viernes, 6 de noviembre de 2015

La importancia de lo insignificante (Domingo 8 de Noviembre)

Para leer las lecturas del XXXI Domingo Ordinario B,

 1 Reyes 17,10-16; Salmo  145,7.8-9a. 9bc-10; Hebreos 9,24-28; Marcos 12,38-44
 
La Biblia está llena de narraciones cuyos protagonistas son gente importante: patriarcas como Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, Josué…, reyes como Saúl, David, Salomón…, profetas como Isaías, Jeremías, Ezequiel…, apóstoles o discípulos como Pedro, Juan o Santiago, que, insignificantes de principio, luego adquieren relevancia en la Iglesia. Pero también aparecen en la Escritura personajes que aparentemente son insignificantes, como las  viudas de 1 Re 17,10-16 y Mc 12,38-34.  Su importancia en el total de la revelación es relativa porque no tienen el peso de los grandes personajes de la Historia de la Salvación;  de muchos ni siquiera se menciona su nombre; son personajes anónimos y da la impresión de que se podría prescindir de ellos. Sin embargo, estos personajes menores tienen importancia capital, ya que  aunque  no signifiquen mucho para nosotros sí son significativos para Dios. La atención que Jesús presta a la viuda y su donativo, en el templo de Jerusalén, donde toda la gente estaba pendiente de los sacerdotes y la gente principal, son una prueba de lo dicho. Vayamos  directamente los textos.

Dos viudas

El libro de los Reyes nos habla de un hecho que tuvo lugar en una época de sequía en tiempos de Elías. Este profeta es ayudado por una viuda de Sarepta, cerca de Sidón, en el Líbano. Es por tanto una extranjera. La fe de esta mujer será admirada por Jesús en su homilía de Nazaret: «Muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en la región de Sidón» Lc 4,25-26. Con sus palabras  provocó Jesús la ira de sus paisanos al alabar la fe de una extranjera poniéndola en contraposición con la de ellos. A la viuda de Sarepta que acogió a Elías Dios la premia: «Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías», mientras que entre los vecinos de Nazaret Jesús no pudo hacer ningún milagro por su falta de fe (Mc 6,5-6).
 
Dos enseñanzas sacamos, de momento, de esta lectura (luego añadiremos algunas más):
*la primera: que personas insignificantes, como la viuda de Sarepta, con su fe comprometida, han hecho a los ojos de Dios mucho más que personajes importantes que sólo han vivido de cara a su propio cargo;
*y la segunda: que el más pequeño de los gestos de amor no cae en saco roto, sino que es valorado y premiado por Dios. 

La página del AT que nos habla de la mujer de Sarepta nos prepara a escuchar la enseñanza de Jesús en el pórtico del templo: una pobre viuda echa dos reales en el arca para el mantenimiento del templo; ¿cantidad pequeña?; sí, pequeña desde una mirada superficial; pero muy grande según la opinión de Jesús, que aprovecha el gesto de la viuda para desenmascarar el poco valor de las obras hechas por ostentación, para ser vistos y recibir el aplauso: ”os asguro que ya han recibido su paga”, dirá en otro lugar (Mt 6,2.6.16). El valor mayor se lo llevan las obras hechas desde la humildad del corazón,  sin esperar el reconocimiento de los hombres; entonces "tu padre que ve en lo escondido te recompensará” (Mt 6,4.6.18).

¿Dónde estoy yo?

Por uh lado los poderosos con su ostentación y su búsqueda de aplaudo; por el otro los sencillos y sus gestos de amor aparentemente insignificantes. ¿Dónde estamos cada uno de nosotros? Estos textos nos interpelan, estas viudas nos dan una catequesis esencial; nos enseñan:

1) El valor de los gestos insignificantes y anónimos. Los hombres gustamos de la ostentación. Hacemos las cosas para “ser vistos”, para salir en la foto; necesitamos de la aprobación ajena para hallar un sentido a lo que hacemos y vivimos; nos pasamos los días mendigando el reconocimiento exterior, el elogio, el aplauso; y fijamos en esos cimientos nuestra propia autoestima: tanto vales, tanto te aplauden. Las dos viudas no se mueven en esos esquemas: nadie, salvo Elías, conoce lo que ha hecho la viuda de Sarepta, y sólo Jesús  se da cuenta del donativo de la viuda del templo. Sólo hay una respuesta a la pregunta de dónde ponen esas dos personas su propio valor y autoestima: en Dios, en el Padre Dios que ve en lo escondido. Si Dios me ama –te dicen-, si a Dios le agradan mis obras,  ¡qué más puedo tener!

2) El valor de la fe como confianza total. Las dos mujeres (viudas, pobres) no se angustian demasiado por el futuro: confían en Dios, están en sus manos. Han asimilado la Palabra de Dios que dice que aquellos que se mantienen fieles no son abandonados., «El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, ... da pan  los hambrientos, …  endereza a los que ya se doblan, … sustenta al huérfano y a la viuda» (Sal 145,6.7-9). Estas dos mujeres son ejemplo excelente de fe-confianza en el Señor.

3) La fe se muestra en la generosidad. Ambas mujeres no se quedan en el golpe de pecho. Pasan a la acción. Tienen un buen corazón y hacen el bien sin cálculos mezquinos. Además, teniendo en cuenta que estas viudas ayudaron la una a un profeta de Dios y la otra al culto del Templo, no está mal destacar que las lecturas alaban a aquellos que con sus bienes o con su  tiempo, o con sus cualidades puestas al servicio de la comunidad cristiana, ayudan a desplegar su acción caritativa, realizar mejor su misión evangelizadora o promover unas celebraciones litúrgicas cada vez más vivas y dignas.
 
4) Finalmente, fijémonos en la mirada profunda de Jesús sobre las cosas y los acontecimientos. Para Él es evidente el contraste entre los ricos que se creen justos, pero no tienen buen corazón,  y los pobres de buen corazón y que lo dan todo. Esta misma visión de las cosas por parte de Jesús la encontraremos en la parábola de «el buen samaritano» (Lc 10, 25-37) o en la valoración que Jesús hace de la oración en la parábola de «el fariseo y el publicano» (Lc 18,9-16).  Jesús va con su mirada más allá de las apariencias, e invita a los suyos  a lo mismo.  La actitud contemplativa de Jesús tiene mucho de sentido común, de capacidad para adentrarse en el corazón de los hechos y  discernir los motivos que hay en el fondo  del corazón a la hora de tomar decisiones y realizar cualquier tarea.   

Hoy déjate interrogar, iluminar y convertir por el ejemplo de las dos viudas.
- Concede importancia al anonimato ante los hombres sabiendo que nada hay oculto para Dios. Dios lo ve todo. Esta verdad, tan recurrente para disuadir del pecado, úsala como recurso para hacer el bien bajo la atenta mirada aprobatoria de Dios.
-Valora la tarea de las personas que anónimamente hacen posible un mundo  mejor. La historia verdadera no la escriben los que aparecen en los libros sino los que trabajan en silencio sin buscar el aplauso haciendo vida el consejo evangélico de “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6,3).
- No dejes de ser generoso con el necesitado aunque hayas de compartir con él los últimos recursos que te quedan; da de lo que tienes, no sólo de lo que te sobra.
- Y aprende a mirar al corazón de los hechos antes de emitir un juicio. Cuando se miran los acontecimientos desde la interioridad es más fácil la misericordia.  Así te mira Dios. Haz tú lo mismo.
 -Y, cuando la situación parezca desesperada y sin salida, confía en Dios. Él siempre está ahí.
 
Casto Acedo Gómez. Noviembre 2015. paduamerida@hotmail.com. 

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