miércoles, 4 de octubre de 2017

Los frutos que Dios espera

27º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 5,1-7  -  Flp 4,6-9  -  Mt 21,33-43

   A los dirigentes religiosos del templo de Jerusalén,
Jesús les narra una parábola amenazadora: los labradores asesinos.  
   Se trata de unos labradores que para apropiarse de la viña,
asesinan no solo a los servidores del dueño, sino también a su hijo.
   Al oír esta parábola, aquellas autoridades intentan arrestarlo,
pero tienen miedo al pueblo que considera a Jesús como un Profeta.
  
Con las manos manchadas de sangre
   La parábola es una denuncia a las personas y malas autoridades,
que -ayer y hoy-  en vez de servir al pueblo, buscan sus intereses;
llegando incluso a mancharse las manos con sangre inocente.
   Entre los numerosos mártires de América Latina, veamos dos casos.
*Enrique Angelelli obispo de La Rioja (Argentina), el 5 julio de 1976,
denuncia que la cárcel está repleta de detenidos
por el solo delito de ser miembros fieles y conscientes de la Iglesia.
También denuncia que en La Rioja se tortura asquerosamente.
Un mes después (4 de agosto) Enrique A. es asesinado a los 53 años.
*Oscar Romero obispo de San Salvador, el 23 de marzo de 1980,
en su homilía dice: En nombre de Dios… y de este sufrido pueblo,
cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos,
suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!
Al día siguiente celebraba la Eucaristía y es asesinado, tenía 63 años.
   Ante el homicidio de tantas personas inocentes, preguntemos:
¿Quiénes dan la orden y, después, amnistían a los criminales?
¿Quiénes entrenan a los oficiales para encarcelar, torturar, asesinar?
¿Quiénes financian a los ejércitos de los países pobres?
¿Quiénes apoyan a los dictadores para imponer el neocolonialismo?
   Al respecto, Jesús dice: les voy a enviar profetas, sabios y maestros.
Pero ustedes asesinarán y crucificarán a algunos de ellos,
y a otros los azotarán…o los perseguirán de pueblo en pueblo.
Sobre ustedes recaerá esa sangre inocente derramada… (Mt 23,34).

El Reino de Dios se dará a un pueblo que produzca frutos
   Aquellos jefes religiosos andan preocupados por el culto del templo
y por el cumplimiento de tradiciones y costumbres humanas
dejando a un lado los mandamientos de Dios (Mt 15,1-9).
Actuando así, quieren apropiarse de la viña y de los frutos, 
olvidándose que son servidores, pues el único propietario es Dios.
   Ahora bien, cuando Jesús pregunta a los dirigentes religiosos:
¿Qué hará el propietario con aquellos labradores asesinos?,
responden: Los matará y arrendará la viña a otros trabajadores.
Entonces Jesús les dice: A ustedes se les quitará el Reino de Dios,
para ser entregado a un pueblo que produzca frutos.
   El Reino de Dios -dice Jesús- está en medio de ustedes (Lc 17,21).
Por eso cuando suplicamos: Venga a nosotros tu Reino, anhelamos
un Reino: -de amor, donde hay odio… -de vida, donde hay muerte.
-de gracia, donde hay egoísmo… -de santidad, donde hay pecado.
-de verdad, donde hay mentira… -de libertad, donde hay esclavitud.
-de justicia, donde hay corrupción… -de paz, donde hay violencia.
   Acerca del pueblo que produce frutos, el Papa Francisco dice:
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres,
tanto que hasta Él mismo “se hizo pobre”, naciendo en un (establo),
entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres…
Creció en un hogar de sencillos trabajadores
y trabajó con sus manos para ganarse el pan.
Cuando comenzó a anunciar el Reino, le seguía (gente desposeída)
   Luego, el Papa subraya que los pobres están en el corazón de Dios:
A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza,
les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón.
“Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece”.
Con ellos se identificó: “Tuve hambre y me diste de comer”,
y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo.
   Más adelante, el Papa declara: Por eso quiero una Iglesia pobre
(entre) los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos
Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos…
Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos,
a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos,
a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría
que Dios quiere comunicarnos a través de ellos (EG, n.197s).
J. Castillo A.

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