jueves, 23 de mayo de 2019

Dos comentarios (Domingo 26 de Mayo)

NOTA. Hoy ración doble:un primer comentario, "DIOS EN MI INTERIOR" (¿más espiritual?) a partir del Evangelio de san Juan, y otro, CONSERVADORES Y PROGRESISTAS (¿más eclesial?) desde la lectura de los Hechos de los Apóstoles. 

1

DIOS EN MI INTERIOR
(comentario desde Jn 14,23-29)
 
 
"El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Este texto recuerda aquel otro del Apocalipsis: "Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y me abre, (si me ama) entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). 
 
Hoy, como el domingo pasado, se nos está invitando al amor. Dios es amor, y amar es dejar que Dios sea Dios, que entre en tu vida dejándote inhabitar por la Trinidad. El amor abre las puertas del corazón al amado; y cuando ese amado es Dios, éste no falla en su atención al amante, porque tiene la garantía de que lo ama antes de que él le haya amado (cf 2 Tm 2,13). Por el amor Dios se hace intimidad, se hace uno contigo, entra en ti.

Dios habita en mí

 
Ser morada de Dios es lo más grande que se puede ser y desear. Santa Teresa de Ávila en Las moradas del castillo interior, describe al hombre como un castillo donde el Castellano (Dios) habita en la estancia más central; y la tarea espiritual consiste en irse adentrando en uno mismo hasta encontrarse con el Dueño del castillo, algo así como ir quitando capas a la cebolla para llegar al corazón del propio ser, donde habita el Misterio.
 
Si entrar en el cielo es entrar en la vida de Dios, ¿no es también un cielo que Dios entre en tu vida y te habite? ¿Hay algo más grande que se pueda decir de un hombre que decir "es un hombre de Dios” o que “lleva a Dios consigo”? Cuando así es, cuando Dios está dentro, ya no hace falta aspirar al cielo, porque el cielo te acompaña; ya no necesitas ir al templo ni a ningún otro lugar a encontrarte con Dios, porque el encuentro con Dios se estará realizando en lo más profundo de tu corazón, "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
 
Parece que hablar del amor de Dios o centrarse en el Dios-interior aleja del amor como servicio exterior y del encuentro con Dios en el prójimo. Pero no es así. Tanto santa Teresa de Ávila como todos los grandes místicos cristianos nos dicen que cuando la experiencia de Dios es genuina no aleja del mundo sino que pone las bases para pisar fuerte en la tierra. Espiritualidad encarnada.
 
Los grandes santos de la historia de la Iglesia (Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Francisco de Asís, Antonio de Padua, Juan de Dios, Juan de la Cruz...) fueron hombres de intensa vida interior (místicos), pero también de compromiso solidario con el mundo que les tocó vivir (profetas). Fueron hombres de Dios. Y cuando se dice de alguien que “es un hombre de Dios”, todos sabemos intuir que estamos ante una persona que aúna en sí el conocimiento de Dios que da la oración, la intimidad con Él, y el servicio a los hombres, sobre todo a los más pobres; el hombre de Dios habla de Dios y hace las obras de Dios.
 

Si Dios está contigo...

Estar inhabitado por la Santísima Trinidad tiene unas consecuencias que inevitablemente se dejan sentir y ver:
 

*Si Dios está contigo, no caigas en la tentación de sentirte  solo; aunque los hombres te abandonen Él está contigo en tu soledad, en tus trabajos y en tus decisiones.
 
* Si Dios está contigo, no hay lugar para la tristeza o la debilidad, porque Dios es tu alegría y tu fuerza. 
 
*Si Dios está contigo, no puedes quedarte quieto (¡nada de quietismos!), porque el amor de Dios es dinámico y tiende a expandirse (bonum est diffusivum sui).
 
* Si Dios está contigo, no puedes desentenderte del pobre, porque Dios, que habita en ti, te arrastra a amarlo y preferirlo como lo ama y prefiere él. También en el corazón del pobre está Dios.
 
*Si Dios está contigo, de nada te sirven las largas peregrinaciones ni los actos de culto espectaculares si ellos no te ayudan a entrar en lo secreto de tu corazón, donde tu Padre que ve en lo secreto, te escuchará (cf Mt 6,6).
 
