jueves, 6 de mayo de 2021

¡Hemos creído en al amor! (6º de Pacua B; 9 de mayo)


Hch 10,25-26.34-45.44-48; 1 Jn 4,7-10; Salmo 97,1-4; Jn 15,9-17

La carta encíclica del Papa Benedicto XVI: Deus Caritas est (25 de Diciembre de 2005),  comienza con estas palabras de san Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16b). Este texto expresa con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana en lo referente al ser de Dios (Dios es amor) y a la vocación del hombre (creado para amar). La primera parte del mismo versículo nos da la clave del origen de la fe: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16a).
 
 ¡Hemos creído en el amor de Dios!, así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que me ama, que le da un nuevo horizonte a mi vida y, con ello, una orientación decisiva.
 
El mandamiento del amor nos muestra el rostro de Dios y al mismo tiempo la vocación del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios-amor y llamado a unirse plenamente con Dios-amor, así en la tierra como en el cielo. Pasado (origen), presente y futuro del hombre son referidos a Dios-Amor.
 
Dios es amor (1 Jn 4,8),
“amaos unos a otros como yo” (Jn 15,12)
 
Los hombres, a la hora de definir el amor, no encontramos palabras adecuadas; por eso buscamos en la creación o en las propias experiencias palabras para expresar lo inefable. Así decimos de Dios que es Padre, Sabiduría, Luz, Fortaleza... o, como san Juan en su carta, “Dios es amor” (1 Jn 4,8).

Pero ¿qué quiere decirnos al respecto san Juan? Desde luego mucho más de lo que nosotros entendemos comúnmente por amor. Porque nosotros solemos reducir el amor a tarea y esfuerzo por alcanzar el objeto amoroso, sin embargo, san Juan aclara: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). No es Amor (con mayúsculas) el amor con que amamos, que no deja de ser siempre imperfecto, sino el Amor con que Dios nos ama. Dios se da a sí mismo, se autocomunica gratuitamente, en su Ser-Amor. Este amor no se merece por la práctica de determinadas obras, como pago por nuestros esfuerzos. Inmerecido por el hombre, el Amor es puro don de Dios.

 

Amor a Dios y amor al prójimo forman una unidad indivisible. Porque “Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo... Ahora ya el amor no es sólo un ´mandamiento´, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus Charitas est,1). El amor es el punto de referencia tanto para la contemplación como para la acción cristiana, que ha de ser siempre caritativa (cf Lc 10,25-37: el Buen Samaritano; Mt 25,31-46: parábola del Juicio final).
 
Extrayendo criterios de discernimiento
 
Yendo más a lo concreto: ¿cómo ha de ser en la práctica el amor cristiano? ¿qué criterios seguiremos para discernir cuándo es auténtico amor? Aportamos algunos detalles a partir del evangelio de san Juan 15,9-17.

El amor es humildad, servicio: Dios se abajó a nosotros y “envió a su Hijo” (Gal 4,4). Por tanto, si el camino de Dios-Amor es el de encarnarse en los problemas-situaciones humanas para dar vida, así ha de ser nuestro amor. El amor de Dios se hace disponibilidad, como ama Dios, que “mandó su hijo al mundo para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9). Nuestro amor será más cercano a Dios, más auténtico en tanto que también nosotros vivamos ese abajamiento de Dios, esa encarnación y servicio a los más pobres, para que también ellos vivan por el amor de Dios que nosotros le acercaremos con nuestra caridad.

* El amor es alegría. Cuando una persona ama vive en la alegría. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros” (Jn 15,11). ¿No hemos notado la alegría que transpiran esas personas que son testigos paradigmáticos del amor de Dios hoy? Personas como Oscar Romero, o Teresa de Calcuta, o personas que conocemos ya pulidas por el cincel del amor, se nos muestran siempre alegres, serenas, maduras. Nuestra sociedad depresiva, crispada, triste, está necesitada del amor como remedio a tanta desesperanza. Donde hay amor hay alegría. En nuestros tiempos sí hay muchas risas, pero ¿hay alegría? Si no hay alegría es que falta el amor.

* El amor es comunidad (Iglesia)“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11). Vosotros, vuestra. Jesús gusta de usar el plural. Todos estamos llamados al amor; y ese amor crea comunidad, la de los que han creído en el amor que Dios nos tiene: nosotr@s. “Dios no hace acepción de personas” (Rm 2,11). El amor no es un don para la privacidad, porque en esencia el amor tiende a entrelazar, a “enredar” a unos con otros creando lazos de amor. ¿Qué es la Iglesia sino la comunidad de los que viven unidos en una misma fe-contemplación de Dios amor, y unidos entre ellos por los lazos del amor que ese mismo Dios da a los que le conocen?

* El amor es un mandato. Para el cristiano, amar no es una opción, sino una condición sin la cual no se puede ser auténtico cristiano. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Se acepta el precepto del amor, se es cristiano; no se acepta, no se es cristiano. El amor no es una opción. La “opción preferencial por los pobres”, expresión nacida en Latinoamérica y muy repetida en todo el orbe cristiano, hay que entenderla como una llamada a todos los cristianos para que retomen el camino que nunca debieron dejar, es decir, el camino del amor, que no es optativo sino obligado para ser cristiano de hecho. El Señor no nos da un consejo: “si os parece bien, amaos”, sino un mandato inexcusable. Quién no ama no es de Dios.

* Concretando aún más el mandato del amor, nos limitamos a recordar las obras de misericordia (siete corporales y siete espirituales) que aprendimos en el catecismo tradicional y que el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica anota así: “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58,6–7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31–46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5–11; Si 17,22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2–4)” (CATIC 2447).
 

Las obras de misericordia, contempladas desde los relatos evangélicos, nos ofrecen un retrato-robot de Jesús. Para Él la práctica del amor no fue un ejercicio de abstracción mística, ni de paternalismo, sino de justicia, virtud inseparable de la caridad-amor que identifica a los cristianos auténticos. Amar no es sentir como el corazón palpita sumergido en dulces y románticos sentimientos de bondad,  no es secar con paternalismos las lágrimas del que llora la pérdida de su hogar expropiado por el banco, ni dar un toque en el hombro al que ha perdido su empleo; tampoco es amar rezar devotamente por la paz mientras me cruzo de brazos ante unas leyes  injustas que penalizan al  inmigrante y recorta prestaciones a los más pobres; amar no es un sentimiento, sino la decisión de trabajar por la justicia, virtud que es inherente a la caridad. 

El amor efectivo, más que afectivo, en línea con Jesucristo es la piedra angular de la identidad cristiana. Siendo así: ¿Te puedes considerar cristiano? ¿Ocupa la misericordia (generosidad, amor, perdón, respeto,... activos) para con tu prójimo el centro de tu corazón? ¿Qué tienes que cambiar en tu vida para ser en verdad discípulo de Jesús?

Casto Acedo Gómez. Mayo 2021. paduamerida@gmail.com.

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