miércoles, 10 de octubre de 2012

¿Dios o el dinero? (Domingo 14 de Octubre)

Para leer las lecturas del XXVIII domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B, clickar:


"La Palabra de Dios es viva y eficaz,
más tajante que espada de doble filo,
penetrante hasta el punto
donde se juntan alma y espíritu. …
Juzga los deseos e intenciones del corazón"
(Hb 4,12).

En prácticamente todas las celebraciones de la Iglesia, y sobre todo en la Eucaristía dominical,se parte la Palabra de Dios, es decir, se sirve como alimento. Porque la Palabra es "vida", "luz", sendero", "comida”. Toda vida que se precie de cristiana ha de tener una constante referencia y confrontación con la Palabra de Dios. Si no se discierne la vida a la luz de la Palabra se corre el riesgo de construir la propia espiritualidad sobre bases poco sólidas, sobre la palabra de los falsos profetas, o sobre el culto egoísta a uno mismo. ¿No ocurre así con la vida espiritual de muchos que se llaman devotos de tal o cual santo, al que acuden con sus peticiones y acciones de gracias, pero nunca escuchan la Palabra de Dios que el tal santo escuchó con fervor y vivió con apasionamiento? Hay que evitar caer en la relación con Dios basada en el monólogo complaciente, donde uno habla y se responde según sus propios criterios, huyendo de la dureza que a veces supone el diálogo con la Palabra de Dios; situarse ante ella es ponerse ante Dios, y entonces no valen ni autojustificaciones ni autocomplacencias.

El baño de la Palabra

Ser cristiano es ser configurados con Cristo, parecernos a Cristo. En el bautismo, dice san Pablo y toda la tradición cristiana, nos configuramos con Él. ¿Cómo?
-Ritualmente con la celebración del rito sacramental, con el baño del agua y el Espíritu.
-Mentalmente por el estudio, la reflexión, y la medicación-contemplación de la Palabra, hecha carne en Jesús; revelada en Jesús y su Evangelio del reino. Sumergiéndonos en la Palabra de Dios por la oración y la práctica de los sacramentos vamos permitiendo que la Palabra elimine todo lo que de ajeno a Dios hay en nosotros
-Existencialmente: No todo queda en un rito bautismal y una escucha y contemplación desencarnada; la configuración con Cristo en el bautismo es también una vocación, una llamada a moldear la propia vida según el modelo que tenemos en nuestro Señor. Con el baño de la Palabra, viviéndola, mojándonos en ella y con ella, vamos configurando nuestra manera de ser según el estilo de vida de Jesucristo.

Por tanto, la Palabraque nos debe envolver no es Palabra sólo oída, sino también vivida, practicada, cumplida. Si la Palabra no actúa en ti por la fe que pones en ella y no la exteriorizas con tus obras, no puedes experimentar la salvación (dicha, felicidad) que te viene por ella. "Dichosos los que escuchan la Palabrade Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,27; cf 8,21). "La Palabra de Dios se hizo carne" (Jn 1,14) en Jesucristo, y por ello no puede entenderse desligada de la realidad. La Palabra de Dios, para quien ha puesto su fe en ella, es inconcebible desligada de su praxis, de su incorporación a las entrañas del ser humano y su acción social. Cuando la Palabracala en lo profundo, allí donde la voluntad del hombre ejercita su libertad, configura a la persona haciendo de ella "otro Cristo". Y de tal árbol tal fruto.

La Palabra (Jesús), entre el rechazo y la aceptación

La Palabrade Dios, como tijera de jardinero, poda todo lo que puede destruir la imagen de Dios en ti, y te configura con Cristo, te hace ser como Él. La poda a la que la “audiencia”(ob-audiencia, obediencia) de la Palabra te somete es un ejercicio de limpieza a veces doloroso, y por eso sueles resistirte a ello, pero sin arrancar de ti las malas ramas no podrás crecer y dar buenos frutos.

El Evangelio de Marcos, en el pasaje que solemos conocer como “encuentro con el joven rico” (Mc 10,17-31), nos ofrece un claro ejemplo de resistencia y rechazo a las exigencias de la Palabra, acompañado también con un ejemplo de aceptación por parte de los discípulos.”Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28).

