jueves, 19 de noviembre de 2020

El Reino de la compasión (22 de Noviembre)

 Ciclo A: Ez 34,11-12.15-17; Salmo 22,1-6;1 Cor. 15,20-26ª.28; Mt 25, 31-46 

 No ha sido extraña a la vida de la Iglesia la idea de un Reino de Dios  en connivencia con los poderes de este mundo, bien sea permitiendo la intromisión de la autoridad política en la vida eclesial o apoyando la participación de la Iglesia en los ámbitos del poder civil. Entender el título de Rey como algo mundano aplicado a Cristo, trae como consecuencia la construcción de una Iglesia acaparadora de poder político. 

Sin embargo, parábolas evangélicas como el buen samaritano (Lc 10,25-37) o el juicio final (Mt 25,31-46), ponen de manifiesto lo que Jesús mandó, hizo y enseñó es que el Reino de Dios no se asentara en el poder sino en el servicio y el amor. Las palabras de san Pablo: “Cristo tiene que reinar, hasta que ponga a sus enemigos bajo sus pies” (1 Cor 15,25), no pueden ser leídas en clave política sino teológica; al final el Reino de la paz, el amor y la justicia, prevalecerá sobre el enemigo, que son el odio, la violencia y la desigualdad. 
 
Jesús anunció el Reino de Dios
 
Hablar del Reino de Dios es tocar el quid de la predicación de Jesús. Solemos hablar del evangelio de Jesús, pero olvidamos con frecuencia que su buena noticia no fue una doctrina sino una realidad que Él resumió con la expresión “Reino de Dios”, aunque otros consideran más apropiado hablar de “reinado de Dios”, porque más que un lugar es un estado de cosas en los que se ve que la mano de Dios está presente.  

Reino o reinado -es difícil decidirse por uno de los dos términos- lo cierto es que el mismo Jesús huye de definiciones que terminan por encerrar la realidad en palabras. Su discurso sobre el Reino lo hace contando parábolas que despiertan la mente y los sentidos para rastrear la presencia y acción de Dios en el mundo, presencia y acción que a la postre no son otra cosa que el mismo Jesús aquí y ahora. Dice el teólogo E. Schilleebeck que "el mismo Jesús es una parábola y cuenta parábolas” y que “las parábolas no remiten a un mundo distinto del presente, sino a una nueva posibilidad dentro de este mundo: una posibilidad real de ver y vivir la vida y el mundo de un modo distinto al usual”. Una conciencia nueva.
 
Para ver con los ojos de Dios, Jesús no sólo nos da la letra de la canción del Reino en sus sermones y sus parábolas, también en sus obras, y especialmente sus milagros y su entronización en la cruz; con su vida pone música a la gran sinfonía de la vida que es el misterio de la Encarnación. En Cristo, Dios encarnado, somos invitados a mirar de modo diferente la realidad que nos envuelve; ¿qué son los evangelios sino gafas que nos permiten ver la presencia de Dios en nuestra historia personal y en la de nuestro mundo? “¡Convertíos porque está cerca el Reino!” (Mc 1,15). Y no es otra cosa convertirse que cambiar el chip para leer la vida desde el ángulo de Dios y su reino.
 

La ira de Dios para los que rechazan el Reino
 
La parábola del juicio final (Mt 25,31-46) forma parte de esa invitación a cambiar nuestro punto de vista habitual sobre las cosas. Se habla en ella del día en que “vendrá el Hijo del hombre y todos los ángeles con él, y se sentará en el trono de gloria para juzgar a todas las naciones” (Mt 25,31-32). ¿Dies irae, dies illa? ¿Día de ira aquel día? Desde el lado del ego, señor de las tinieblas y sus hijos, desde luego que sí, porque el juicio de Dios que realiza la venida del Hijo les hace ver su inútil existencia; el egoismo humano ha rehuido la luz que ahora viene a evidenciar la verdad. La suerte está echada. La falsedad humana se disuelve y pierde consistencia al caer sus mascaras. 

Los no-miseticordiosis no entendieron que una vida de bondad y misericordia es la clave de todo, que la violencia, la avaricia y la soberbia son agentes de muerte, que las buenas palabras, los rezos y las ceremonias religiosas sólo son medios para un fin: amar sin límites. “Aquel día dirán muchos: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”. ¿No fuimos asiduos a los rezos y las ceremonias? ¿No guardamos el domingo y cumplimos la abstinencia y el ayuno? “Y entonces les declararé: "¡No os conozco; apartaos de mí malvados!" (Mt 7,22-23). Una cosa les faltó: cumplir la voluntad de Dios Padre, que no es otra que amar. 

