miércoles, 22 de mayo de 2019

Jesús, amigo de la vida y de la paz

6º Domingo de Pascua, ciclo C
He 15,1-2. 22-29  -  Ap 21,10-14. 22-23  -  Jn 14,23-29

Mientras Jesús se despide de sus discípulos, Judas Tadeo le pregunta:
Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?
   Jesús que vino no para condenar al mundo sino para salvarlo,
pide a sus discípulos: -Poner en práctica sus enseñanzas y obras…
-Dejarse conducir por el Espíritu Santo que el Padre les enviará
-Ser mensajeros de la paz, pero de aquella paz que Él nos da

Amar a Jesús, poniendo en práctica sus enseñanzas
   Hay autoridades que les encanta viajar al interior y fuera del país,
para resolver -dicen- los problemas de salud, educación… del pueblo.
Sin embargo, hay niños y jóvenes, adultos y ancianos del pueblo, que
llevan sobre sus espaldas el peso intolerable de la miseria (SRS, 13).
   Además, como dicen nuestros obispos: Vemos, a la luz de la fe,
como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano,
el creciente abismo entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos
se convierte en insulto contra la miseria de las grandes mayorías.
Esto es contrario al plan de Dios (DP, 1979, n.28).
   ¿Por qué hay miseria en países con tantos recursos naturales?
¿Anunciamos la persona de Jesús, su vida, sus enseñanzas y obras?
¿Lo hacemos dando testimonio en el hogar, en el trabajo, en el barrio?
   En 1531, fray Bartolomé de las Casas dijo: Del más chiquito
y del más olvidado tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva.   
Tengamos presente que Jesús se identifica con los insignificantes,
con los que tienen hambre, sed… llamándolos mis hermanos (Mt 25).
Y Él mismo sigue anunciando: Si alguien me ama, que practique
mis enseñanzas, entonces mi Padre le amará y vendremos a él
y habitaremos en él. Esta es la raíz de la dignidad del ser humano.
   Al respecto, el apóstol Pablo dice: ¿Acaso no saben ustedes
que son templos de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?
Al que destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque
el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes (1Cor 3,16-17).

El Espíritu Santo nos recuerda lo que Jesús enseñó
   Los discípulos de Jesús no se van a quedar huérfanos,
porque el Padre les enviará el Espíritu Santo que les enseñará
y les recordará todo lo que Jesús les ha enseñado.
   Es muy significativo el siguiente testimonio de Juan Bautista:
Dios que me envió a bautizar con agua me dijo: Verás al Espíritu
bajar sobre aquel que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo vi
y, por eso, doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios (Jn 1,33s).
Actualmente, ¿somos testigos de Jesús, el Hijo de Dios?
   En el diálogo con Nicodemo, Jesús le dice: En verdad te digo:
si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar
en el Reino de Dios… lo que nace del Espíritu es espíritu (Jn 3,5ss).
¿Vivimos nuestro bautismo -cada día- como un nuevo nacimiento?
   Cuando la Samaritana le habla sobre el culto que se da a Dios,
Jesús anuncia: Ha llegado la hora, en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23s). ¿Amamos a Dios
en espíritu y verdad, o preferimos practicar ceremonias y ritos?
   Ante tantos problemas de corrupción, ¿nos dejamos conducir por
el Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir? (Jn 14,17).

La paz les dejo, mi paz les doy
   En muchos países de América Latina -concretamente en el nuestro-
crece la violencia que se manifiesta en: robos, secuestros, asesinatos,
crimen organizado, narcotráfico, abuso sexual, grupos paramilitares…
Entre las causas están: corrupción en todos los niveles, racismo,
exclusión de los pobres, consumismo (preferimos tener en vez de ser).
Señor, no me arrastres con los malvados, ni con los malhechores,
ellos saludan con la paz pero con malicia en sus corazones (Sal 28).
Cuando la sangre derramada pide a Dios que haga justicia (Gen 4,10),
¿seguiremos con los brazos cruzados, para no complicarnos la vida?
   Levantémonos para ser mensajeros de la paz y de la justicia:
Felices los que trabajan por la paz, serán hijos de Dios (Mt 5,9).
Al entrar en una casa digan primero: Paz a este casa (Lc 10,5).
La paz les dejo, les doy mi paz, pero no como la da el mundo.
Les digo todo esto para que, unidos a mí, tengan paz. En el mundo,
van a sufrir, pero tengan valor, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
   Desde una Iglesia pobre, construyamos un mundo fraterno donde:
La paz sea obra de la justicia y fruto del amor (GS, n.78).
J. Castillo A.

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