Por un lado tenemos en la escena a una persona, un joven dirá san Mateo (19,20.22), que se acerca a Jesús interesado por alcanzar la "vida eterna", o sea, la felicidad. Y Jesús, fiel a la tradición judía, le aconseja: "Ya sabes los mandamientos" (Mc 10,19). Pero él replica afirmando que ya los cumplía. Sin embargo no parece irle muy bien con ellos ya que no se siente satisfecho. Un corazón joven siempre está inquieto y pide más. Jesús le mira con cariño, ¡qué importante esa mirada amorosa de Dios!, y le invita a ir más allá: "Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme" (Mc 10,21). Al cumplimiento de la ley que viene de fuera, Jesús le añade el desprendimiento que nace del corazón. Pero el joven aún no está preparado par pasar de la ley a la fe, del cumplimiento de unos mandamientos a la imitación de la misericordia de Dios, la única que puede salvar. "Frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico" (Mc 10,22).

Partiendo de lo ocurrido con el joven Jesús da a los suyos una catequesis sobre el poder corruptor de la riqueza. Cuando la confianza en los bienes materiales se pone por encima de la confianza en Dios, es decir, cuando se hace del oro y la plata un ídolo, el camino de la vida queda cerrado; porque la riqueza es una carga pesada, un Dios cruel que pide sacrificios inmensos para quien le sirve, sacrificios económicamente rentables por lo general, pero humanamente ruinosos. El "Dios riqueza" desangra la vida de los que le sirven, destruye sus relaciones familiares (separa a los hermanos), laborales (genera explotación), sociales (clasifica a los hombres según su status económico) y religiosas: “Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a u no y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24). etc. Por eso éste ídolo hace imposible entrar en el Reino:“Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de Dios” (Lc 18,25). El camino de la vida es el de la pobreza libremente asumida, virtud que pone las bases a la auténtica libertad, pero que escandaliza incluso a los primeros discípulos de Jesús: "Entonces ¿quién puede salvarse?". Jesús se les quedó mirando -esta vez mira a los suyos-: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo."(Mc 10,26-27).

La virtud de la pobreza, don de Dios.

Dios lo puede todo. Revelación clave. La virtud de la pobreza no es el fruto de un voluntarismo. No es una competición, como esas competiciones de los filósofos estoicos, o la de algunos ascetas que hicieron de la renuncia a las cosas del mundo una carrera a ver quien llegaba a soportar mayor escasez; la virtud de la pobreza es un don de Dios. Don que, por supuesto, pide respuesta desde la voluntad del hombre; y éste debe ser consciente de que sólo bañado por la gracia de Dios, revestido con su fuerza, es capaz de vencer en la lucha contra el demonio de la avaricia.

A los discípulos, que dicen: "ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido", Jesús le da una seguridad: recibirán cien veces más, porque la sabiduría que conlleva la virtud de la pobreza vale cien veces más (Sb 7,7-8). Pero, ¡ojo!, "con persecuciones" (Mc 10,30). El “conflicto de Dios con el mundo” no estará ausente de la vida del discípulo, la incomprensión será causa de sufrimiento para el seguidor fiel. La meta de la bienaventuranza total para los pobres de Dios sólo se alcanzará plenamente en la edad futura, en la vida eterna (cf Mt 5,3).

Que nuestra mirada hoy se vuelva sobre Jesús, que "siendo rico se hizo pobre para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Cor 8,9).La Eucaristíaque celebramos es el sacramento de los pobres, de los que sabiéndose necesitados, empobrecidos en su interior, buscan la riqueza de la sabiduría y "en su comparación tienen en nada la riqueza" (Sb 7,8). Cristo se comparte con nosotros, se nos da a comer en el pan eucarístico; nos da lo único que tiene, su vida para que nosotros tengamos vida eterna. Este es el misterio que celebramos en cada Misa: la vida de Dios que pasa resucitándonos. En la oración colecta del domingo XXIII ordinario le pedimos a Dios que “nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir”. ¿Qué son esas cosas que no nos atrevemos a pedir? Pues, tal vez estén entre ellas, la pobreza como virtud, o la humildad, o la persecución. Pero ¿acaso quiere Dios que vivamos en la miseria y el desprecio o sufriendo? ¡De ningún modo!; la pobreza, la persecución, las humillaciones, sólo se deben pedir, como dice san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, "si todo ello es necesario para mejor servir a su Divina Majestad" (EE, 23 y 157), es decir, si con ello podemos acercarnos más a Dios y acercar a otros. Al pedir esas cosas estamos pidiendo vernos libres de las ataduras del dinero y de la propia imagen y consideración al precio que sea necesario; quien obtiene esa libertad anda por el mundo más seguro y complaciente que el que vive en el temor constante de perder su dinero o deteriorar la imagen que quiere dar al mundo.
Casto Acedo Gómez. Octubre 2012. paduamerida@gmail.com. 29376

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