22º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 3,17-18. 20. 28-29 - Heb
12,18-24 - Lc 14,1. 7-14
Un jefe de los fariseos invita a Jesús a
comer. Es un día sábado.
Ellos
espían a Jesús, pues delante de Él hay una persona enferma…
Después
de sanar al enfermo, Jesús dice a los invitados:
El
que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado.
Luego,
al fariseo más importante que le había invitado, le dice:
Al ofrecer una cena invita a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos.
El
que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado
En la época de Jesús y en nuestros días,
hay hombres y mujeres
preocupados
por figurar, dominar, creerse superiores
a los demás.
Se
ingenian para que sus nombres estén en todo lugar.
Se
abren paso admirando a los de arriba y despreciando a los de abajo.
Exhiben
costosas vestiduras para llamar la atención y ser saludados.
Buscan
los lugares reservados en las ceremonias públicas o religiosas,
y
los primeros puestos en los banquetes.
Al
respecto escuchemos a Jesús que nos dice: Ustedes
no sean así…
¿Quién es más importante? ¿El que está a
la mesa o el que sirve?
¿No es, acaso, el que está sentando a la
mesa?
Sin embargo yo estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22,24ss).
Centrando
nuestra atención en la Cena del Señor (Eucaristía, Misa),
muchas
veces damos más importancia a ciertas tradiciones humanas.
Por
ejemplo, en las Misas con Asistencia
Oficial de Autoridades:
-¿Quiénes
son los que ocupan los principales lugares?
-¿Qué
lugar ocupan los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos?
Bueno
sería que las enseñanzas de Jesús no sean letra muerta:
El
que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado.
Escuchemos
también a María de Nazaret, la madre de Jesús.
Ella
alaba a Dios diciendo: Se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador,
porque se ha fijado en su humilde servidora…
Dios
derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos (Lc 1,46ss).
Al
ofrecer una cena invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos
Desde el Evangelio anunciado por Jesús,
otro mundo es posible:
-en
el que amemos, sobre todo, a los que
más nos necesitan…
-en
el que pongamos al servicio de los
pobres nuestras capacidades…
-en
el que demos prioridad al “ser
humano” y no al “dios-dinero”…
Jesús
pone el mundo al revés cuando dice al que le había invitado:
Cuando ofrezcas una comida o una cena,
no
invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos;
porque ellos te invitarán también y
recibirás lo mismo que diste.
Para
nosotros discípulos de Jesús puede ser una gran equivocación,
creer
que amamos de verdad porque nos desenvolvemos muy bien
dentro
del pequeño círculo de nuestros amigos y familiares.
Tengamos
presente que los pecadores hacen lo mismo
(Lc 6,32ss).
Tampoco
se trata, como sucede muchas veces,
de
relacionarnos con los poderosos, para sacar provecho personal.
Peor
aún, devorar los bienes de los pobres, que es causa de injusticias:
ricos cada vez más ricos a costa de los
pobres cada vez más pobres.
A
continuación, Jesús anuncia al que le invitó esta Buena Noticia:
Cuando des una comida, invita a los
pobres, lisiados, cojos y ciegos;
y
tú serás feliz porque ellos no pueden pagarte (cf. Lc 14,21).
Hay
una verdadera felicidad que solo conocen aquellas personas
que
saben dar con generosidad, sin recibir nada a cambio.
Se
trata de acoger y compartir nuestra mesa con los más necesitados,
con
aquellas personas que no nos garantizan promoción social alguna.
Ahora
bien, si somos capaces de ver sus sufrimientos y oír
sus quejas,
puede
ser el inicio para ir a las verdaderas causas de tantas injusticias.
Escuchemos
también la voz de nuestros obispos reunidos en Puebla:
El
compromiso con los pobres y los oprimidos
y el surgimiento de las comunidades de
base han ayudado a la Iglesia
a descubrir el potencial evangelizador
de los pobres
(DP, n.1147).
Al despedirse de la comunidad de Éfeso,
Pablo da este testimonio,
que
viene a ser una aplicación concreta de las enseñanzas de Jesús:
No he codiciado la plata, ni el oro, ni
los vestidos de nadie.
Ustedes
saben que trabajé con mis propias manos,
para conseguir lo necesario para mí y
para mis compañeros.
Les enseñé que así se debe trabajar para ayudar a los necesitados,
recordando aquellas palabras del Señor Jesús:
Hay más felicidad en dar que en recibir (Hch 20,33ss; cf. Ef 4,28).
J. Castillo A.
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