miércoles, 10 de agosto de 2016

Fuego y división en la tierra




20º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Jr 38,4-10  -  Heb 12,1-4  -  Lc 12,49-53

   Es injusto que las empresas multinacionales del “primer mundo”,
hacen en “continentes pobres” lo que no se les permite en sus países;
a saber, destruir nuestra casa común… y explotar a los pobres
   Ante éstas y otras injusticias, Jesús sigue anunciando:
Vine a prender fuego en el mundo… y a traer división en la tierra

Vine a prender fuego en el mundo
   Jesús es signo de contradicción (Lc 2,34). Su mensaje viene a ser:
buena noticia para los pobres y mala noticia para los ricos (Lc 6,20ss).
¿Qué hacer cuando el actual modelo económico privilegia a los ricos,
a costa de la vida de las personas y destrucción de la tierra? (DA, 473).
Convertirnos para que el fuego traído por Jesús transforme el mundo.
   Por eso, que no sea letra muerta lo que dice el Papa Francisco:
Las empresas multinacionales, al cesar sus actividades y retirarse,
dejan graves problemas: desocupación, pueblos sin vida,
agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación,
empobrecimiento de la agricultura y ganadería local,
cráteres, cerros triturados, ríos contaminados,
y algunas obras sociales que ya no se pueden sostener (LS, n.51).
   Más adelante (en el n.52), el Papa hace esta denuncia:
La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada.
Sin embargo, el acceso a la propiedad de los bienes y recursos
para satisfacer sus necesidades vitales les está prohibido,
por un sistema perverso de relaciones comerciales y de propiedad.
Sistema perverso que busca eliminar no la pobreza sino a los pobres...
   Ante estas injusticias que provocan el gemido de la hermana tierra,
que se une al gemido de los abandonados del mundo (LS, n.53);
dejémonos encender por el fuego que lleva Jesús en su corazón.
Se trata de buscar primero el Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33),
para que la tierra bendiga al Señor y cante en su honor eternamente,
y para que los hijos de los hombres bendigan al Señor…(Dn 3,74.82).

Vine a traer división en la tierra
   Jesús sigue su camino a Jerusalén donde morirá crucificado.
Ante esta triste realidad que le espera, Jesús dice a sus discípulos:
¡Qué angustia siento hasta que esto se haya cumplido!
Luego añade: ¿Piensan que vine a traer paz al mundo?
No he venido a traer la paz sino la división.
   La paz que Jesús nos ofrece va a crear división en la tierra,
porque su Paz es diferente a la “paz” que imponen los corruptos;
pues, todos, pequeños y grandes, solo buscan riquezas mal habidas.
Profetas y sacerdotes se dedican a engañar.
Sanan las divisiones de mi pueblo diciendo: paz, paz,  y no hay paz.
Debería darles vergüenza de hacer esas cosas que no las soporto.
Pero ni siquiera tienen vergüenza, ni saben sonrojarse (Jr 6,13ss).
   Para nuestros obispos la paz cristiana tiene estas características:
*La paz es, ante todo, fruto de la justicia (Is 32,17).
Supone y exige la instauración de un orden justo…
La opresión ejercida por los grupos de poder
puede dar la impresión de mantener la paz y el orden,
pero es el germen continuo e inevitable de rebeliones y guerras…
El paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas,
es el nombre nuevo de la paz (cf. PP, 1967, n.20-21).
*La paz es un quehacer permanente (GS, n.78).
Una paz estática y aparente puede obtenerse empleando la fuerza.
Una paz auténtica implica lucha, capacidad inventiva, conquista…
La paz no se encuentra, se construye.
El pueblo de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo,
debe enfrentarse al egoísmo, a la injusticia personal y colectiva.
*La paz es fruto del amor (GS, n.78).
La solidaridad humana se realiza verdaderamente en Cristo
quien da la paz que el mundo no puede dar (Jn 14,27)…
El cristiano que trabaja por la justicia social
debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón.
La paz con Dios es el fundamento de la paz interior y de la paz social.
Por lo mismo, allí donde dicha paz social no existe,
allí donde hay injustas desigualdades sociales, políticas, económicas;
hay un rechazo del don de la paz del Señor,
más aún, un rechazo del Señor mismo (Medellín, La paz, n.14).
J. Castillo A.

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