miércoles, 24 de octubre de 2012

Ver y seguir a Jesús


Domingo XXX, Tiempo Ordinario, ciclo B
Jr 31,7-9  -  Heb 5,1-6  -  Mc 10,46-52

En Jericó, ciudad de las palmeras
En el camino que va de Jerusalén a Jericó un hombre es asaltado,
le roban todo lo que tiene, le hieren y lo dejan medio muerto.
Un sacerdote y un levita lo ven… no hacen nada… siguen su camino.
Estos funcionarios del templo tienen ojos pero no ven:
Si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo está lleno de oscuridad.
Pero un samaritano que va de viaje: lo ve, se compadece, se acerca,
cura sus heridas, lo lleva a un hotel y cuida de él (Lc 10,30-35).
En Jericó vive Zaqueo. Es jefe de los cobradores de impuestos
y muy rico. Despreciado como publicano-pecador, quiere ver a Jesús.
Después de acoger a Jesús en su casa, se levanta y le dice:
Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres,
y a quien he robado algo, le devolveré cuatro veces más (Lc 19,1-10).
El texto del Evangelio de hoy nos presenta el encuentro:
de Bartimeo, hijo de Timeo,  con Jesús, Hijo de David.
Este encuentro tiene lugar en el camino, a la salida de Jericó,
cuando Jesús, sus discípulos y una gran multitud van a Jerusalén.
Meditemos este texto teniendo presente nuestra situación actual.

A la orilla del camino
Bartimeo es hijo de Timeo, que significa: apreciado, valorado
Sin embargo es ciego, mendigo, y está sentado a la orilla del camino.
Es ciego, pero abriga la esperanza de recobrar la capacidad de ver.
Por eso, más adelante le suplicará a Jesús: Maestro, que pueda ver.
¡Cuánta falta nos hace tener aquella luz que ilumine nuestras vidas!
Está sentado, postrado al borde del camino, fuera de la ciudad.
Es la triste realidad de la actual exclusión social que afecta a millones
de hombres y mujeres, quienes además de ser explotados,
son excluidos y considerados como sobrantes y desechables (DA 65).
Pide limosna. Su vida depende de las monedas que caen en su manto.
¿Hasta cuándo sectores pobres de nuestra sociedad dependerán
de ciertos ‘proyectos paliativos’? ¿Se analizan las raíces del problema?
S. Juan Crisóstomo (335-394), en su sermón contra los usureros dice:
Tal vez des limosna. Pero, ¿de dónde la sacas, sino es de tus robos
crueles, de los sufrimientos, de las lágrimas, de los lamentos?
Si el pobre supiera de dónde viene tu limosna, lo rehusaría…
Cuando oye que Jesús pasa por aquel lugar, se pone a gritar:
¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!... Como ya dijeron:
Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad,
respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos…
El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces.
Ahora es claro, impetuoso y, en ocasiones, amenazante (DP, 87ss).
Nuestra devoción a Cristo crucificado no termina con una procesión.
Hace falta una Iglesia comprometida con los pobres y los crucificados.
Jesús se detiene. El profeta de Nazaret no puede seguir su camino,
como lo hicieron los funcionarios del templo de Jerusalén.
Los seguidores de Jesús tampoco pueden caminar tras Él,
sin oír los gritos, las quejas, los lamentos de los que sufren.
Por eso, hace que el grupo se detenga y les pide que llamen al ciego.
Ánimo -le dicen- levántate, te llama. El ciego deja su manto,
se levanta, se acerca a Jesús y le suplica: Maestro, que pueda ver.
Jesús le dice: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista.
Hoy hacen falta discípulos que actuando como Jesús puedan decir:
Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan sanos,   
los sordos oyen, se anuncia la Buena Noticia a los pobres (Lc 7,22).
Después de recobrar la capacidad de ver, Bartimeo sigue a Jesús.
Recordemos que antes un hombre se aleja triste, porque era muy rico.
Bartimeo, en cambio, se despoja de su manto, el único bien que tiene:
es su abrigo para el frío y es su cobija para dormir (Ex 22,25-26).
Además, en ese manto recibía la limosna, pero ya no la necesita;
dejó atrás aquella sociedad donde unos pocos dominan y oprimen.
El 28 de octubre de 1958, Juan XXIII fue elegido Papa. En 1962,
se inició el Concilio Vaticano II que refiriéndose a los pobres dice:
La Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad
humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren
la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar
sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo (LG, 8).
J. Castillo A.

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