*Si Dios está contigo, ya no puedes hacer nada por tu cuenta, sin el parecer de "los que te habitan (Trinidad); has de vivir para ellos (obediente a la voluntad de Dios) y como ellos (en comunión de amor).

La inhabitación de Dios en el corazón es la verdadera paz, la que el mundo no puede dar. Es la paz que Jesús nos deja como fruto de la Pascua, del paso por nuestra vida. No se trata de una paz impuesta u ofrecida desde fuera, sino desde dentro, desde lo más profundo, lo más íntimo, lo más sagrado del hombre: su interioridad. “La Paz os dejo, mi Paz os doy… Que no tiemble vuestro corazón”. ¿De qué nos sirve una paz que sólo sea fruto del miedo a la violencia? Una paz así es muy frágil. La paz de Dios es fruto de la conversión profunda del corazón a Dios desde lo más íntimo del hombre, hasta poder sentir con san Agustín que Dios es “más interior que lo más íntimo de mí mismo (interior intimo meo... ¡todo un don que agradecer!) y más grande que lo más grande de mí (superior sumo meo ... toda una tarea para llegar a Él).
 
 
* * *
 
2.
 CONSERVADORES Y PROGRESISTAS
(Comentario desde Hch 15,1-2.22-29)
 
 
Resultado de imagen de Espíritu y ley
 
División de opiniones
y unidad en Cristo.
 
"Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las necesarias” (Hch 15, 28).  Es, en síntesis, el resumen del primer Concilio del que tenemos noticias. Se celebró en Jerusalén (cf Hch 15,1-35) y es referido hoy en la primera lectura. 
 
 Hay división de criterios: ¿seguir la inspiración del espíritu? ¿Obedecer la ley?  Toca decidir; y se decide dejar que sobre el Espíritu, pero no sin el respeto a la ley y la autoridad de los apóstoles. ¿Qué concluye el Concilio? ¿Qué preceptos imponen el Espíritu Santo y los apóstoles a la comunidad? Sólo aquellos que en ese momento son necesarios porque se consideran exigencias de la caridad. 
 
Explicado con más detalle: El problema es que comienzan a surgir divisiones entre los primeros cristianos. Hay dos grupos bien diferenciados: los procedentes del judaísmo y los que vienen del paganismo. Las disensiones entre ambos bandos están creando desconcierto (cf Hch 15,24).
 
En los primeros años muchos judíos vieron en el cristianismo una nueva secta del judaísmo, un esqueje nuevo que podría salvar algo de un judaísmo que les podría parecer caduco. Muchos de aquellos judíos querían restaurar el judaísmo de siempre apoyados en la nueva mentalidad cristiana, pero sin renunciar a la primacía de la ley. Se produce así una fricción peligrosa entre éstos y los cristianos de la gentilidad, entre los que ven la nueva doctrina desde la libertad del espíritu. Los que proceden del mundo pagano, en su mayoría fruto de la predicación de san Pablo,  no están dispuestos a someterse a le ley judía como condición para ser cristianos;  los que se adhieren a la Iglesia desde el judaísmo prefieren enfocar el mensaje de Jesús desde la ley y sus los preceptos (cf Rm 6,14; 7,4; Gal 5,18.23; 1 Tm 1,9).
 
Es este un problema presente en todo el Nuevo testamento, especialmente el Evangelio de san Mateo y las cartas de san Pablo. Los judíos quieren mantener los preceptos judaicos, los otros quieren prescindir de ellos. El Concilio de Jerusalén sopesa ambas posturas y zanja la cuestión recurriendo a lo único importante: la caridad. En vistas a la unidad, y para evitar el escándalo de los más débiles "hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas (leyes) que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas" (Hch 15,29)
 
Algo queda claro: el Evangelio de Jesucristo no vino a restaurar ni a reformar nada viejo, sino que se presenta como algo “nuevo”. “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva… La nueva Jerusalén… El que estaba sentado en el trono dijo: ´Ahora hago el universo nuevo`” (Ap 21,1a.2a.5a). En el Antiguo Testamento se dice: “Lámpara es tu palabra (ley) para mis pasos, luz para mi sendero” (Sal 119,105). El Nuevo Testamento da nombre a la lámpara: “La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23).
 
