miércoles, 4 de marzo de 2015

De Galilea... al templo de Jerusalén

III Domingo de Cuaresma, ciclo B
Ex 20,1-7  -  1Cor 1,22-25  -  Jn 2,13-25

   En Caná de Galilea, en una casa familiar, Jesús realiza su primer
signo, manifiesta su gloria, y sus discípulos creen en Él (Jn 2,1-12).
   Muy diferente lo que Jesús encuentra en el templo de Jerusalén,
allí la Casa de Dios Padre ha sido convertida en un mercado…
De ese templo no quedará piedra sobre piedra, pues el nuevo templo
es Jesús muerto y resucitado, presente en sus hermanos que sufren.

Los templos… ayer y hoy
   La fiesta principal del pueblo judío era la Pascua, fiesta que hace
referencia a su liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12).
Cuando Jesús va a Jerusalén para la fiesta Pascual, ve que el templo
ya no es la Casa de Dios Padre que acoge a todos sus hijos e hijas;
sino un mercado de bueyes, ovejas, palomas… un lugar para cambiar
dinero… un edificio lujoso para amenazar y esclavizar a los pobres…
Jesús reacciona indignado contra ese nuevo becerro de oro (Ex 32),
y declara públicamente: la Casa de mi Padre no es un mercado.
   Hagamos, hoy, un serio examen de conciencia, personal y eclesial:
¿Hemos superado el sistema de ‘aranceles’, llegado a ser mal visto,
desligándolo de la administración de los sacramentos? (Medellín,14).
¿Se celebra Misa, sobre todo por las intenciones de los necesitados, 
aunque no se reciba ningún estipendio? (CIC, canon 945).
¿En materia de ‘estipendios’, hemos evitado hasta la más pequeña 
apariencia de negocio o comercio? (canon 947 y 1385).
   Al respecto, el Papa Francisco nos dice: Cuántas veces vemos
que entrando en un templo, aún hoy, está la lista de los precios:
bautismo, tanto… bendición, tanto… intención de misa, tanto
Luego, recuerda este hecho: Una pareja de novios, para casarse
con misa, tuvieron que pagar dos turnos, es decir, pagar el doble.
A continuación, añade: Hay dos cosas que el pueblo de Dios
no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero
y a un sacerdote que maltrata a la gente (Homilía, 21 nov. 2015).

Destruyan este templo y en tres días lo levantaré
Los gestos audaces de Jesús en el templo suscitan una doble reacción:
   *Las autoridades religiosas al ver que sus negocios corren peligro,
se acercan a Jesús y le piden una señal que justifique su acción.
Jesús les dice: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Ellos piensan que se trata del templo material construido por Herodes.
Pero Jesús habla del templo de su cuerpo: su muerte y resurrección;
anunciando así la abolición del templo y del culto que allí se celebra.
Más tarde, Jesús dirá a la Samaritana: Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre
Pero ha llegado la hora, en la que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,19-26). 
   *Los discípulos, al ver la indignación de Jesús, se acuerdan
que la Escritura dice: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).
Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, ellos se acordaron de lo
que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
   En nuestros templos y ceremonias religiosas… ¿qué lugar ocupan
los rostros desfigurados de niños, jóvenes, adultos y ancianos?  
   *Escuchemos las denuncias del profeta Jeremías: Ustedes confían
en palabras engañosas que no les sirven de nada. Roban, matan,
cometen adulterio, juran en falso, ofrecen incienso a Baal, dan culto
a dioses extranjeros y desconocidos… Después vienen a este templo
que está dedicado a mi Nombre para decir: aquí estamos seguros
y , luego, siguen cometiendo esas mismas maldades que no soporto.
¿Acaso piensan que este templo es una cueva de ladrones? (Jer 7).
   *San Pablo dice algo sublime sobre la dignidad del ser humano:  
¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios vive
en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá
a él; porque el templo de Dios que son ustedes es santo (1Cor 3,16s).
   *San Juan Crisóstomo, en su homilía sobre el texto de Mateo 25,
dice: ¿De qué sirve adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el
mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento
y, luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo.
   *Ante casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos
superfluos de los templos; al contrario, podría ser obligatorio vender
esos bienes para dar pan, bebida, vestido, casa a quien carece de ello
(Juan Pablo II, Preocupación social de la Iglesia, n.31). 
J. Castillo A.

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