lunes, 13 de agosto de 2018

Hambre y sed de Vida plena

20º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Prov 9,1-6  -  Ef 5,15-20  -  Jn 6,51-58

   Al decir Jesús: El pan que yo doy es mi carne para la vida del mundo,
los judíos discuten entre ellos y preguntan: ¿Cómo puede este hombre
darnos a comer su carne? Jesús les responde con siete afirmaciones,
insistiendo en tres necesidades básicas: Comer… Beber… Vida…
*Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del Hombre
y no beben su sangre no tendrán Vida en ustedes.
   Para tener Vida plena (Jn 10,10), es necesario pasar:
de condiciones de vida menos humanas (miseria, opresión, injusticia),
a condiciones más humanas… hasta llegar -por la fe- a creer en Jesús,
quien nos llama a participar en la Vida de Dios (PP, 1967, nº 20-21).
   ¿Damos vida -como Jesús- a quienes carecen de lo necesario?
¿Vale más el oro, o la vida del ser humano creado a imagen de Dios?
*El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
   Mientras muchos vivimos como si nunca vamos a morir,
y morimos como si nunca hubieran vivido (Dalai Lama, 2014);
Jesús nos ofrece el camino de una Vida plena:
Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en mí,
aunque muera vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá (Jn 11,25).
    Al respecto, reflexionemos sobre la importancia del amor fraterno:
Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque
amamos a los hermanos. Quien no ama, permanece en la muerte.
Quien odia a su hermano es homicida,
y ya saben que ningún homicida posee la Vida eterna (1Jn 3,14s).
*Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
   La carne del cordero fue el alimento que dio fuerzas a los israelitas
para caminar hacia la liberación; y su sangre les salvó la vida (Ex 12).
   Cuando Jesús habla de su carne se refiere a su misma persona,
y al hablar de su sangre se refiere a su entrega total por nosotros:
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13).
*Quien come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él.
   No basta decir que Jesús nos alimenta plenamente en la Eucaristía.
Es necesario que nosotros al comulgar acojamos esa donación
y digamos: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
   Solo así, no seremos indiferentes con los que sufren hambre y sed:
El que se ama a sí mismo se pierde,
el que pierde la vida en este mundo la conserva para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga,
y donde yo estoy allí estará mi servidor (Jn 12,25s).
*Como el Padre que me ha enviado tiene Vida y yo vivo por Él,
así también quien me come vivirá por mí.
   Vida -con mayúscula- es la misma Vida de Dios, presente en Jesús,
y comunicada a todos nosotros para que tengamos Vida verdadera.
   En Jesús, vamos a encontrarnos con Alguien que da Vida plena:
Padre, la Vida eterna consiste en que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesús a quien tú has enviado (Jn 17,3).
   Sabiendo que la gloria de Dios consiste en que el hombre viva,
¿podemos permanecer ciegos, sordos y mudos, cuando hay pobres
que buscan en la basura algo que tenga valor para sobrevivir?
*Este es el pan que ha bajado del cielo,
no es como el pan que comieron sus antepasados, y murieron.
   En el desierto Dios alimenta a su pueblo con pan o maná (Ex 16),
y al llegar la plenitud de los tiempos nos entrega a su Hijo único,
para que todos nosotros tengamos Vida plena (Jn 10,10).
   Ahora bien, Jesús que ha bajado del cielo está presente:
en sus hermanos hambrientos, sedientos,  enfermos, excluidos…
y, desde allí, anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios que es Vida.
Pero, hay cristianos que no entienden que el amor a los pobres
está al centro del Evangelio (Papa Francisco, 28 de octubre 2014).  
*Quien come de este pan, vivirá para siempre.
   ¿Por qué muchos de nosotros hemos hecho de la Cena del Señor:
costumbre… rutina… devoción individual… reunión social…?
¿Para qué nos alimentamos con el Pan de Vida y Bebida de Salvación,
si después damos la espalda a las personas que sufren hambre y sed?
¿Qué nos impide rebelarnos contra tanta injusticia y corrupción,
y poner el hombro para construir una sociedad fraterna?
J. Castillo A.

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