Lecturas del domingo 21º del Tiempo ordinario. Ciclo B. (Clickar)
Hay momentos en la vida del hombre en que éste
se ve forzado a tomar decisiones importantes que pueden variar el curso de su
historia personal. Se ha de optar
ya en la adolescencia por estudiar o no
estudiar, o escoger estos estudios o aquellos; más tarde habrá de decidirse por casarse y formar una familia, seguir la vida religiosa o
simplemente mantenerse célibe; también hay que elegir lanzarse a tal o cual negocio, o seguir un estilo
de vida u otro. Son muchos los caminos que ofrece la vida, aún más en los
tiempos que vivimos en los que el pluralismo de formas de entender la existencia obliga más que nunca a elegir. En otros tiempos la religión, el trabajo, el domicilio, e incluso el esposo o la esposa, te venían dados; otros, generalmente los padres o la familia determinaban la elección. Hoy tienes que elegir tu religión, tu trabajo, tu modelo de familia, e incluso algunos se atreven a afirmar que tu ser masculino o femenino es objeto de elección (?). Sea como sea te encuentras ante la belleza y el riesgo de la
libertad.
O
Dios o los ídolos
Una vez en la tierra prometida el
pueblo de Israel entra en contacto con la cultura y la religión de los que
vivían en Canaán; al convivir con la cultura y la religión propias de los pueblos de su entorno muchos israelitas se deslizaron peligrosamente o incluso cayeron en la práctica de sus cultos idolátricos. Josué, sucesor de Moisés,
viendo cercana su muerte, y consciente de la situación, convoca en Siquén en
Asamblea “a todas las tribus de Israel, a los ancianos de Israel, a los jefes, a
los jueces y a los magistrados” (Jos 24,1).
Allí les recuerda todo lo que Dios ha hecho por ellos desde la llamada de Abrahán hasta el momento presente (24,2-13), algo que algunos parecen haber
olvidado. Luego pone a los Israelitas en
el trance de elegir: “Si os resulta duro servir al Señor, escoged a quién
servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates
o a los dioses de los amorreos, en cuyo
país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos 24,15). ¿Dios o los ídolos? Se trata de una decisión importante
para cada persona y cada tribu de Israel, porque de su respuesta dependerá su
futuro.
En resumen: ante el riesgo de una pérdida de identidad como Pueblo de Yahvé, Josué invoca la experiencia histórica que les ha configurado como tal y les obliga a decidir. Y el pueblo decide seguir al Señor: “¡lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!” (Jos 24,16). Razones: su propia historia: “porque el Señor nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud, e hizo ante nuestros ojos grandes prodigios” (Jos 24,17); “también nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!” (24,18); “¡al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!” (24,31). Con su respuesta los israelitas renuevan la alianza y nuevamente se obligan a poner los mandamientos como base de su vida personal y social.
En resumen: ante el riesgo de una pérdida de identidad como Pueblo de Yahvé, Josué invoca la experiencia histórica que les ha configurado como tal y les obliga a decidir. Y el pueblo decide seguir al Señor: “¡lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!” (Jos 24,16). Razones: su propia historia: “porque el Señor nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud, e hizo ante nuestros ojos grandes prodigios” (Jos 24,17); “también nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!” (24,18); “¡al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!” (24,31). Con su respuesta los israelitas renuevan la alianza y nuevamente se obligan a poner los mandamientos como base de su vida personal y social.
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Es
hora de decidir
En una situación similar coloca
Jesús a sus seguidores. Tras el largo discurso del pan de vida, dice
el evangelio que “muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: este modo de
hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?" (Jn 6,60). La dureza del mensaje de Jesús les hace entrar en
crisis. Jesús les ha dicho que Él es el pan de vida, que nadie
puede ir a Él si el Padre no lo envía, que -recordemos que había alimentado a
una multitud y muchos le seguían por haberle dado de comer- el espíritu es
quien da vida, la carne no sirve para nada. En definitiva, les había dicho que
Él era el enviado de Dios, el Mesías, Dios encarnado para la salvación del
mundo. Muchos no fueron capaces de dar
el salto a la fe: “Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y
no volvieron a ir con Él.” (Jn
6,66); Otros sí. Pedro
responde por todos ellos: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna. Y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6,68-69).
Estamos
ante un punto de inflexión en la vida de la comunidad de discípulos de Jesús,
un momento en el que situada ante Dios le toca decidirse a seguir adelante o
echarse atrás. No valen términos medios.
También
tú has seguido a Jesús; has pensado que él puede colmar tus sueños de una vida
y un mundo mejores; pero llega un momento en que descubres que te estás buscando
a ti mismo en Jesús, te das cuenta de que el seguimiento supone renunciar a
“mis sueños”, a “mis planes” para ir tras los planes de Dios (Reino). Y ante
tal descubrimiento, que es una gracia de Dios, te entra el pánico por lo que
supone de renuncia. ¡La tentación de echarte atrás está servida! Descubres que ya
no te puedes dejar llevar por la inercia de una religiosidad tradicional o de
costumbre, tienes que “optar”, elegir; no se es cristiano por nacimiento, sino
por decisión. Cuando Dios te pone en esa tesitura te está llamando a revisar tu
vida y a personalizar tu fe. Es hora de renovar la Alianza, de dotar de
sentido tu bautismo.
El pluralismo cultural y religioso en
que vivimos hoy hace más difícil el arraigo y desarrollo de la vida cristiana;
más difícil, pero también más apasionante. Nuestra fe, lo sabemos, es muchas
veces vacilante, ritualista y mediocre, una fe de nadar y guardar la ropa.
Queremos ser cristianos, pero condicionales: a condición de que pueda aunar mi adhesión a
Jesús sin dar de baja totalmente a mis ídolos particulares. Como a los judíos
del tiempo de Jesús, nos escandaliza la pretensión de absoluto que reclama
Jesús. Lo pide todo, lo exige todo, y yo sólo estoy dispuesto a darle una
parte. Me niego a aceptar que quien me ha dado todo tenga ahora derecho a
exigirme el todo.
En tiempos de relativismo tanto “todo” resulta escandaloso. ¿Cómo
romper la dinámica del escándalo? Primeramente recurriendo a la experiencia:
haz una lista, como hizo Josué, de todo lo que el Señor ha hecho contigo,
tus momentos de encuentro con el Señor,
las veces que te ha librado del dolor y el sinsentido. Sólo desde la memoria de tu
experiencia de Dios podrás decir con Israel: “lejos de mí abandonar al Señor, porque Él me sacó de la
esclavitud e hizo ante mí grandes
prodigios” (cf Jos 24,16.17). En segundo lugar convéncete de lo que dice san
Juan de la Cruz: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”.
Jesús es el “Todo”. Merece la pena dejarlo "todo" por Él. Decídete por su seguimiento; a fin de cuentas: ¿hay quien dé más que él? Reza
con Pedro y con toda la Iglesia: “Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69). También a ellos les
mantuvo en fidelidad la experiencia de fe y vida con Jesús.
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