jueves, 2 de agosto de 2012

Creer en Jesucristo (Domingo, 15 de Agosto)


Cuando la Iglesia gozaba en España de poder e influencia social no le faltaron acólitos que se arrimaran a ella en busca de beneficios que iban más allá de lo religioso. Los tiempos han cambiado, y la Iglesia no goza hoy de una buena apreciación por parte de la sociedad española. El fenómeno de la secularización, con las secuelas del ateísmo e indiferentismo religioso, sitúan a la Iglesia en la lista de instituciones menos valoradas. Como consecuencia de ello, son muchos los advenedizos de antes que han desertado de sus filas. Sin embargo, no podemos ver en esto un motivo para el desánimo, sino más bien para la reflexión y la esperanza. El Concilio Vaticano II al promover la separación entre la Iglesia y los poderes fácticos sentó las bases para una reforma. El primer paso es el desmonte de todo lo viejo, de lo superficial, de lo podrido que hay en el edificio. Todo proceso de purificación trae consigo el despojo de lo superfluo. Es condición necesaria ir ligero de equipaje para salir de Egipto y adentrase en el desierto. Allí, en la purificación de la travesía, vive el creyente “la noche oscura del sentido”, noche del dolor y del vacío, cuando surgen las preguntas más dolorosas: ¿Por qué nos haces pasar por esto? ¿Nos has traído a este desierto para hacernos morir de hambre y sed? (cf Ex 16,2). Detrás del hambre se esconde un problema de fe.

La obra que Dios quiere es que creais (Jn 6,29).

Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26). Jesús conoce el corazón del hombre, sabe de su infantilismo que le lleva buscar el placer sin esfuerzo, la satisfacción sin mortificación. Y en la dimensión religiosa no está exento de esa tendencia a inclinarse por un dios funcional. Dios en función de mis necesidades. Jesús sabe de eso, y nos previene: no ha venido a darnos de comer sino a enseñarnos a compartir; no está la fe en servirse de Dios sino en servirle. “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6,27). Jesús dará un sentido nuevo a la vida, una lección que no conviene olvidar

A pocos meses del inicio del “año de la fe” viene muy bien la llamada de Jesús a renovar nuestra adhesión a su persona. Tal vez hemos caído ingenuamente en la trampa de definir nuestra identidad cristiana con una vaga referencia al mandamiento del amor: ser un buen cristiano es amar, obrar el bien, ayudar al necesitado, etc… palabras fáciles y hermosas que también definen al buen musulmán, al buen judío, budista o hindú. Con esa reducción moral del cristianismo (ser cristiano es “obrar el bien”) hemos disuelto la identidad propia de nuestra religión. ¿No lo notáis? Cualquiera se llama hoy cristiano apelando simplemente a lo bueno que se considera a sí mismo. Incluso se atreve a juzgar a los que practican los ritos católicos tildándolos de falsos.

El evangelio, sin negar la centralidad del amor para la vida del cristiano, nos pone en guardia ante el riesgo de querer vivir un cristianismo sin Cristo. Los que le buscaban dijeron a Jesús: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6,28). Y no les contestó que “hay que ser buenos”, sino algo más sorprendente: “la obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado”. Palabras que suenan un tanto extrañas a nuestra religiosidad funcional y práctica, pero que revelan el meollo de la identidad cristiana: ser cristiano es ante todo creer en Jesucristo, creer que es el Hijo de Dios, Dios encarnado; lo que el Padre queire es que pongas a Jesús en el centro de tu vida, que seas un apasionado de su persona; es desde el misterio de Jesús desde donde ama el cristiano. La moral cristiana no viene motivada por una imposición legal (mandamientos), ni por simple altruismo (termina uno por cansarse de ayudar al prójimo cuando no hay reciprocidad) o empatía (“no quieras para los demás lo que no quieres para ti”, ¿no es un poco egoísta esta motivación?); la moral cristiana tiene su fuente en la fe; quien es cristiano es ante todo quien cree en la persona divina-humana de Jesús.

El sentido cristiano de la vida

“Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6,35). Hay un pan material, como el maná que los israelitas recibieron en el desierto (Ex 16,12-15); pero ese pan es sólo un anuncio, un adelanto, del pan espiritual que es Jesús. El pan material es necesario para la vida; pero no basta. La experiencia nos dice que el hombre, amén de pan, necesita también un sentido para vivir. Y ahí es donde entra en juego la fe. Mientras no tenemos alimentos para sostener el cuerpo solemos vivir buscándolo desesperadamente con el trabajo o recurriendo mágicamente a la religión para conseguirlo. Sin embargo, cuando nuestro cuerpo está saciado -como ocurre en las sociedades desarrolladas y capitalistas- tendemos a la soberbia de la opulencia y el derroche. Descubrimos entonces que el pan no lo es todo.
En su travesía del desierto los Israelitas terminaron por cansarse del maná que tanto apetecieron en un primer momento: “Nos da nauseas ese pan sin sustancia” (Núm 21,5). ¡Qué hermosa descripción de la vida cuando cae en el sinsentido! La rutina de la eterna repetición de lo mismo provocan el hastío, la depresión, la muerte interior. Harto de todo lo deseable materialmente, el hombre sigue insatisfecho. Y es ahí donde se enraíza la importancia de la fe. “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. ... Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. … Yo soy el plan vivo bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,32.48.51). Sin Jesús todo se dispersa y pierde sentido, con Él como eje de la vida, todo se unifica.

"No sólo de pan vive el hombre"(Lc 4,4). El hombre necesita también del cariño, de la ternura, de la comprensión, del sentido de las cosas, del amor. Leche y miel. No basta la leche, también la dulzura es imprescindible para el desarrollo de la persona. La fe da sentido a la vida. El creyente, tan débil y limitado como el no creyente, se puede sentir orgulloso del plus de haberes y posibilidades que le ofrece la fe. La fe es el punto de apoyo que necesita la palanca de la vida para desarrollar sus potencialidades (cfd Lc 17,6). Siguiendo a Jesús, poniendo su fe en Él, son muchos los que han realizado grandes obras sin perder ellos mismos la esperanza a pesar de las dificultades. Se acercaron a la Eucaristía, comulgaron con la Palabra y con el Pan de vida. Comprendieron que con la venida de Jesús el Padre “hizo llover sobre ellos maná y les dio pan del cielo”. La clave para edificar la Iglesia del futuro, ¿no está en redescubrir la fe en Jesús como Hijo de Dios? El retorno a Jesús, la importancia que ha adquirido la cristología en la vida de la Iglesia es un motivo de esperanza.
Casto Acedo Gómez. Agosto 2012. paduamerida@gmail.com. 25671

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog