiempos de voluntad débil. Dando un sutil rodeo  retórico justificamos lo injustificable alejándonos de los lugares donde se encarna el sufrimiento. Nuestra actitud de falsos sacerdotes (a Dios rogando y con el mazo dando) y orgullosos levitas (políticos de oficio)  pone al descubierto la hipocresía de nuestra civilización.

Cuentan que algún intelectual de izquierdas acusó en su día a la madre Teresa de Calcuta de dedicarse a poner parches a la herida de la pobreza pasando por alto el análisis detallado de sus causas y la consiguiente lucha contra ellas; y dicen que ella, con su habitual sabiduría respondió: «Mientras vosotros (los políticos, los hombres de letras) buscáis soluciones al problema -algo por su parte muy digno- yo me dedicaré a recoger moribundos y a salvar las vidas de los niños que son arrojados a la basura». Buena samaritana que comprendió que Dios se hace “prójimo” en los pobres (más técnicamente dicho: comprendió que el pobre es lugar teológico, sacramento de Dios).

La parábola del samaritano bueno no sólo pone en evidencia a la sociedad, también, particularizando, desenmascara al falso “hombre religioso”, el hombre sacerdotal que me habita y reduce mi vida espiritual a rito. Mientras presumo de dedicar tiempo a la oración, mientras me angustio por cumplir puntualmente con mis ayunos y abstinencias, y mientras hago de los pequeños detalles de la liturgia una cuestión de vida o muerte, me olvido de los problemas que oprimen a aquellos con los que vivo. Como el sacerdote de la parábola, dando un rodeo litúrgico justifico mi indiferencia ante el sufrimiento ajeno.

Es curioso que en las parroquias andemos más preocupados por horarios de misas, rúbricas, modos de celebración o devociones, que por el hecho de que no haya comunión entre los parroquianos. Es mal síntoma que encontremos fácilmente colaboradores para la liturgia y la catequesis –aunque para esto cada vez con más dificultad-, pero resulta más dificultoso encontrar colaboradores para una Caritas liberadora que se baje de la cabalgadura, se detenga ante el pobre, lo sane, cargue con él y le lleve a la posada para que tenga una vida digna. Dedicar tiempo al pobre no es humanamente tan gratificante como subir al presbiterio en una celebración solemne, o recibir parabienes al final de un proceso catequético bien llevado, pero "si no tengo amor no soy mas que un metal que resuena o un címbalo que aturde" (1 Cor 13,1), si olvido la caridad no habré entendido nada.


3. Mi Dios, mi prójimo
 
Nos falta mirar el evangelio de hoy desde la perspectiva moral: ¿Qué me exige la parábola del samaritano? Lo primero: un cambio de mentalidad en mi concepto de Dios. La conducta del ser humanos para con el prójimo depende mucho de su imagen de Dios. Solemos tener una imagen más o menos opresora de Él. Pero si el mandamiento principal de la ley de Dios es “amar a Dios” y “amar a tu prójimo”, la única imagen de Dios que puede armonizar ambos mandamientos es el amor y la bondad. Dios es “amor en acto”.

También debo matizar mi idea de prójimo, que es cualquiera que está cerca de mí y tiene una necesidad (cualquier necesidad); ahora bien, la proximidad no se mide por los metros sino por la capacidad de aproximación solidaria a las víctimas. “No se trata saber quién es mi prójimo sino de (saber) si yo soy capaz de mostrarme como prójimo” (Bernard Sesboüe). El prójimo es “el que practicó la misericordia con él”. Ponerme de parte de las víctimas me hace “prójimo”, me convierte en sujeto moral y responsable, me hace más humano. No hay más “humanidad” que la que se compadece del sufrimiento de todos.

El comportamiento del samaritano pone ante mis ojos el hacer de Dios, que es misericordia; "el mirar de Dios es amar", dice san Juan de la Cruz. Esta es la primera lección que me da el evangelio de este domingo: Dios es amor, y el que le conoce es porque lo ha sentido así; como un Dios buen samaritano que, compadecido de su desdicha se le ha acercado y le ha sanado. Un Dios “prójimo” que se revela en la acción: curando heridas.

Si esto es así, si Dios es amor; y si he sido creado "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,27), he de asumir que mi ser original -mi identidad antes de ser herido por el pecado- es también amor. Sólo amando puedo recuperar el paraíso perdido donde vivir en armonía con Dios y con el prójimo:
- viviendo en el amor  llegaré al conocimiento de Dios,  “quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,9);
-al amar me conozco a mí mismo en mi ser más profundo, porque he sido creado para amar, y solo amando soy yo mismo, me encuentro conmigo, vivo centrado en mi ser; cuando no amo no sólo me alejo de Dios y del prójimo, también  estoy descentrándome, abandonándome, perdiéndome a mí mismo.
-y también amando conoceré a mi hermano, porque el amor me acerca al verdadero conocimiento del prójimo, al que veo y siento como hermano. 

 
* * *
Dios se ha cruzado en tu camino, Jesucristo es el buen samaritano en el que puedes ver a Dios y te puedes ver a ti mismo, síguele; no busques excusas ni en tus filosofías ni en tus rezos, Él “pasó haciendo el bien curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). “Anda, ¡haz tú lo mismo!” (Lc 25,37).

 Casto  Acedo Gómez. Julio 2019paduamerida@gmail.com