miércoles, 21 de octubre de 2015

Recobra la vista y sigue a Jesús

Domingo XXX, Tiempo Ordinario, ciclo B
Jer 31,7-9  -  Heb 5,1-6  -  Mc 10,46-52

   Bartimeo es un hombre ciego, mendigo y marginado. Sin embargo,
se levanta, empieza a ver  y sigue a Jesús, el Profeta compasivo.
   En cambio, muchos preferimos vivir instalados en la mediocridad,
cerrar los ojos a todo sufrimiento, incapaces de seguir a Jesús.
Muy diferente cuando vivimos, como Jesús, sirviendo y dando vida.

Jesús, el Hijo de David, acoge a Bartimeo, el Hijo de Timeo
*Bartimeo a pesar de ser ciego, tiene fe y espera recuperar la vista.
Por eso, una vez que Jesús le acoge, solo le pide una cosa: Ver.
Hermoso testimonio para muchos que vivimos en tinieblas y sombras
de muerte, pues no vemos la opresión que hay en nuestro pueblo.
*Está sentado, postrado al borde del camino, sobrante, desechable…
¿Es justo que los campesinos e indígenas sean expulsados de sus tierras
para vivir después en los cinturones de miseria de nuestras ciudades?
Ciertamente, en todo este proceso, tiene una enorme responsabilidad
el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán
por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos,
y del respeto de la naturaleza (DA, n.473).
*Pide limosna. Su vida depende de las monedas que caen en su manto.
¿Hasta cuándo los más pobres de nuestra sociedad dependerán
de  ciertos ‘proyectos paliativos’ que no van a la raíz del problema?
¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas! Pagan
el impuesto de la menta, del anís, y del comino, pero descuidan
lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.
Guías ciegos, cuelan el mosquito pero se tragan el camello (Mt 23).
*Al oír que Jesús pasa por aquel lugar, Bartimeo se pone a gritar:
¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!... Este grito se asemeja:
al clamor que brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores
una liberación que no les llega de ninguna parte. “Nos estáis ahora
escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro
sufrimiento” (Medellín, Pobreza de la Iglesia, n.2).

Muchos tratan de hacerlo callar
   Al escuchar los gritos de Bartimeo, muchos tratan de hacerlo callar.
¿Será porque no pueden “oír con tranquilidad” las palabras de Jesús?
Como siempre, el grito de los pobres molesta: a los jefes de las
naciones que dominan, y a los poderosos terratenientes que oprimen.
   Jesús se detiene. El profeta de Nazaret no puede seguir su camino,
como hicieron los funcionarios del templo al ver a un herido abandonado.
Los seguidores de Jesús tampoco podemos seguir caminando,
sin escuchar el clamor de los pobres y el clamor de la tierra (LS,49).
   Cuando Jesús dice: Llámenlo, las personas que trataban de marginar
al ciego, le llevan esta Buena Noticia: ¡Ánimo, levántate, te llama!
-Ánimo: es poner esperanza donde parece que todo está perdido.
-Levántate: es el comienzo de un cambio de vida, de una conversión.
-Te llama: Jesús que vino a salvar lo que está perdido, sigue llamando.
¿No es esto lo que muchas personas necesitan escuchar de nosotros?

Bartimeo sigue a Jesús por el camino
   Bartimeo deja su manto, se levanta, se acerca a Jesús y le suplica:
Maestro, que yo pueda ver. Viendo a Jesús su vida cambiará.
Jesús le dice: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante recobra la vista.
   Hoy hacen falta discípulos que actuando como Jesús puedan decir:
Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan sanos,  
los sordos oyen, se anuncia la Buena Noticia a los pobres (Lc 7,22).
Ciertamente, muchas cosas cambiarían si los últimos de la sociedad,
los insignificantes, pudieran: ver, oír, hablar, levantarse, caminar.
   Después de recobrar la capacidad de ver, Bartimeo sigue a Jesús.
Recordemos que antes un hombre se aleja triste porque era muy rico.
Bartimeo, en cambio, se despoja de su manto, el único bien que tiene;
es su abrigo para el frío y es su cobija para dormir (Ex 22,25-26).
Además, en ese manto recibía la limosna que ahora ya no la necesita.
   En nuestra sociedad consumista, hace falta despojarnos de las cosas
superfluas… Solo así, ligeros de equipaje, seguiremos a Jesús pobre.
   Hagamos realidad el llamado que nos hace el Concilio Vaticano II:
La Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad
humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren
la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar
sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo (LG, 8).
J. Castillo A.

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