miércoles, 5 de diciembre de 2012

Preparen el camino del Señor


II Domingo de Adviento (ciclo C)
Bar 5,1-9  -  Flp 1,4-11  -  Lc 3,1-6

Dios habla a Juan, hijo de Zacarías
Los personajes que cita Lucas son los más importantes de su tiempo,
pero también son los responsables del sufrimiento de los pobres.
*Tiberio es la máxima autoridad del imperio romano, fue emperador
del año 14 al 37; gobierna las naciones imponiendo la pax romana.
*El representante de Tiberio en Palestina es el gobernador Pilato.
Recordemos que desde el año 63 antes de Cristo, Roma invadió
el pequeño país de la Palestina estableciendo una dura esclavitud.
Pilato es un personaje cruel e impopular (Lc 13,1-3).
*Antipas y Felipe, hijos de Herodes el grande, gobiernan Galilea
e Iturea, respectivamente. Antipas que se había casado con Herodías
la mujer de su hermano Felipe, ordena encarcelar y matar a Juan.
A los corruptos les incomoda las denuncias proféticas (Mc 6,17-29).
*Anás  es suegro de Caifás, éste fue sumo sacerdote del año 18 al 36;
viven en el barrio residencial ubicado en la parte alta de Jerusalén.
Más tarde, pedirán a Pilato crucificar a Jesús y para ello renegarán
de Dios diciendo: No tenemos más rey que al César (Jn 19,15).
Pilato, Antipas, Anás y Caifás tienen el poder político y religioso…
y más adelante condenarán a Jesús a morir crucificado (23,1-25).
En este ambiente de dudoso ‘orden’ nadie se preocupa de los pobres.
¿Quién se acuerda de las familias que en Galilea pierden sus tierras?
¿A dónde van a acudir, si desde el templo nadie los defiende?
¿Hay justicia para los excluidos que no tienen lugar en el imperio?
La Palabra de Dios no se oye en Cesarea donde reside Poncio Pilato,
ni el palacio de Herodes Antipas en la ciudad de Tiberíades,
tampoco se deja oír en el recinto sagrado del templo de Jerusalén.
Siendo el Camino de Dios muy diferente al camino de los poderosos,
Dios habla pero no en Roma… ni en Jerusalén… sino en el desierto.
Al cabo de unos 500 años en que el pueblo de Dios no tenía profetas,
aparece nuevamente uno, se llama Juan, es hijo de Zacarías e Isabel.

Una voz grita en el desierto
En el desierto, el profeta Juan predica un bautismo de conversión
Solo en el desierto se puede oír la voz de Dios para convertirnos,
pues se trata de cambiar nuestra manera de vivir y nuestra mentalidad.
Así lo hizo el pueblo de Dios a su salida de la esclavitud de Egipto,
peregrinó durante cuarenta años camino a la tierra prometida.
En el desierto las personas se ven obligadas a vivir con lo esencial,
no hay sitio para lo superfluo ni para acumular cosas y más cosas.
Hoy, en vez de construir muros que separan a ricos y pobres,
¿somos capaces, por ejemplo, de renunciar a tantas cosas superfluas,
para vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros?
Por eso, a continuación, el profeta Juan hace la siguiente denuncia:
¡Raza de víboras! ¿Quién les ha enseñado a escapar de la condena 
que llega? Produzcan frutos de una sincera conversión, y no digan:
¡Somos descendientes de Abraham! Yo les digo que de estas piedras
Dios puede hacer surgir hijos de Abraham (Lc 3,7-9;  19,40).
Juan el Bautista anuncia también la llegada de Jesús, el Mesías.
Para ello, Lucas nos ofrece un excelente texto del profeta Isaías:
Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor… (40,3-5).
Desde el ‘desierto’ de nuestros pueblos y ciudades sube hasta el cielo
un clamor cada vez más impresionante. Es el grito de los que sufren
y piden: justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales.
Lamentablemente, como lo dice también el profeta Isaías:
Los guardianes de mi pueblo están ciegos y no se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos que no pueden ladrar. Se pasan la vida
tirados en la cama, les encanta dormir. Son perros hambrientos
que nunca se llenan. Son pastores que no entienden nada, cada uno
sigue su propio camino, solo buscan sus propios intereses (Is 56,9-11).
En cambio si pudiéramos escuchar esos gritos, seremos capaces de oír
-en lo más hondo de nuestro ser- una llamada para nuestra conversión:
rellenar los valles… nivelar los cerros… enderezar lo torcido…
Señor, que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir
los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio.
Que nos preocupemos de compartir -en la caridad- las angustias 
y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres y mujeres,
y así les mostremos el camino de la salvación (Plegaria Eucarística V/c).
J. Castillo A.

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