10º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
1Re 17,17-24 - Gal
1,11-19 - Lc 7,11-17
Mientras un
numeroso grupo de vecinos de la ciudad de Naín salen,
llevando
los restos mortales del hijo único de una madre viuda;
Jesús,
sus discípulos y mucha gente, llegan
a la puerta de esa ciudad.
Este
encuentro entre la Vida y la muerte,
debemos meditarlo
a
la luz de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.
Hijo
único de una madre viuda
Al ver el
sufrimiento de aquella madre viuda, Jesús: tiene compasión
(se le remueven las entrañas), se
acerca a ella y le dice: No llores.
Recordemos
que Jesús, desde que empieza a predicar en Galilea,
es
también hijo único de una madre viuda llamada María.
Jesús
actúa siempre movido por la compasión y
la misericordia.
Él
acoge y da vida a las personas que llevan sobre sus hombros:
pobreza, hambre, llanto… odio,
exclusión, desprecio
(Lc 6,20-23).
Al
respecto, meditemos y hagamos realidad estos gestos de Jesús:
*Ante el sepulcro de su amigo Lázaro, Jesús al ver llorar a María…
se le remueven las entrañas… se
estremece… y llora (Jn 11,33s).
*Al llegar a Jerusalén y ver la ciudad, Jesús
llora por ella y dice:
Ojalá reconozcas en este día los caminos
de la paz
(Lc 19,41s).
*Mientras Jesús camina al Calvario, le
siguen muchísima gente
y
también muchas mujeres que lloran y se lamentan por Él.
Jesús
las mira y les dice: Mujeres de
Jerusalén, no lloren por mí,
lloren más bien por ustedes mismas y por
sus hijos…
(Lc 23,27ss).
*Antes de morir, Jesús nos deja este
significativo testamento:
Al ver a su madre y junto a ella al
discípulo amado,
Jesús dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. (Jn 19,25ss).
Nuestra
Cena del Señor será creíble si
actuamos con misericordia:
Señor, danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.
Inspíranos el gesto oportuno frente al hermano solo y
desamparado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente
explotado.
(Plegaria eucarística V/b)
Joven,
a ti te digo: ¡Levántate!
En aquella época se decía: quien toca un
cadáver queda impuro.
A
Jesús, el Profeta de la misericordia, no le interesa esas creencias.
Se
acerca… toca el ataúd… y dice: Joven, a ti te digo: ¡Levántate!
El
muerto se levanta, se pone a hablar. Jesús se lo entrega a su madre.
Actualmente,
es doloroso ver morir a jóvenes
“antes de tiempo”…
También
es doloroso ver a jóvenes que han caído
en las redes
de
la droga, la pornografía, la prostitución, la violencia callejera…
Y
no faltan jóvenes desorientados por falta de capacitación,
sin
posibilidad de trabajo, con un futuro incierto…
No
olvidemos que tras todos estos problemas, hay
mucho llanto.
¿Descubrimos
en aquellos rostros, el rostro sufriente de Jesús?
¿Acogemos
a esos jóvenes para orientarlos hacia una reconciliación:
consigo mismo… con los demás… con la
naturaleza… y con Dios?
¿Les
damos la posibilidad de: ver, oír,
hablar, levantarse, caminar…
o
seguimos “abusando” de la paciencia de niños, jóvenes y adultos?
Refiriéndose a los laicos en general, el
Papa Francisco nos dice:
Hemos
caído en la tentación de pensar que
el laico comprometido
es aquel que trabaja en las obras de la
Iglesia
y/o en las cosas de la parroquia o de la
diócesis…
Luego
añade: Sin darnos cuenta, hemos generado
una elite laical
creyendo
que son laicos comprometidos
solo
aquellos que trabajan en cosas “de los curas”
y hemos olvidado, descuidado al creyente
que -muchas veces-
quema su esperanza en la lucha cotidiana
por vivir la fe…
Debemos
reconocer que el laico por su propia
realidad e identidad,
por estar inmerso en el corazón de la
vida social, pública y política,
por estar en medio de nuevas formas
culturales que se gestan;
continuamente
tiene exigencias de nuevas formas de organización
y
de celebración de la fe (Carta al Card.
Marc Ouellet, 19/03/2016).
Escuchemos
también el “Mensaje de Vaticano II a la juventud”,
y
ayudemos a los jóvenes para que: -Luchen contra todo egoísmo.
-No
permitan que se dé libre curso a los instintos de violencia y odio.
-Que
sean generosos, puros, respetuosos y sinceros.
-Construyan
con entusiasmo un mundo mejor que el
de sus mayores.
Dios es Padre de los huérfanos y
protector de las viudas (Sal 68,6),
y un día, ya no habrá: muerte, luto, llanto, ni dolor (Apc 21,4).
J. Castillo A.
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