miércoles, 17 de diciembre de 2014

Para Dios todo es posible

IV Domingo de Adviento, ciclo B
2Sam 7,1-16  -  Rom 16,25-27  -  Lc 1,26-38

   Un día, el párroco visita a una anciana pobre y enferma; mientras
conversan, ella le dice: Soy madre soltera… El que le abrió la puerta
es mi hijo, solo él me atiende día y noche… Sin embargo, por consejo
de una amiga intenté varias veces abortarlo… Ahora, antes de morir,
¿le puedo decir todo esto a mi hijo? Después de guardar silencio,
ambos se pusieron a rezar: Alégrate, María, llena de gracia,
el Señor está contigo… Bendita eres entre todas las mujeres…
Bendito es el fruto de tu vientre… Ruega por nosotros, pecadores

No temas, María, concebirás y darás a luz un hijo
   María es mujer… es joven… es pobre… sin títulos ni privilegios.
Es esposa de José, descendiente de David (Mt 1,20).
Ella vive en Nazaret, un pequeño y despreciado pueblo de Galilea.
¿De Nazaret puede salir algo bueno? pregunta Natanael (Jn 1,46).
Sin embargo, el proyecto de salvación que viene de Dios se realiza,
no desde el poder político, económico y religioso de Jerusalén,
sino desde los marginados: Dios mira la pequeñez de su servidora.
   Dios envía al ángel Gabriel (=Dios es fuerte. Quién como Dios)
a casa de María (=Amada de Dios. Dios es mi Señor),
para decirle: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
María quiere saber lo que significa estas palabras,
por eso el ángel le dice: No temas, concebirás y darás a luz un hijo.
   No tener miedo… concebir… dar a luz… tienen relación
con algo fundamental en todo ser humano: el derecho a la vida.
Pues bien, faltando pocos días para celebrar el nacimiento de Jesús,
sigamos el ejemplo de María que acoge el don de la vida,
y acepta ser la madre de Jesús: Que se haga en mí lo que has dicho.
   Defendamos la vida, sobre todo, allí donde la vida no vale nada…
¿Qué hubiera sucedido si José denunciaba o abandonaba a María?
Sin embargo, José -siendo hombre justo- escucha la voz de Dios
y acoge a María su esposa, llevándola a su casa (Mt 1,18-25).

Madre de los pobres y de los peregrinos de América Latina
   Sigamos invocando a María, madre de Jesús y madre nuestra,
como lo hizo el cardenal argentino Eduardo Pironio (1920-1998):
Virgen de la esperanza, Madre de los pobres,
Señora de los que peregrinan: óyenos.
Hoy te pedimos por América Latina,
el Continente que tú visitas con los pies descalzos,
ofreciéndole la riqueza del Niño que aprietas en tus brazos.
Un Niño frágil, que nos hace fuertes.
Un Niño pobre, que nos hace ricos.
Un Niño esclavo, que nos hace libres.
Virgen de la esperanza, América despierta.
Sobre sus cerros despunta la luz de una mañana nueva.
Es el día de la salvación que ya se acerca.
Sobre los pueblos que marchaban en tinieblas,
ha brillado una gran luz.
Esa luz es el Señor que tú nos diste,
hace mucho, en Belén, a medianoche.
Queremos caminar en la esperanza.
Madre de los pobres: hay mucha miseria entre nosotros.
Falta el pan material en muchas casas.
Falta el pan de la verdad en muchas mentes.
Falta el pan del amor en muchos hombres.
Falta el Pan del Señor en muchos pueblos.
Tú conoces la pobreza y la viviste,
danos el alma de pobres para ser felices.
Alivia la miseria de los cuerpos y arranca del corazón
de tantos hombres el egoísmo que empobrece.
Que los obispos tengan un corazón de padre.
Que los sacerdotes sean los amigos de Dios para los hombres.
Que los religiosos muestren la alegría anticipada del Reino.
Que los laicos sean, ante el mundo, testigos del Señor resucitado.
Y que caminemos juntos con todos los hombres,
compartiendo sus angustias y esperanzas.
Que los pueblos de América Latina
vayan avanzando hacia su liberación integral,
por los caminos de la paz en la justicia.      
J. Castillo A.

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