La alabanza de Dios para los que acogen el Reino
 
Más allá de los credos y las convicciones religiosas, el amor es lo único que redime al hombre. “¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de comer? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis?” (Mt 25,37-40).
 
Los justos no fueron especialistas en teología, tan torpes fueron en eso  que se mostraron incapaces de tematizar que Dios estaba en el prójimo necesitado, pero no le hicieron falta pías catequesis ni doctas teologías para saber que la misericordia para con el prójimo es el primer deber ineludible de todo hombre. Amando al prójimo amaron el Reino. En esto fueron sagaces. Y el día final no es para ellos el día de la ira de Dios; para quienes ponen el amor como piedra angular de sus relaciones (cf 1 Cor 13, 1-13) el día final será día de alabanza, bendición y acción de gracias.
 

Ateos buenos y ateos malos.
 
Por muy importante que sea la fe, mucho más lo es la vida a la que esa fe ha de conducir. Hay quienes han subtitulado a la parábola del juicio final como la parábola de los ateos buenos y los ateos malos. Y no les falta razón. Aquí, como en el buen samaritano (Lc 10,17-37), se pone el valor de la misericordia por encima de todo, incluso sobre la fe. La carta de Santiago abunda en ello: "¿De qué le sirve a uno, hermanos, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? … La fe, si no tiene obras, está muerta. Alguno puede decir: ´ ¿Tú tienes fe?, pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo por las obras te mostraré mi fe´. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Por qué no te enteras de una vez, pobre hombre, de que la fe sin obras es estéril?" (Sant 2,14.17-20).
 
Sin amor la fe es tan infructuosa como el talento enterrado bajo tierra (cf Mt 24,25.30). San Juan de la Cruz, místico, y por ello curiosamente expuesto a ser seguido por los que buscan lo extraordinario de la vida religiosa (éxtasis, visiones, revelaciones, …), enseñó que “es más preciosa delante de Dios una obra o acto de voluntad hecho en caridad que cuantas comunicaciones y visiones puedan tener del cielo, pues estas ni son mérito ni demérito, y muchas almas, sin cosas de éstas, están sin comparación más adelante que otras que tienen muchas” (Subida, L.2, c. 22,19). 

Fíjate que simple. Vale más un vaso de agua dado al prójimo que tiene sed, que todas las revelaciones y visiones que se puedan tener, porque éstas son puro don de Dios, pero ese vaso de agua ha exigido una respuesta de tu voluntad, un gesto de amor, un paso tuyo hacia adelante, y no se quedará sin recompensa (Mc 9,41). Amar no es extasiarse ante la belleza de Dios y del prójimo, sino salir a su encuentro. Cuando la contemplación no mueve a la acción es falsa.
 
Cristo Rey, soberano del Reino de la compasión, del servicio solidario (INRI); Rey de todos los que, relativizando leyes humanas y divinas, discursos teológicos y ritualismos, han encontrado en el "amor de hecho" la esencia de toda inteligencia, ya sea ésta filosófica, científica o mística.  Teología donde confluyen ateos y creyentes.

 * * *

Sé que tienes hambre y sed de conocimientos, ya sean estos científicos o filosóficos. También quieres conocer más a Dios. Te preocupa su ser o no ser, la verdad de su Encarnación. ¡Cuántas cosas querrías aprender de él, de su vida, de su entorno! ¿Será verdad que resucitó? Te preguntas, además, sobre la validez de tus rezos y demás actos piadosos. ¿Merecen la pena? Quizá también esperas disfrutar de alguna experiencia divina extraordinaria. Pero ¿no estarás olvidando lo esencial? 

Recuerda cómo en la parábola de el buen samaritano sólo uno quedó justificado, sólo uno alcanzó la verdadera vida, la salvación: “el que tuvo compasión” –dijo el maestro de la ley. “Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). No huyas de la práctica de la compasión refugiándote en rezos y prácticas devocionales. La llave de la Vida, más allá de credos y pertenencias religiosas, es la compasión. Jesús te aconseja: Busca ante todo el Reino de Dios y su justicia, procura vivir en el  amor y la compasión hacia los hermanos, y todo lo demás se te dará por añadidura (cf Mt 6,33). ¿Vale? Pues hala, ¡llena el vaso de agua fresca, porque están llamando a tu puerta!

Casto Acedo Gómez. Noviembre 2020. paduamerida@gmail.com.

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