IV Domingo de
Adviento, ciclo B
2Sam 7,1-16 - Rom
16,25-27 - Lc 1,26-38
Un día, el párroco visita a una anciana pobre y enferma;
mientras
conversan, ella le dice: Soy madre soltera… El que le abrió la puerta
es mi hijo, solo él
me atiende día y noche… Sin embargo, por consejo
de una amiga
intenté varias veces abortarlo… Ahora, antes de morir,
¿le puedo decir
todo esto a mi hijo? Después de guardar silencio,
ambos se pusieron a rezar: Alégrate, María, llena de gracia,
el Señor está
contigo… Bendita eres entre todas las mujeres…
Bendito es el fruto
de tu vientre… Ruega por nosotros, pecadores…
No temas, María, concebirás y darás a luz un hijo
María es mujer…
es joven… es pobre… sin títulos ni privilegios.
Es esposa de José, descendiente de David (Mt 1,20).
Ella vive en Nazaret, un pequeño y despreciado pueblo de
Galilea.
¿De Nazaret puede
salir algo bueno? pregunta Natanael (Jn 1,46).
Sin embargo, el proyecto de salvación que viene de Dios
se realiza,
no desde el poder político, económico y religioso de
Jerusalén,
sino desde los marginados: Dios mira la pequeñez de su servidora.
Dios envía al ángel Gabriel (=Dios es fuerte. Quién como Dios)
a casa de María (=Amada
de Dios. Dios es mi Señor),
para decirle: Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.
María quiere saber lo que significa estas palabras,
por eso el ángel le dice: No temas, concebirás y darás a luz un hijo.
No tener miedo… concebir… dar a luz…
tienen relación
con algo fundamental en todo ser humano: el derecho a la
vida.
Pues bien, faltando pocos días para celebrar el
nacimiento de Jesús,
sigamos el ejemplo de María que acoge el don de la vida,
y acepta ser la madre de Jesús: Que se haga en mí lo que has dicho.
Defendamos la vida, sobre todo, allí
donde la vida no vale nada…
¿Qué hubiera sucedido si José denunciaba o abandonaba a
María?
Sin embargo, José -siendo hombre justo- escucha la voz de
Dios
y acoge a María su esposa, llevándola a su casa (Mt
1,18-25).
Madre de los pobres y de los peregrinos de América Latina
Sigamos invocando a María, madre de Jesús y madre nuestra,
como lo hizo el cardenal argentino Eduardo Pironio
(1920-1998):
Virgen de la esperanza, Madre de los pobres,
Señora de los que
peregrinan: óyenos.
Hoy te pedimos por
América Latina,
el Continente que
tú visitas con los pies descalzos,
ofreciéndole la
riqueza del Niño que aprietas en tus brazos.
Un Niño frágil, que nos hace fuertes.
Un Niño pobre, que nos hace
ricos.
Un Niño esclavo, que nos hace
libres.
Virgen de la esperanza, América
despierta.
Sobre sus cerros despunta la luz de una mañana nueva.
Es el día de la
salvación que ya se acerca.
Sobre los pueblos
que marchaban en tinieblas,
ha brillado una
gran luz.
Esa luz es el Señor que tú nos diste,
hace mucho, en Belén, a
medianoche.
Queremos caminar en la
esperanza.
Madre de los pobres: hay mucha
miseria entre nosotros.
Falta el pan material en muchas casas.
Falta el pan de la
verdad en muchas mentes.
Falta el pan del
amor en muchos hombres.
Falta el Pan del
Señor en muchos pueblos.
Tú conoces la pobreza y la viviste,
danos el alma de pobres para
ser felices.
Alivia la miseria de los
cuerpos y arranca del corazón
de tantos hombres el egoísmo
que empobrece.
Que los obispos tengan un corazón de padre.
Que los sacerdotes
sean los amigos de Dios para los hombres.
Que los religiosos
muestren la alegría anticipada del Reino.
Que los laicos
sean, ante el mundo, testigos del Señor resucitado.
Y que caminemos juntos con todos los hombres,
compartiendo sus angustias y
esperanzas.
Que los pueblos de América
Latina
vayan avanzando hacia su
liberación integral,
por los caminos de la paz en la
justicia.
J. Castillo A.
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