miércoles, 14 de octubre de 2015

Servir y dar la vida

Domingo XXIX, Tiempo Ordinario, ciclo B
Is 53,10-11  -  Heb 4,14-16  -  Mc 10,35-45

   Comprometernos, como Jesús, para que haya verdad donde hay
mentira, libertad donde hay opresión, justicia donde hay corrupción,
paz donde hay violencia… tiene un precio: persecución y muerte.
Sin embargo, la última palabra la tiene Dios, amigo de la Vida.

¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?
   Cuando Jesús anuncia que en Jerusalén será condenado a muerte
y al tercer día resucitará, Santiago y Juan le piden: Concédenos
sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús no les promete nada, solo les pregunta: ¿Pueden beber el cáliz
que yo he de beber o recibir el bautismo que yo voy a recibir?
Cáliz y bautismo se refieren a su pasión, muerte y resurrección;
es el camino que Jesús recorre para darnos vida plena.
Santiago y Juan responden: Podemos. No se imaginan que Jesús,
el rey de los judíos, será crucificado; y junto con Él crucificarán
a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 15).
   Todo cambiará al recibir la fuerza del Espíritu Santo (Hch 2).
*Después de sanar a un paralítico, Pedro y Juan son detenidos.
Cuando les prohíben hablar y enseñar en nombre de Jesús,
Pedro y Juan -llenos del Espíritu Santo- responden:
Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4).
*Al ser encarcelados los apóstoles, el sumo sacerdote les interroga
diciendo: Les hemos prohibido enseñar en nombre de Jesús,
pero ustedes han difundido su doctrina por toda Jerusalén y quieren
hacernos culpables de su muerte. Pedro y los apóstoles responden:
Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5).
*Más tarde, Herodes Agripa I: Ordena perseguir a algunos miembros
de la Iglesia. Hace degollar a Santiago, el hermano de Juan. Viendo
que esto agrada a los judíos, hace arrestar también a Pedro (Hch 12).
   El seguimiento a Jesús hay que realizarlo entre: luces y sombras,
avances y retrocesos, gozos y tristezas, esperanzas y angustias.

El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida
   Los otros diez, al oír esto, se enojan contra Santiago y Juan, porque
ellos también tienen sus intereses personales. El seguimiento a Jesús
lo están convirtiendo en un medio para tener privilegios terrenales.
Jesús, como buen Maestro, aprovecha esta oportunidad para decirles:
*Los jefes de las naciones dominan… y los poderosos oprimen…
Estas palabras de Jesús atraviesan, hoy, la historia de muchos países
con una población mayoritariamente cristiana. Es por eso que nuestros
obispos piden: Que nuestra Iglesia esté libre de ataduras temporales,
de complicidades y de prestigio ambiguo (Medellín, 1968, cap.16).
*A continuación, Jesús añade: No será así entre ustedes, más bien 
el que quiera ser grande que se haga servidor de los demás.
Jesús busca introducir en este mundo una comunidad diferente,
donde no haya dominio y opresión. Se trata de hacer realidad
una comunidad cristiana: -con un estilo de vida sencillo… -cercana
a los pobres… -sin vestimentas ni títulos que expresen grandeza y
poder… -con un rostro auténticamente pobre, misionera y pascual,
desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la
liberación de todo el hombre y de todos los hombres (Medellín, cap.5).
*Luego, hablando con el testimonio de su propia vida, Jesús dice:
El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida en rescate de todos.
Siguiendo las enseñanzas y obras de Jesús, comprometámonos para:
-que no haya niños sin nutrición suficiente, sin educación,
-que no haya campesinos sin tierra para vivir dignamente,
-que no haya trabajadores maltratados y disminuidos en sus derechos,
-que no haya explotación del hombre por el hombre o por el Estado,
-que no haya a quien le sobra mucho, mientras a otros les falte todo,
-que no haya tanta familia mal constituida, desunida, mal atendida,
-que no haya desigualdad en la administración de la justicia,
-que no prevalezca la fuerza sobre la verdad y el derecho,
-que no prevalezca jamás lo económico y lo político sobre lo humano.
(Juan Pablo II, en Santo Domingo, 25 de enero de 1979).
   Al respecto, el Concilio Vaticano II, 1962-1965, nos sigue diciendo:
No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Solo desea una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo,
quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar
y no para juzgar, para servir y no para ser servido (GS, n.3). 
J. Castillo A.

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