sábado, 7 de noviembre de 2020

Sabiduría y atención a la vida (Domingo 8 de Noviembre)

 El bloguero anda en sequedad, no espiritual, sino de los ojos. Exceso de pantalla. Pero, por no faltar a la cita a la que ha sido fiel durante años se limita  a colgar la entrada de hace tres  años sin apenas revisión. Aquí la tenéis, aunque con un cierto retraso frente a los plazos habituales.

 Ciclo A: Sb. 6, 13-17Sal 62,2-81 Tes. 4,12-17Mt. 25, 1-13.

 

El ser humano no se limita a encajar sus días automáticamente en el puzle de la naturaleza y la historia. No solamente ve y vive, sino que se pregunta por lo que ve y lo que vive; tiene sed de saber, de comprender, de unificar sus experiencias en un todo. Es connatural a toda persona el deseo de salir de sí a la búsqueda respuestas acerca de la vida; intuye que más allá de las apariencia se esconde un misterio. Hay en la persona sed de Sabiduría:  “mi alma está sedienta de ti” (Sal 62,2). Al hombre que adquiere el conocimiento y la visión adecuada de la vida se le llama sabio. 
 
¿Quién es sabio?
 
¿Qué es un sabio? No es precisamente quien tiene un coeficiente intelectual alto y es capaz de almacenar y procesar datos en su cerebro. De ser así, cualquier computadora de hoy sería más sabia que cualquier humano, porque nadie es capaz de almacenar y cruzar datos con tanto orden y precisión como lo hace un chip informático. Para ser sabio no basta saber cosas, hay que conocer y vivir la propia vida en libertad de forma gratificante. Y eso no lo puede hacer ni  puede dárnoslo hecho ninguna computadora. La sabiduría auténtica no tiene medida ni cálculo, forma parte de lo “indescifrable” (el misterio) de la persona. “Radiante e inmarcesible es la sabiduría”, (Sab 6,13).
 
¿Dónde está la auténtica sabiduría? ¿Se puede comprar con dinero? ¿Será sólo asequible para los privilegiados que pueden acceder a grandes centros universitarios? ¿Se hallará en las facultades universitarias de ciencias puras, sociales o humanas? ¡Nada de eso! No necesitamos estudios superiores ni riquezas materiales para adquirirla: “Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien la busca no se fatigará, pues a la puerta la hallará sentada” (Sb 6,14-15). 

El estudio-trabajo compulsivo y la acumulación de teorías, más que una ventaja son un obstáculo insalvable para adquirir sabiduría. La  sabiduría auténtica no se adquiere por la dedicación al estudio ni la acumulación de títulos académicos, sino por la disposición del corazón. "No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente", dijo San Ignacio de Loyola. 

Para adquirir la sabiduría cristiana hay que vaciarse de saberes aprendidos en la escuela; porque “ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella; en los caminos se les muestra benévola, y les sale al encuentro en todos sus pensamientos” (Sb 6,17). 

La sabiduría de Dios, por tanto, sale a tu encuentro;  y para dejarte alcanzar sólo te pide entrar en silencio contemplativo para, de este modo, abrir tu mente y tu corazón. Ahora bien, cuando te mantienes despierto, fiel al ejercicio que supone la práctica de la meditación y contemplación,  ¿cómo saber si estás ya en la verdadera sabiduría? La respuesta te la da Jesús: Pues, por sus frutos la conocerás (cf Mt 7,16). Porque la auténtica sabiduría te da serenidad, paz, alegría, vida; mientras que el falso saber engendra la desorientación, la crispación, el cansancio, la oscuridad y la muerte. Revisa a dónde te conduce el saber o la sabiduría que gobierna tu vida y juzga por ti mismo si estás en el lado bueno. Sino, ¡atento! 


 
La sabiduría es amante, despierta, prudente, fuerte...

"Pensar en la sabiduría es prudencia consumada, y quien vela por ella, pronto se verá sin afanes” (Sab 6,14) . Según ésto, una de las actitudes cristianas más importantes relacionadas con la sabiduría es la vigilancia; y de ello nos habla la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1-13). La vigilancia es la virtud de los que esperan, y también de los sabios. 

