viernes, 2 de octubre de 2015

"Lo que Dios ha unido" (Domingo 4 de Octubre)

27º Domingo del Tiempo Ordinario .

La liturgia de hoy nos lleva a abordar el tema de la fidelidad matrimonial y el divorcio; es este último  un fenómeno que debería ser excepcional pero que ha llegado a ser casi normal. Si hace unos decenios afrontar el divorcio era algo excepcional, hoy la excepción es encontrar quien crea y defienda la posibilidad de una  fidelidad eterna. Estamos ante una realidad propia y lógica en nuestro tiempo: en un mundo donde no se admiten verdades absolutas, donde todo se relativiza, se deja de creer también en el amor absoluto. Los tiempos que corren son reacios a admitir un Dios único y eterno del que dimane una verdad que sea tan eterna y única como Él. Pero ¿qué dios sería aquel que se muda con los tiempos y que solo se ocupa del hombre cuando éste resulta de su agrado?  Ese no sería el Dios de los cristianos. 

Nuestra adhesión al pensamiento de Jesucristo  nos predispone a aceptar al Dios que se revela con un amor total, lo que implica responder con la misma moneda y aceptar de entrada todos los puntos de su doctrina; y sabemos que llevar todo lo que propone a la práctica no es tarea pequeña; por eso nos empeñamos con tesón en la labor.  Este es el compromiso. Pero la verdad es que a la hora de afrontar algunos temas de moral cristiana que no gozan del consenso social, o que forman parte de nuestras propias dudas de fe, perdemos ímpetu para abordar su defensa, o para vivirlos desde el enfoque común de la Iglesia; máxime cuando este tema nos obliga a tomar postura porque,  cada día más, nos afecta directamente o indirectamente, bien sea personalmente o por  aquellos a los que estamos vinculados familiar o afectivamente. Cuando nos tocan de cerca los casos de divorcio o separación, también quienes hemos optado por seguir a Jesús entramos en crisis; nos cuesta aceptar la contradicción y el sufrimiento que lleva consigo la fidelidad. Y es que, al hablar de divorcio,  lo que Jesús quiere destacar ante todo es la grandeza del amor sin límites.
 
Cuando el evangelio crea conflictos.
 
Podemos decir que, en este punto del “amor matrimonial para siempre”, la Biblia no coincide con el pensamiento dominante en nuestra sociedad. En los puntos en que hay coincidencia entre Biblia y pensamiento social imperante -“no matarás, no robarás, amarás al prójimo”- la predicación y  asimilación del mensaje de Jesús es fácil. Sin embargo, cuando nos situamos ante temas cuya postura cristiana es rechazada por parte de la sociedad, se hace más incómodo predicar y es más improbable el arraigo social del consejo evangélico.
 
Decir de entrada que es lógico que haya fricciones entre la enseñanza evangélica y el pensamiento del mundo; ¿no ocurrió esto con la persona de Jesús? De no ser así en tiempos de Jesús no le habrían crucificado. Jesús es presentado en el evangelio de Lucas como “signo de contradicción” (Lc 2,34). Y con Él sus seguidores han de ser también fuerza de choque, alternativa de propuestas nuevas y sorprendentes por la opción radical a favor del perdón y el amor. En el caso que nos pone delante el evangelio de Mc 10,2-16,  al entrar en la disputa sobre el divorcio Jesús quiere poner en evidencia que estamos llamados a ser testigos del amor de Dios en el mundo, el amor de Jesucristo,  un amor que ha apostado por el hombre y ha llegado hasta el final, hasta dar la vida incluso por aquellos que han llegado a tal grado de infidelidad que son la causa de su propia muerte: nosotros. ¿Está este amor al alcance del hombre? ¿Es una utopía? ¿No es algo demasiado idealista?
 
Jesús nos quiere hacer conscientes del compromiso de fidelidad radical que se adquiere en el matrimonio. El compromiso matrimonial es para siempre, “hasta que la muerte los separe”, “ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10,8-9). En el texto paralelo del evangelio de Mateo, a los discípulos eso de "para toda la vida" les pareció demasiado duro e inaceptable y dijeron a Jesús: "Si tal es la situación del hombre con respecto a  su mujer no tiene cuenta casarse" (Mt 16,10). Y Jesús les da a entender que no todos pueden hacer esto sino solo aquellos a quienes Dios se lo da a entender y se lo concede (cf. Mt 19, 10-11).
 
El matrimonio, don de Dios.
 
La clave para entender este precepto tan duro de la fidelidad matrimonial está en Dios.  El amor matrimonial hasta la muerte sólo se puede entender  como un don de Dios. La fidelidad absoluta sólo es posible para Dios, el hombre, limitado por sus pasiones (pecados), solamente puede alcanzar la salvación tomado de la mano del Todopoderoso. Para eso tiene el hombre la  ayuda  de la gracia que recibe en el sacramento del Matrimonio y en los demás sacramentos. Ese es el plus, la demasía que añade el sacramento al contrato matrimonial. Situados ante el hecho matrimonial cristiano no estamos ante algo que afecta solo a dos personas; se debe contar con una tercera: Jesucristo.

