viernes, 27 de noviembre de 2020

Adviento (Domingo 29 de Noviembre)

 Ciclo B: Isaías 63,16b-17;64,1.3b-8; Salmo  79, 22c y3b.15-16.18-19; 1 Corintios 1,3-9; Marcos 13,33-37. 


El año litúrgico con su pedagogía milenaria vuelve a llamarnos en Adviento para convertirnos a la esperanza. Ahora bien, la celebración de "otro" año no debe hacernos pensar en la ley del "eterno retorno de lo mismo". El tiempo cristiano no es circular, sino que es una recta ascendente que apunta muy alto: hacia la consumación de todas las cosas en Cristo. 

Adviento invita a reiniciar el camino de la vida cristiana no partiendo de cero sino desde el punto en que nos hallamos, desde nuestra realidad espiritual actual como personas o como comunidad. Desde ahí el Adviento trata de volver la mirada a Jesucristo: el que fue, el que es y el que será. Aunque parezca un extraño juego de palabras, estamos ante un "esperar hoy al que ya ha llegado".


Pasado: “El que fue (el que vino)”. 

Adviento nos invita a unirnos al pueblo de Israel en su esperanza. Un Pueblo que vivió momentos de derrotismo, de humillaciones, de persecuciones,... pero un resto de ese pueblo nunca perdió de vista la esperanza en su Dios. "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él… Todos éramos impuros, … Y sin embargo, señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero” (Is 63,16.64,7) 

Contemplar las acciones de Dios en la historia de la salvación es buena meditación para el Adviento. El “resto de Israel” se mantuvo firme en la esperanza rememorando las acciones pasadas de Dios;  esto nos da pie para esforzarnos estos días en recurrir con más frecuencia a la lectura de la Palabra de Dios, para  rememorar acontecimientos y personajes (Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías, Juan bautista, María, etc) que nos ayuden a entender las claves de la esperanza. 

Contemplando la historia sagrada escrita en la Biblia nos preparamos para conocer y enfocar nuestra propia historia personal de relación con Dios. Es conveniente alimentar nuestra esperanza volviendo a las fuentes de nuestra fe: ¿Cuándo me sacó el Señor de Egipto (mi conversión)? ¿En qué momento concreto sentí que me libró de la angustia y me abrió a la esperanza? ¿Cuándo le sentí cercano, amigo, compañero? ¡Gózate haciendo memoria de tu conversión primera! No se trata de encerrarte en la nostalgia del pasado, sino de pisar fuerte con un pie y echar el otro hacia adelante con seguridad y aplomo.

En la oración personal y comunitaria, en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la Eucaristía, celebra y rememora, bebe del agua de la fuente que es la experiencia de Dios que te enseña la Iglesia y que tú mismo extraes de la fuente que es tu historia personal. El agua de la vida que corre por los veneros de la Escritura es la misma agua que extraes del pozo de tu vida espiritual. El mismo espíritu que inspiró la Biblia inspira en ti la vida de Dios. 


Presente: “El que es (el que viene)”. 

Y desde la lectura del pasado eclesial y personal, mira el presente. Un presente de pandemia que está poniendo a prueba nuestra esperanza. Este año vive el mundo unas limitaciones, un miedo, una incertidumbre e inseguridad que parecían ya imposibles. La pandemia es uno de esos "signos de los tiempos" que el Concilio Vaticano II nos invitaba a leer como lenguaje de Dios. 

En medio de tanto dolor incomprensible y tanto sufrimiento acumulado, la esperanza corre el riesgo de tambalearse. Las cosas no parecen invitar al optimismo. Nos queda el refugio en el futuro que vendrá, pero ¿qué hay del presente? ¿Donde está el Dios bueno y misericordioso? 

Hay que tener claro que la esperanza es virtud del presente. Los signos salvadores se están dando ya. En la noche de la pandemia brillan las estrellas de la entrega generosa. ¡Cuántas estrellas nos están alumbrando en estos tiempos de necesidad de pan y de cariño! 

Y no sólo las estrellas, también el sol (Jesucristo) y la luna (Iglesia) se hacen más visibles. A Dios solo se le ve en fe, y puedes estar seguro de que ese Dios que ves, oyes y sientes que toca el corazón en estos días de incertidumbre, es el Dios verdadero; y esa Iglesia que, en su limitación, celebra los misterios de la fe entre medidas de distanciamiento y con caridad pone sus brazos al servicio de enfermos y necesitados, es más visible que la Iglesia acomodada de épocas más fáciles.

Los signos hablan y hay que leerlos en clave de fe. El amor sigue presente más que nunca, la fe es más pura y verdadera porque no se asienta tanto en evidencias cuanto en abandono humilde, y la esperanza es más efectiva, está más presente, porque ancla el corazón en la realidad del aquí y ahora queridos por Dios más que en el idílico porvenir que con frecuencia sueña nuestra egoísta imaginación. A Dios se le ve, se le ama y se le espera en el presente. ¿Qué hacéis mirando al cielo? 

Adviento es tiempo para mirar con los ojos bien abiertos y descubrir en el día a día “el brote del tronco de Jesé” (Is 11). "No recordáis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. (No penséis en lo que está por venir, añadiría yo). Mirad que realizo algo nuevo. ¿No lo notáis? Abriré caminos en el desierto, corrientes en el yermo, para dar de beber a mi pueblo" (Is 43,18-19). Entre las zarzas del dolor y la tristeza crecidas estos días, hay señales que anuncian un mundo nuevo. Deberíamos dejarnos interpelar por esos gestos mesiánicos que recorren la geografía del mundo, y que si sabemos aprovechar apuntan a un despertar de la solidaridad, la fraternidad y la misericordia. 

