8º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 49,14-15 - 1Cor
4,1-5 -
Mt 6,24-34
El dinero de las multinacionales viaja
por el mundo, generalmente,
para
extraer y llevarse los recursos
naturales de los países pobres.
Pero,
cuando estos pobres -despojados de tierra, techo y trabajo-
intentan
ingresar a los países ricos, buscando salvar sus vidas,
solo encuentran: policías,
murallas, alambradas con cuchillas… etc.
Jesús
que nace y vive pobre, nos muestra un camino diferente…
No
pueden servir a Dios y al dinero
Empecemos por
casa,
revisando el sistema de estipendios
(precios),
ligado
a la administración de los sacramentos y a otras celebraciones.
En
efecto, ¿qué vemos cuando vamos a una parroquia o al templo?
*Al
entrar en la secretaría de una parroquia, dice el papa Francisco,
está la lista de los precios: bautismo, tanto… bendición, tanto…
intención de misa, tanto… Y el pueblo se escandaliza (21 nov 2014).
*Luego,
ingresando en el templo observamos: adornos superfluos...
y
objetos preciosos del culto divino… que se podrían vender
para dar pan, bebida, vestido y casa a
quien carece de ello
(SRS, 31).
*Si
hay fiesta patronal, al salir del templo hallamos: músicos, licores,
y…mientras unos pasan hambre, otros se
emborrachan (1Cor 11,21).
Recordemos
que Jesús, al arrojar del templo a los comerciantes,
dice:
Mi
casa es casa de oración y no cueva de ladrones (Mt 21,13).
Y
no olvidemos la hipocresía de los maestros de la ley que: Devoran
los bienes de las viudas, fingiendo
hacer largas oraciones (Lc 20,46).
Al
respecto, el Código de Derecho Canónico (1983) es muy tajante:
En materia de estipendios, evítese hasta la más pequeña apariencia
de
negociación o comercio (canon 947. Ver también el canon 1385).
Y,
como el “servicio al dinero” se puede dar incluso en la religión,
nuestros
obispos reunidos en Medellín (Colombia), en 1968, dicen:
Esperamos superar el sistema arancelario (precio), reemplazándolo
por otras formas de cooperación
económica que estén desligadas
de la administración de los sacramentos (La pobreza de
la Iglesia 13).
Miren
las aves del cielo… Miren los lirios del campo…
Dios, Padre
misericordioso,
creó el cielo y la tierra,
y
lo entregó al hombre y a la mujer para cuidar, cultivar, alimentarse.
Gracias a la madre tierra y al trabajo
de muchísimas personas,
podemos
llevar a nuestras mesas el alimento que necesitamos.
Si
este alimento no llega a todos es porque hay “ricos necios”,
que
amontonan sus cosechas en vez de compartirlas (Lc 12,16ss).
También
porque hay personas y empresas que
por el “dios-dinero”:
destruyen
los recursos de la tierra, contaminan el agua y el aire,
dejan
en la miseria a los campesinos y a los indígenas indefensos,
y,
lo que es alarmante, dejan sin futuro a las próximas generaciones.
Jesús,
en cambio, que recorre pueblos y ciudades de Galilea,
invita
a sus seguidores: a confiar en Dios
y hacer su voluntad…
a vivir como hijos
suyos y como hermanos entre nosotros…
a construir una sociedad
más justa, fraterna, humana, solidaria…
y a orar diciendo: Padre nuestro… Danos hoy el pan de cada día.
Busquen
primero el Reino de Dios y su justicia
Para Jesús lo más importante es el
Reinado de Dios y su justicia,
donde
todos -niños, jóvenes y adultos- tengamos vida en plenitud.
En
este contexto, meditemos en la homilía del papa Juan Pablo II:
La Iglesia… invita a los cristianos a
comprometerse
en
la construcción de un mundo más justo, humano y habitable,
que no se cierra en sí mismo, sino que
se abre a Dios.
Hacer
un mundo más justo significa entre
otras cosas que no haya:
-niños
sin nutrición suficiente, sin educación, sin instrucción;
-jóvenes
sin la preparación conveniente;
-campesinos
sin tierra para vivir y desenvolverse dignamente;
-trabajadores
maltratados ni disminuidos en sus derechos;
-sistemas
de explotación del hombre por el hombre o por el Estado…
-a
quien le sobra mucho, mientras a otros sin culpa les falte todo;
-tanta
familia mal constituida, rota, desunida, mal atendida;
-injusticia
y desigualdad en la administración de la justicia;
-nadie
sin amparo de la ley y que la ley ampare a todos por igual;
-que
no prevalezca la fuerza sobre la verdad y el derecho,
sino la verdad y el derecho sobre la fuerza;
-y
que no prevalezca lo económico ni lo político sobre lo humano.
(Misa
concelebrada en Santo Domingo, 25 de enero de 1979).
J. Castillo A.
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