II Domingo de Pascua (ciclo B)
Hch 4,32-35 - 1Jn
5,1-6 -
Jn 20,19-31
Teniendo presente la muerte cruel que
Jesús padeció aquel viernes,
es
difícil aceptar que hubiera resucitado de entre los muertos.
Por
eso, los discípulos no creen a las mujeres que fueron al sepulcro,
piensan
que es pura fantasía y no le hacen caso
(Lc 24,11).
Todo
cambia cuando Jesús resucitado se
aparece a sus discípulos,
anunciándoles
un mensaje de paz… y mostrándoles sus heridas…
Los
discípulos se alegran al ver al Señor
Los discípulos de Jesús que viven en una sociedad
donde hay
violencia,
están en una casa con las puertas cerradas por miedo.
Entre
ellos hay un Ausente: Jesús, su mensaje, sus obras, su ejemplo.
Hoy,
lamentablemente, hay comunidades cristianas que viven
con
las puertas cerradas, instaladas en la
comodidad, el estancamiento
y en la tibieza, al margen del
sufrimiento de los pobres (DA, n.362).
O
como lo dice el Papa Francisco: Iglesia enferma por el encierro
y la comodidad de aferrarse a las
propias seguridades… Más que el
temor a equivocarnos, espero que nos
mueva el temor a encerrarnos:
-en las estructuras que nos dan una
falsa contención, -en las normas
que nos vuelven jueces implacables, -en
las costumbres donde nos
sentimos tranquilos, mientras afuera hay
una multitud hambrienta
y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Denles
ustedes de comer!
(EG, 49).
Así
como los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor… hoy,
necesitamos
ver a Jesús que está presente: cuando
donde dos o tres
nos reunimos en su nombre (Mt 18). Solo
así, Él nos libera del miedo,
nos
da la paz, nos contagia su alegría, nos infunde su Espíritu para
perdonar,
nos envía a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
Entonces
sí, como dice la primera lectura, los
creyentes: tendremos
una
sola alma y un solo corazón… con fortaleza daremos testimonio
de
la resurrección del Señor Jesús… no habrá entre nosotros ningún
necesitado,
porque compartimos con ellos nuestros bienes… Esta
presencia
de Jesús es el camino para transformar nuestra sociedad.
No
seas incrédulo, sino creyente
La verdadera presencia de Jesús se
descubre en la comunidad:
Yo estaré con ustedes todos los días,
hasta el fin del mundo (Mt 28).
Tomás,
al alejarse de la comunidad, no tiene la experiencia de sus
compañeros
que están llenos de alegría porque han
visto al Señor.
Ocho
días después Jesús se presenta de nuevo en medio de ellos,
y
les anuncia una vez más: La paz esté con ustedes.
Jesús
no quiere que nadie quede excluido de la alegría Pascual,
por
eso invita a Tomás a ver y tocar sus
heridas, signos de su muerte
y
de su amor por nosotros. Esas heridas son fuente de reconciliación.
Jesús
que fue torturado, puede enseñar sus heridas y hablar de ellas,
porque
ya no son signos de dolor y de recuerdos desgarradores,
sino
que se han convertido -por su resurrección- en heridas que sanan.
Ante
las dudas de Tomás, Jesús le acoge y le ayuda, porque todavía
no
goza de la paz y alegría que viene de la fe en el Resucitado;
es
por eso que le dice: No seas incrédulo, sino hombre de fe.
Tomás
al comprobar que el mismo Jesús resucitado está delante él,
reconciliándole
con amabilidad, exclama: ¡Señor mío y Dios mío!
Para
todo proceso de reconciliación, incluso para liberar a los mismos
opresores,
los mejores agentes son las víctimas reconciliadas.
Reconciliar
no es olvidar una experiencia dolorosa, sino asumirla
con
la finalidad de proyectarse hacia el futuro de manera diferente.
Felices
los que crean sin haber visto
Después de lavar los pies a sus
discípulos, Jesús les dice: Felices
ustedes
si lo ponen en práctica (Jn 13). La experiencia de Tomás
nos
mereció esta promesa: ¡Felices los que creen sin haber visto!
Reflexionemos
en las
siete bienaventuranzas del Apocalipsis,
que
son una síntesis de esperanza y optimismo de todo el libro:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje
profético… (Apoc 1,3).
*Felices los que, en adelante, mueren fieles
al Señor… (14,13).
*Felices los que están despiertos y conservan
sus vestidos… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de la boda
del Cordero… (19,9).
*Felices y santos los que participan de la
primera resurrección (20,6).
*Felices los que practican estas palabras
proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para
participar del árbol de la vida
(ellos lavaron sus ropas en la sangre del
Cordero) (22,14; 7,14).
J. Castillo A.
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