Como los Magos de Oriente, los que vivimos la noche de la pandemia observamos cómo brilla en la oscuridad la estrella de Belén. Dios no nos deja solos. En la noche esperamos, “aguardamos” como el cazador la presa; atentos a que no se nos escapen los signos de esperanza que podamos ver en la noche de la fe: la sensibilidad crecida del sanitario, el gesto solidario, la disponibilidad y generosidad del vecino, la dolorosa conciencia de la necesaria distancia social, la sonrisa y ánimos de quienes se preocupan por quienes están confinados y hospitalizados, el ánimo de enfermos que muestran gratitud por las atenciones que reciben, ... ¡Está naciendo algo nuevo! ¿No lo veis? 

Es Adviento. Cada día es Adviento. Porque cada día el Señor sigue viniendo a nosotros y anima nuestra esperanza. Y con Cristo, nosotros preparamos el camino, acercamos el reino de Dios, construimos “el cielo nuevo y la tierra nueva en que habite la justicia” (2 Pe 3,13)


Futuro: “El que será (el que vendrá)”.

Adviento mira también al futuro: ¡Ven, Señor, Jesús! Estamos en proceso constante de crecimiento espiritual, de conversión. Importante es mirar al pasado, y esencial entender y situarse en el presente; pero no lo es menos el futuro. Con la venida de Dios la utopía de un mundo perfecto no es un sueño imposible. La creación entera responde a un proyecto de Dios; y como toda proyección apunta a una meta: la consumación de todas las cosas en Cristo, la plenitud de su venida, el momento -kairós- en que Dios lo sea "todo en todos" (1 Cor 15,28; cf Rm 8,18-30). 

Vivir el Adviento es poner en acto nuestra esperanza, clarificar los objetivos que nos proponemos alcanzar y echar a andar. Porque el futuro es don y tarea, es porvenir de Dios y tarea de cada cual. 

¿Hacia dónde me dirijo? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué debo hacer hoy aquí para "vivir el futuro en mi presente". Un buen camino es reorientar mi proyecto de vida constantemente a luz de la Palabra, para no estancarme ni desviarme del camino. Mirarme en el espejo de la Palabra y hacerla vida es necesario si no quiero correr el peligro de esforzarse por nada y llegar a ninguna parte. 

En adviento he de estar atento al peligro de ahogarme en mi propio egocentrismo. Y lo hago cuando me obsesiono por esperar el retorno de un pasado glorioso que fue o un futuro que de hecho es inexistente. Cuando uno cree que cualquier tiempo pasado fue mejor, cuando se pierde la esperanza en Dios y las utopías se desvanecen, nos volvemos reaccionarios. ¿Notas en ti síntomas de ello? ¿Te descubres a ti mismo excesivamente dogmático, cerrado, intransigente, impermeable a todo lo nuevo? Si tu respuesta es sí necesitas urgentemente entrar en Adviento.

La esperanza del Adviento se alimenta también del futuro, de la utopía, de la meta que ya se divisa más o menos cercana, del triunfo que ya se saborea. He dicho "se saborea", en presente, porque como dice san Agustín, "tres cosas que existen de algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que existan: presente de cosas pasadas (recuerdos), presente de cosas presentes (visión) y presente de cosas futuras (expectación)” (Confesiones, L. XI,XX,26). La esperanza es, pues, del presente.

El futuro es una realidad cuando afecta al presente, lo único real. La utopía es motor en el presente, fuerza que pone en marcha el hoy; no es embobamiento en el mañana que se espera de brazos cruzados. Si la ilusión -utopía- del futuro no te está dinamizando, si no avanzas en tu vida espiritual y en tus compromisos personales, ¿no será que has perdido la brújula? Esa brújula es Jesús. Cuando te desorientas y desesperas, ¿no será que te obsesiona volver a un pasado inexistente o alcanzar un futuro de consumo, poder, apariencias o tranquilidad de conciencia,  que no es el futuro de Cristo? 

Adviento te llama a esperar ante todo en y a Dios, y con él afianzar tu esperanza en que puedes trabajar por un mundo nuevo unido a otros muchos. Quien no espera nada de Dios corre el riesgo ahogarse en la desesperanza y el abatimiento cuando se le hace insoportable el camino de la vida y sobreviene el fracaso. “Quien no espera nada de los demás, acaba marginándolos. Quien no espera nada de sí mismo acaba autodestruyéndose. La vida se edifica sobre la esperanza. Y la esperanza nace de la conciencia de lo que se cree” (Ricardo Mª Carles). 

Importante la interacción de las tres virtudes teologales. ¿Qué esperas de Dios? ¿Qué esperas del prójimo? ¿Qué esperas de ti mismo? No olvides que la esperanza es esa virtud que va de la mano de sus dos hermanas, la fe y la caridad; para vivir en esperanza cree en Dios, cree en el hermano y cree en ti mismo; ama a Dios, ama a tu prójimo y ámate a ti mismo. Ama tu realidad con el mismo amor con que Dios la ama. 

* * *
Quedan poco más de cuatro semanas para esta Navidad tan atípica de 2020. Examina tu esperanza en estos días de limitaciones sociales y económicas. Se espera una navidad donde el consumo va a perder puntos y la limitación de personas en reuniones familiares va a hacer más visible la necesidad que tenemos de cercanía. Aprende en adviento a ver en esto una oportunidad para humanizar más la Navidad, para prescindir de el elementos y abalorios que le son ajenos; y sé consciente de que una Navidad más humana, despojada de oropeles,  es una Navidad más divina. 

Casto Acedo GómezNoviembre 2020. paduamerida@gmail.com.

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