miércoles, 27 de septiembre de 2017

No el que dice... sino el que hace

26º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 18,25-28  -  Flp 2,1-11  -  Mt 21,28-32

   Quienes tenemos la boca llena de palabras y promesas incumplidas,
escuchemos a Jesús de Nazaret que -en el sermón del monte- anuncia:
No el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial (Mt 7,21-23).
   Y para sorpresa de muchos creyentes, Jesús nos sigue diciendo:
Los publicanos y las prostitutas van delante en el camino del Reino.

De los dos hijos, ¿quién hace la voluntad del padre?
   Jesús, después de cumplir su misión en Galilea, ingresa a Jerusalén.
El templo que domina la ciudad y es orgullo de los judíos (Lc 21,5),
fue construido por Herodes que tenía las manos manchadas de sangre.
Sin embargo, aquel templo: -¿Es casa de oración o cueva de ladrones?
-¿Es lugar de perdón y reconciliación o símbolo de injusticias?
-¿Acoge a publicanos y prostitutas o solo a los que se creen justos?
   Con una parábola, Jesús se dirige a los profesionales de la religión,
que de tanto hablar de Dios y decir salmos, se han vuelto insensibles.
Por ejemplo, dos de ellos ven a un herido… pero no hacen nada,
en cambio, un samaritano le salva la vida (Lc 10,25-37; cf. 17,11-19).
Lo anterior se aplica a muchos de nosotros que fuimos bautizados,
pues en vez de practicar el mandamiento de amar a Dios y al prójimo;
tenemos una fe vacía que no produce compromisos de misericordia.
   Algo más. Después de estar en una masiva concentración religiosa,
y de oír un discurso con palabras complicadas que pocos entienden:
-¿Se avanza en hacer realidad el Reino de Dios y su justicia?
-¿Los pobres ocupan un lugar preferencial en nuestras comunidades?
-¿Acogemos a personas despreciadas por los esclavos del consumo?
-¿Somos capaces de entrar en conflicto con los adinerados, y decirles:
que los publicanos y prostitutas van delante en el camino del Reino?
   De nada sirven las palabras sin el testimonio de las obras:
Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí.
Ofrecen un culto inútil y enseñan preceptos humanos (Mt 15,7-9).

Los publicanos y las prostitutas
   En Jerusalén están: -los sumos sacerdotes (personas sagradas),
-los ancianos (los más ricos), -los fariseos (que se creen puros),
-los maestros de la Ley (expertos en la interpretación de la Escritura).
   Todos ellos: -Si dan limosna, lo hacen al sonido de las trompetas…
como ciertas personas que dan con una mano lo que roban con la otra.
-Cuando rezan, van a las plazas y calles para que la gente les vea…
y algo peor, hacen oraciones para devorar los bienes de las viudas.
-Si ayunan, ponen cara triste o desfiguran su rostro… sin embargo,
no hacen nada por tantas personas pobres, débiles y olvidadas.
   Estos funcionarios del templo han escuchado a Juan Bautista,
que enseñaba el camino de la justicia… pero no le creyeron;
quizás, como tienen buena fama, ya no necesitan convertirse.
En cambio, los publicanos (cobradores de impuesto) y las prostitutas
al escuchar la predicación de Juan, le creyeron y se convirtieron.
En este contexto, adquiere pleno sentido la siguiente frase de Jesús:
Les aseguro que los publicanos y las prostitutas
les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.
   Hoy, ante el desafío de construir una sociedad humana y fraterna,
empecemos por los excluidos: no valen nada, porque no tienen nada;
ellos son producto de un sistema injusto, opresor, corrupto, violento…
   Al respecto, S. Pablo en su 1ª carta a los Corintios (1,26-29) escribe:
Miren hermanos, a quiénes ha llamado Dios.
Entre ustedes no hay muchos sabios humanamente hablando,
tampoco gente poderosa, ni personas de familias importantes.
Por el contrario, Dios eligió: a los necios para humillar a los sabios,
a los débiles del mundo para humillar a los fuertes,
a gente sin importancia, despreciada, que no vale nada… para anular
a los que valen algo. Y así nadie podrá gloriarse delante de Dios.
   También en la carta de Santiago (2,14-18) leemos lo siguiente:
Hermanos, ¿de qué sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?...
Si a un hermano o hermana les falta la ropa y el pan de cada día,
y ustedes dicen: vayan en paz, abríguense y coman lo que quieran;
pero no les dan lo que ellos necesitan, ¿de qué sirve?
Así sucede con la fe sin obras, está completamente muerta
Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras.
Yo, en cambio, te mostraré mi fe por medio de las obras.
J. Castillo A.

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