1º Domingo de Adviento, ciclo B
Is 63,16-19; 64,1-8 - 1Cor
1,3-9 -
Mc 13,33-37
Jesús narra a sus discípulos una breve
pero significativa parábola,
para
explicarles que ha llegado su hora, el momento de ausentarse.
Pero, antes de morir crucificado, quiere
dejar la
casa organizada.
Por
eso, dirigiéndose a sus seguidores -su nueva familia- (Mc 3,31ss),
Jesús
da
a cada uno su tarea, y pide que estén atentos y vigilantes.
El
dueño de casa da a cada uno su tarea
En aquella época, entre los seguidores/as de Jesús están:
-varios
pescadores de Galilea (Mc 1,16ss),
-un cobrador de impuestos para el
imperio romano (Mc 2,13ss),
-los Doce, entre ellos Judas Iscariote
que le traicionó (Mc 3,13ss),
-el ciego de Jericó que recuperó la
capacidad de ver (Mc 10,46ss),
-varias mujeres que le acompañaron hasta
el Calvario (Mc 15,40ss).
De
esta manera, Jesús formó una familia,
una comunidad,
no
para que realicen ceremonias religiosas rutinarias,
sino
para que oigan la Palabra de Dios y la practiquen (Lc 8,21),
y anuncien
el Reino de Dios y sanen a los enfermos (Mc 6,12s).
Anunciar
el Reino y sanar enfermos, no fue fácil para Jesús.
Por
ejemplo, después que sana a un hombre (era un día sábado),
los fariseos y herodianos buscan matar a Jesús (Mc 3,1ss).
También,
cuando Jesús vuelve a Nazaret y enseña en la sinagoga,
sus
paisanos y parientes no creen en Él, sorprendidos preguntan:
¿No es
éste el carpintero, el hijo de María?... (Mc 6,1ss).
Desde
su experiencia, el Profeta de Nazaret nos sigue diciendo:
*Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo,
cargue con su cruz y sígame. El que
quiere salvar su vida la perderá,
y el que la pierda por mí y por el
Evangelio, la salvará
(Mc 8,34ss).
*Les entregarán a los tribunales, les azotarán
en las sinagogas.
Por mi causa serán llevados ante los
gobernados y reyes,
así podrán dar testimonio de mí delante de ellos. Pero antes,
se anunciará el Evangelio a todas las
naciones
(Mc 13,9ss).
Lo
que les digo a ustedes se lo digo a todos: Vigilen
Han pasado muchos siglos desde que Jesús
pronunció este mensaje.
Adviento -que significa venida- es algo más que cuatro semanas…
Debe
ser un tiempo permanente de vigilancia y espera,
pues
Jesús viene constantemente en sus hermanos/as excluidos.
Hoy
¿permanecemos vigilantes en la tarea que Jesús nos confió?
Sería
lamentable formar parte de una comunidad
cristiana dormida:
-incapaz de
ver el sufrimiento… y de oír el lamento de los pobres,
-preocupada por los adornos superfluos y
el consumismo material,
-esclava del “cumplo-y-miento” de costumbres humanas.
Para Jesús, vigilar es servir a sus hermanos
y hermanas:
hambrientos, sedientos, inmigrantes,
desnudos, enfermos, presos.
¿Qué
nos impide sacar de nuestros corazones la indiferencia?
Vigilar
es ir a las verdaderas causas de tanta pobreza y miseria.
Pues,
es un escándalo que en países con tantos millones de cristianos,
siga
creciendo el abismo que hay entre ricos
cada vez más ricos,
a costa de pobres cada vez más pobres (DP, 1979,
n.30).
Vigilar
es hacer realidad una verdadera comunidad, donde todos:
vivamos
como hijos de Dios y como hermanos
entre nosotros.
Solo
así, desde el fondo del corazón diremos la oración de los pobres:
Padre nuestro… Danos hoy nuestro pan de
cada día...
(Mt 6,9ss).
Hace
falta compartir para que no haya
ningún necesitado (Hch 4,34).
Vigilar
es purificar nuestros templos del
escándalo de los precios:
bautismo, tanto; misa, tanto… lo dice el
Papa (21 nov. 2014).
Que
nuestra Eucaristía -insiste el Papa
Francisco (8 nov. 2017)-
no sea un espectáculo… donde se ve tantos celulares elevados.
Vigilar
es sentir que la Madre Tierra está
gravemente herida.
Todos
somos culpables de contaminar los lagos, los ríos y el mar…
Sin
embargo, tienen más responsabilidad los grandes empresarios,
que
no escuchan el clamor de la tierra, ni el
clamor de los pobres.
Vigilar
es permanecer despiertos para
anunciar el Reino de Dios,
no
solo con palabras… sino con el testimonio de nuestras obras,
haciendo
buen uso de nuestros ojos, oídos, labios,
manos y pies.
Ojos que ven el sufrimiento
que hay cerca y lejos de nosotros.
Oídos que escuchan el lamento de
las personas despreciadas.
Labios que anuncian el Reino de
Dios y su justicia.
Manos que construyen una Iglesia pobre entre los pobres.
Pies que caminan por ciudades y
pueblos para dar vida.
J. Castillo A.
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