miércoles, 24 de agosto de 2016

Más vale dar que recibir

22º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 3,17-18. 20. 28-29  -  Heb 12,18-24  -  Lc 14,1. 7-14

   Un jefe de los fariseos invita a Jesús a comer. Es un día sábado.
Ellos espían a Jesús, pues delante de Él hay una persona enferma…
   Después de sanar al enfermo, Jesús dice a los invitados:
El que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado.
Luego, al fariseo más importante que le había invitado, le dice:
Al  ofrecer una cena invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos.

El que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado
   En la época de Jesús y en nuestros días, hay hombres y mujeres
preocupados por figurar, dominar, creerse superiores a los demás.
Se ingenian para que sus nombres estén en todo lugar.
Se abren paso admirando a los de arriba y despreciando a los de abajo.
Exhiben costosas vestiduras para llamar la atención y ser saludados.
Buscan los lugares reservados en las ceremonias públicas o religiosas,
y los primeros puestos en los banquetes.
   Al respecto escuchemos a Jesús que nos dice: Ustedes no sean así…
¿Quién es más importante? ¿El que está a la mesa o el que sirve?
¿No es, acaso, el que está sentando a la mesa?
Sin embargo yo estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22,24ss).
   Centrando nuestra atención en la Cena del Señor (Eucaristía, Misa),
muchas veces damos más importancia a ciertas tradiciones humanas.
Por ejemplo, en las Misas con Asistencia Oficial de Autoridades:
-¿Quiénes son los que ocupan los principales lugares?
-¿Qué lugar ocupan los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos?
   Bueno sería que las enseñanzas de Jesús no sean letra muerta:
El que se alaba será humillado y el que se humilla será alabado.
   Escuchemos también a María de Nazaret, la madre de Jesús.  
Ella alaba a Dios diciendo: Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque se ha fijado en su humilde servidora
Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1,46ss).

Al ofrecer una cena invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos
   Desde el Evangelio anunciado por Jesús, otro mundo es posible:
-en el que amemos, sobre todo, a los que más nos necesitan…
-en el que pongamos al servicio de los pobres nuestras capacidades…
-en el que demos prioridad al “ser humano” y no al “dios-dinero”…
   Jesús pone el mundo al revés cuando dice al que le había invitado:
Cuando ofrezcas una comida o una cena,
no invites a tus amigos, hermanos, parientes o vecinos ricos;
porque ellos te invitarán también y recibirás lo mismo que diste.
Para nosotros discípulos de Jesús puede ser una gran equivocación,
creer que amamos de verdad porque nos desenvolvemos muy bien
dentro del pequeño círculo de nuestros amigos y familiares.
Tengamos presente que los pecadores hacen lo mismo (Lc 6,32ss).
Tampoco se trata, como sucede muchas veces,
de relacionarnos con los poderosos, para sacar provecho personal. 
Peor aún, devorar los bienes de los pobres, que es causa de injusticias:
ricos cada vez más ricos a costa de los pobres cada vez más pobres.
   A continuación, Jesús anuncia al que le invitó esta Buena Noticia:
Cuando des una comida, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos;
y tú serás feliz porque ellos no pueden pagarte (cf. Lc 14,21).
Hay una verdadera felicidad que solo conocen aquellas personas
que saben dar con generosidad, sin recibir nada a cambio.
Se trata de acoger y compartir nuestra mesa con los más necesitados,
con aquellas personas que no nos garantizan promoción social alguna.
Ahora bien, si somos capaces de ver sus sufrimientos y oír sus quejas,
puede ser el inicio para ir a las verdaderas causas de tantas injusticias.
Escuchemos también la voz de nuestros obispos reunidos en Puebla:
El compromiso con los pobres y los oprimidos
y el surgimiento de las comunidades de base han ayudado a la Iglesia
a descubrir el potencial evangelizador de los pobres (DP, n.1147).
   Al despedirse de la comunidad de Éfeso, Pablo da este testimonio,
que viene a ser una aplicación concreta de las enseñanzas de Jesús:
No he codiciado la plata, ni el oro, ni los vestidos de nadie.
Ustedes saben que trabajé con mis propias manos,
para conseguir lo necesario para mí y para mis compañeros.
Les enseñé que así se debe trabajar para ayudar a los necesitados,
recordando aquellas palabras del Señor Jesús: 
Hay más felicidad en dar que en recibir (Hch 20,33ss; cf. Ef 4,28).
J. Castillo A.

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