Santa María, Madre
de Dios, ciclo B
Num 6,22-27 - Gal
4,4-7 -
Lc 2,16-21
Quienes promueven consumo, desigualdad, injusticia; solo
buscan
amontonar dinero, destruyendo
la vida humana y la madre tierra.
Las consecuencias están a la vista: niños golpeados por la miseria…
jóvenes
desorientados… campesinos expulsados de sus tierras…
obreros explotados…
ancianos marginados y abandonados…
Muy diferente la misión de Jesús el
Salvador: sana a los enfermos,
da de comer a los hambrientos, acoge y perdona
a los pecadores…
Los pastores van de prisa a Belén
Según el Evangelio de Lucas, el Ángel del Señor se
aparece,
no a los sacerdotes del templo, ni a los fariseos y
maestros de la ley;
sino a unos pastores que pasan la noche cuidando sus
ovejas.
Ellos al escuchar la Buena
Noticia del nacimiento de Jesús,
van de prisa a Belén y encuentran al niño acostado en un establo.
En este niño está presente Dios como Salvador, Mesías, Señor…
ciertamente, los
caminos de Dios no son como los nuestros (Is 55,8).
Tratándose de pastores y ovejas,
escuchemos a Jesús que dice:
Si alguien tiene
cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa
y nueve, y va en
busca de la extraviada hasta encontrarla? (Lc 15).
En otra ocasión, Jesús se presenta como el verdadero Pastor
de su pueblo: El ladrón solo viene para robar,
matar y destruir.
Pero yo he venido
para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Yo soy el buen
pastor que da su vida por las ovejas (Jn 10,10s).
Durante la última cena, después de
lavar los pies a sus discípulos,
Jesús les dice: Ustedes
me llaman Maestro y Señor, y dicen
bien.
Si yo, que soy el
Maestro y el Señor, les he lavado los pies,
también ustedes
deben lavarse los pies unos a otros (Jn 13,13ss).
Hoy, hace falta seguir el ejemplo de Jesús pobre y servidor,
dejando de lado el
narcisismo que solo mira la propia imagen
y no ve la imagen
de Dios impresa en el rostro de los otros,
especialmente de
los más débiles y necesitados (Papa Francisco).
María, madre de Jesús y madre nuestra
Mientras Jesús enseña a la multitud, una mujer alza la voz
y exclama: Feliz la
mujer que te dio a luz y te crió.
Sin quitar méritos a su madre, Jesús amplia esta
felicidad a todos
los que escuchan la
Palabra de Dios y la practican (Lc 11,27s).
Al respecto, María después de escuchar el mensaje del
ángel Gabriel,
dice: Yo soy la
servidora del Señor, que se cumpla en mí tu palabra.
Por eso, precisamente, por su fidelidad y entrega a la
Palabra de Dios
le seguimos diciendo: Bendita
eres entre las mujeres.
Durante aquella boda en Caná de
Galilea, María le dice a su hijo
Jesús: No tienen vino. Luego, dirigiéndose
a los servidores añade:
Hagan todo lo que Él le diga. Gracias a esta intervención, Jesús hace
su primera señal
milagrosa y sus discípulos creen en Él (Jn 2).
Desde entonces, María como buena madre nos sigue
invitando:
a escuchar las enseñanzas de su Hijo Jesús y a ponerlas
en práctica,
a comprometernos con los necesitados siendo simples
servidores.
María acompaña a su Hijo Jesús desde
Belén hasta el Calvario.
Con el corazón atravesado de dolor, escucha el testamento
de Jesús:
Mujer, ahí tienes a
tu hijo… Hijo, ahí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
María está presente allí donde la muerte es semilla de
una nueva vida,
espera lo imposible, o mejor, por su fe hace posible lo
imposible.
Por su corazón pasan tristezas y gozos, angustias y
esperanzas.
Como toda madre: observa…
escucha… y medita en su corazón.
Al niño le ponen por nombre Jesús
Dios realiza una alianza con Abraham, haciendo de él -a
pesar
de sus noventa y nueve años- padre de una multitud de
pueblos.
Para pertenecer al pueblo de Dios, los varones deben
circuncidarse.
José y María,
fieles a la tradición religiosa de su pueblo, al octavo
día del nacimiento del niño -rostro humano de Dios- van a
Jerusalén;
allí circuncidan al niño y le
ponen por nombre Jesús (=Dios
salva).
En la Biblia, nombre y persona es lo
mismo. Por eso, S. Pablo dice:
Dios exaltó a Jesús
y le dio un nombre que está sobre todo nombre,
para que ante el
nombre de Jesús, todos doblen las rodillas,
y todos proclamen
que Jesucristo es el Señor (Flp 2,9-11).
Que Dios infunda en nuestros corazones
el Espíritu de su Hijo,
para que vivamos como
hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Esta es la
Felicidad que les deseo para el Año Nuevo 2015.
J. Castillo A.
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