Se ha apuntado últimamente que habría que revisar muchas cosas en lo referente al matrimonio cristiano. ¿Es para todos o para los llamados a él?, es decir ¿hay que tener vocación para el matrimonio? Cuando la costumbre de "casarse por la iglesia" ha sido la norma, sin planteamientos de vivencia cristiana de fondo en la pareja, ¿podemos hablar en serio de "matrimonio cristiano"? Porque no se puede pedir a una pareja que desconoce los misterios del amor de Dios revelados en Jesucristo que se empeñe en una fidelidad prometeica. Sin fe y experiencia cristiana el matrimonio en fidelidad eterna no de deja de ser un despropósito, un proyecto abandonado al azar y la suerte. 
 
La riqueza del “amor cristiano”, incluida su dimensión esponsal, nace de la Pascua.  La persona de Jesucristo -el compromiso de amor que supone y significa el hecho de su  encarnación, muerte y resurrección- es  la piedra angular sobre la que se construye toda la vida del discípulo, y como parte de esa vida su opción por el matrimonio o por el celibato. Sin la experiencia pascual el texto evangélico de este domingo ("lo que Dios ha unido no lo separe el hombre") suena a hueco, a discurso vacío, a romanticismo trasnochado, a música celestial. Cualquiera que piense como el mundo y no como Dios comprende que vivir atado a una persona durante toda la vida no tiene porqué ser una obligación; si se “acaba” el amor, si la convivencia se hace imposible, si la pareja no funciona, etc., ¿habrá que seguir manteniendo un lazo inexistente de hecho? Es aquí donde entra la “sinrazón del evangelio”, lo incomprensible del mensaje de Jesús, el amor incondicional, la fidelidad más allá de las palabras, hasta la muerte,  el amor en la dimensión de la cruz, que busca contra toda esperanza la conversión del otro y la vuelta a la unidad. ¿No fue un amor así el de Cristo crucificado?
 
Casarse por/en la Iglesia.
 
Puede que el problema hoy no esté en el aumento de divorcios, sino en el miedo que nuestra sociedad está experimentando a la hora de pensar en  el matrimonio. ¿Miedo al amor?  El matrimonio cristiano es, valga la redundancia, para aquellos que “aman el amor”, aquellos que han optado en su vida por el seguimiento de Jesucristo y están dispuestos a amar a su esposa o esposo como Cristo ama a su Iglesia (cf Ef 5,31-32). Ya dije en otro lugar que  la familia cristiana es el fruto de un matrimonio, de una pareja, “casados en el Señor”; que no es lo mismo que “casados por la Iglesia”. Todos sabemos que son muchos los que se casan por la Iglesia, pero ¿podemos decir que todos los que se casan por la Iglesia lo hacen a sabiendas de lo que comporta el matrimonio cristiano? Ciertamente  no.

"Lo que Dios ha unido", dijo Jesús. Lo que Dios ha unido. Es verdad que donde hay amor está Dios, pero ¿son conscientes todas las parejas que se casan en la Iglesia de esa presencia de Dios que les une?  Cuando celebran el matrimonio ¿lo entienden como don de Dios o lo reducen a tarea humana?  Sin "Dios en medio" ¿será posible la fidelidad? El único amor eterno por definición es el de Dios; es el amor que no se acaba; el amor humano -amor conyugal incluido- es limitado, débil, necesitado. Lo que define como cristiano un amor es la grandeza del amor eterno de Cristo.  Cristiano es el matrimonio formado por una pareja que comparte una experiencia religiosa común, que da paso y enriquece su vivencia humana del amor con la dimensión divina del mismo; cristiano es el matrimonio que ha dado paso a Dios en su historia, que le deja actuar desde la fe y la celebración sacramental. Cuando se da paso a Jesús en la vida familiar, Dios entra a formar parte de la familia que le acoge,  como formó parte de la familia de Nazaret.
 
Desgraciadamente, sabemos que muchas de las parejas que se acercan al sacramento del matrimonio son personas bautizadas, cristianos de derecho,  pero que ni practican la fe ni tienen intención de practicarla, personas para las que Dios no cuenta nada en sus vidas. Y no se puede vivir la ley de Dios sin Dios. Sin Dios no podemos amar a una persona cuando la sentimos como enemiga; sin Dios no podemos vivir la virtud de la pobreza, la fecundidad, la fidelidad, etc… sin límites. Sin Dios, ni siquiera se puede entender lo que es el matrimonio como unión de amor permanente entregado “de una vez por todas”, para toda la vida.
 
Que es posible la fidelidad hasta la muerte lo han demostrado muchos matrimonios a lo largo de la historia; con sus momentos de gozo y con sus sufrimientos, con su placidez y sus circunstancias tormentosas. Para superar la dificultad solo les ha bastado ser conscientes de sus limitaciones y haberse abierto a la Gracia de Dios (contar con Dios) como ayuda necesaria para mantener viva la alianza de bodas más allá de los momentos buenos. La imagen del matrimonio genuinamente cristiano la desvirtúan aquellos que se casan “por la Iglesia”, pero no “en la Iglesia”. Vivir el matrimonio “en la Iglesia” es saber que no se está solo en la aventura de la convivencia matrimonial. Quienes saben  esto suelen recurrir a la oración, al auxilio de los sacramentos, a la pertenencia a grupos de matrimonios cristianos donde compartir la dimensión religiosa de su matrimonio con otras parejas y experimentar  el apoyo de los hermanos en las dificultades familiares y conyugales. Cuando se saben poner los medios necesarios para el cultivo del amor, cuando se pone el esfuerzo necesario para mantener el diálogo con Dios y en la pareja, se comprende que el amor eterno es posible. Casados en el Señor, y en la Iglesia.
 
Casto Acedo Gómez. Octubre 20125  paduamerida@gamil.com.

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