El sabio se ejercita en la vigilancia, en el cuidado y atención del jardín de la sabiduría, para que no crezca en él la cizaña de la mentira.  El cuidado atento y la atención en esperanza son el aceite que se necesita para que prenda en el alma la sabiduría. Con el cuidado de las virtudes y la mirada en Él nos disponemos para recibirla  (cf 1 Cor 1,7-2.16).

¿Cuáles son esas virtudes que propiciarán el encuentro con la verdadera sabiduría? ¿Qué aceite necesita mi lámpara?  

* La primera virtud es el amor (caridad), porque nadie está expectante y alegre esperando que venga algo o alguien a quien no ama; si no tienes amor ni a Dios ni al prójimo, no esperarás nada de ellos; con amor adquirirás el conocimiento que no se adquiere con las letras y los números. Se trata de una espera orante. Lo dice santa Teresa, que de esto sabía mucho: no consiste la cosa en "hablar mucho, sino en amar mucho".
 
* Junto al amor la oración; el mismo Jesús dice “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26,41); estas palabras las pronunció en Getsemaní, el lugar de la huída; te conviene pues orar, sobre todo cuando te acosa el desánimo y el deseo de abandonar. Perseverancia.
 
* También es importante la prudencia, porque la tentación es connatural al hombre y cuando ésta llega se hace imprescindible la sensatez y el buen juicio; Adán y Eva en el paraíso, David en la terraza de su casa, Pedro en casa de Anás, ¿habrían caído si realmente hubieran “vigilado” con prudencia?; ¡de cuántas caídas te librarás si eres prudente! No olvides que el diablo, señor de la necedad y la mentira, aprovecha la imprudencia, el descuido y la distracción para hacerse con su presa. 
 
* Finalmente, la virtud de la esperanza me va a pedir fortaleza; el aceite de las lámparas que las vírgenes prudentes tuvieron en abundancia nos recuerda la unción bautismal (“para que el poder de Dios te fortalezca te ungimos con éste óleo de salvación”) por la que el bautizado es fortalecido para vivir con éxito el mandamiento del amor, la vida de oración, y la práctica de los preceptos evangélicos como hombre prudente que edifica su vida sobre roca (cf Mt 7,24,27). No olvides que los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía son un segundo bautismo purificador y regenerador; acude a ellos para llenar tu alcuza con el  aceite de las virtudes. 


* * *
Sé, pues, vigilante, porque el enemigo, como león rugiente,  ronda buscando a quien devorar (cf 1 Pe,5-8). Despierta tus sentidos, atento a las fauces del león que a veces es tu propio ego que se resiste a  dar paso al hombre nuevo que hay en ti, otras veces es el sistema social injusto que te arrastra, en otros momentos es la mentalidad consumista que aturde tus sentidos, no pocas veces lo son los medios de comunicación que manipulan la verdad ofreciendo solo una cara de la noticia, o el mismo sistema educativo impuesto que a menudo no forma personas sino ciudadanos y súbditos serviles.

 ¡Estate alerta! Que nada acabe devorando la sabiduría que has adquirido en la cercanía de Jesús. Mantente firme y alcanzarás el premio; se colmarán todas tus esperanzas. Si te mantienes vigilante y fiel no sólo adquirirás la sabiduría necesaria para vivir con gozo el día a día de tu vida, sino que, además, te estarás garantizando el triunfo definitivo, cuando el Señor te lleve con él en la resurrección final (cf 1 Tes 4,13); entrarás entonces en el banquete de bodas preparado para los que esperan al Esposo con sus lámparas encendidas (cf Mt 25,10). 

Es tu responsabilidad. La esperanza, la fe y el amor son intransferibles, si fuera posible creer, amar y esperar por otro, ¿no habrían compartido las vírgenes sensatas su aceite con las necias? (Mt 25,8-9). Hay cosas que nadie puede vivir  por ti. No te duermas, ama, reza y se prudente. Sé sabio.

Casto Acedo . Noviembre 2020. paduamerida@gmail.com.

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