A la Ley y al templo, base del judaísmo formal, le ha sustituido una nueva luz: “Ya no vivís bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rm 6,14), “templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios todopoderoso y el Cordero” (Ap 21,22). La nueva religión no se cimenta en el culto del templo ni en el cumplimiento de la ley, sino en Jesucristo, y sólo tiene un precepto: “Amaos como yo os he amado” (Jn 13,34).
 
  
Conservadores y progresistas,
y unidad en la caridad.
  
La discusión sobre las obras y la fe, la ley y la gracia, renace frecuentemente en la Iglesia. El problema que provocó el concilio de Jerusalén es el mismo desconcierto que se genera en nuestros grupos y parroquias cuando, a los de siempre, se añaden algunos miembros nuevos que invitan a renovar y cambiar viejas  inercias que ya no responden al espíritu original. El debate "fe-ley", "gracia-obras" fue el motivo principal del cisma de Occidente, y sigue siendo causa de discordia entre cristianos que solemos llamar conservadores o progresistas.
 
*Por un lado están los que llamamos conservadores, que añoran una restauración del catolicismo, o una reforma superficial, en los modos y maneras, en lo externo, pero no en el espíritu; ya se sabe: reformar el convento sin reformar al fraile. Suelen recurrir a la ley y la autoridad y ven en el marco institucional la única garantía de permanencia de la Iglesia
 
*Por otro lado tenemos a los considerados progresistas que abogan por la libertad del espíritu desligada de códigos y normas subsidiarias: abandonar el convento, ponerse en manos del Espíritu y que sea lo que Dios quiera. Estos amigos de la libertad del espíritu, en su versión más extrema, rehúyen cualquier institucionalización; para ellos lo importante es seguir en cada momento la inspiración del Espíritu, que “sopla donde quiere y no sabes ni de dónde viene ni adónde va” (Jn 3,8). Olvidan   que todos tenemos pajaritos en la cabeza y que con suma facilidad solemos confundirlos con el Espíritu Santo.
 
¿Es posible la unidad? ¿Dónde está la solución? Eclesiologías conservadoras como la que ofrecen las cartas a Timoteo y Tito, que recurren a la autoridad, y más progresistas, como la que nos sirve  el libro de los Hechos, donde el Espíritu Santo es el protagonista indiscutible, no son contradictorias, sino que están llamadas a la unidad. Porque lo definitivo, ya dijimos, no son las divergencias sino la coincidencia en el amor. En la Iglesia pueden converger en la caridad tanto los que tienen una fe más arraigada en las prácticas litúrgicas y los preceptos legales (primacía del sacerdocio) como los que privilegian las sugerencias puntuales del Espíritu (primacía del servicio profético). El secreto está en abrirse al amor de Jesucristo; en Él se da la convergencia.
 
La conclusión del Concilio de Jerusalén se hace recurriendo precisamente a la caridad, que unifica ambos principios:  “el Espíritu Santo y nosotros”. Se salva así la tarea de los apóstoles, jerarcas de la institución, cuya misión es gobernar la barca de la Iglesia sin oponerse al Espíritu sino siendo cauce por donde éste llega a los hombres (cf Jn 20,22-23); el Espíritu sopla, y la Iglesia tiende las velas para recoger el viento que la mueve.
 
Esto de “el Espíritu Santo y nosotros” resume el equilibrio necesario que nos libra tanto del legalismo autoritario (Iglesia sin Espíritu) como de una espiritualidad anárquica (Espíritu sin Iglesia). La voz de la Iglesia resulta en ocasiones molesta; pero esa molestia es consecuencia de su inevitable tarea docente, obligada a imponer a veces una “carga necesaria”, exigencia ingrata de la caridad.
 
Y ya sabemos: cuando el pronóstico habla de división entre conservadores y progresistas, entre modernos y anticuados, entre viejos y jóvenes, ... toca poner la caridad (es decir, al mismo Jesús), en el centro. Con Él es posible el entendimiento; sin Él lo veo difícil. Poner el Amor como principio es lo único capaz de evitar la ruptura en medio de los enfrentamientos "ideológicos" en el seno de la Iglesia.
 
Casto Acedo Gómez. Mayo 2019. paduamerida@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog