miércoles, 15 de agosto de 2012


Domingo XX, Tiempo Ordinario (ciclo B)

*Coman el pan y beban el vino que he preparado (Prov 9,1-6)
*Den siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas (Ef 5,15-20)
*Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (Jn 6,51-58)

En la sinagoga de Cafarnaún, Jesús sigue enseñando a los judíos, diciéndoles: El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne. Al escuchar estas palabras, los judíos se ponen a discutir y preguntan: ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? Fue entonces cuando Jesús responde con siete afirmaciones, que vienen a ser el núcleo central de todo el discurso eucarístico. En cada afirmación no falta la palabra comer que significa: asimilar, alimentarnos de Jesús, comulgar, encarnar en nosotros a Jesús.

*Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes.
Para tener vida y vida en abundancia (Jn 10,10), es necesario pasar: de condiciones de vida menos humanas (multiplicación de los panes), a condiciones más humanas, hasta llegar a creer en Jesús, quien nos llama a participar en la vida de Dios (PP, 1967, n.20-21). Los cristianos/as necesitamos alimentarnos de Jesús, Hijo de Dios, que se hizo carne -hombre- y vivió entre nosotros (Jn 1,14).

*Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día.
Los cristianos vivimos solidarios con todos los hombres y mujeres, y también con los que murieron en la esperanza de la resurrección: Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Al respecto, recordemos lo que dijo Jesús a Marta: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre (Jn 11,25).

*Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
Para el ser humano pan significa: alimento, vida, trabajo, educación… Por eso, al ofrecer sobre el altar el pan y el vino, agradecemos a Dios porque el pan y el vino -fruto de la tierra y del trabajo del hombre- se van a convertir en pan de vida y en cáliz de salvación. Los cristianos, cada vez que participamos en la Eucaristía, encontramos ahí: verdadera comida y verdadera bebida. Por eso, estamos obligados a cuidar la tierra, mejorarla, trabajarla… y jamás explotar a los trabajadores con salarios de hambre.

*Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él.
Hace algunos años, eran pocos los que se acercaban a comulgar. Actualmente, en cambio, son pocos los que se quedan sin hacerlo. Este cambio no producirá vida y vida plena en nosotros los creyentes, si no renovamos nuestra fe en la presencia de Jesús: -en la Eucaristía… -cuando dos o tres nos reunimos en su nombre (Mt 18,20)… y, sobre todo, -en los hermanos de Jesús: los que tienen hambre y sed, los forasteros y desnudos, los enfermos y encarcelados (Mt 25,31-46).

*Como el Padre que me ha enviado tiene vida y yo vivo por Él, así también quien me come vivirá por mí.
En Jesús, el enviado del Padre que tiene vida, no vamos a encontrar: -la doctrina enseñada por los maestros de la Ley o por los fariseos; -ni aquel culto convertido en negocio por parte de los sacerdotes. En Jesús, vamos a encontrarnos con Alguien que da Vida plena: Padre, la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado (Jn 17,3).

*Este es el pan que ha bajado del cielo, y no es como el pan que comieron sus antepasados, y murieron.
Hay una gran diferencia entre el pan bajado del cielo que es Jesús, y el pan o maná que comió el pueblo de Dios en el desierto (Ex 16). Hoy, cuando se celebran ‘misas’ como si fuera negocio (Cn 947), cuando predominan los adornos superfluos en vez de ayudar al pobre, ¿podemos decir que la Eucaristía es sacramento de amor y de entrega?

*Quien come de este pan, vivirá para siempre.
Sobre esta afirmación, recordemos lo que dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien cree en Él no muera, sino tenga vida eterna (Jn 3,16). Por eso, alimentados con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, digamos con San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
J. Castillo A.

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