IV Domingo de
Cuaresma, ciclo B
2Cro 36,14-16 - Ef
2,4-10 -
Jn 3,14-21
El Evangelio de hoy nos presenta la parte final del
diálogo de Jesús
con Nicodemo: fariseo,
maestro en Israel y magistrado
del Sanedrín,
supremo tribunal que sentenció a Jesús a morir
crucificado (Jn 11,53).
Nicodemo (el que vence al pueblo) tiene poder político, económico
y religioso; sin embargo, busca a Jesús porque viene de parte de Dios.
Después de decirle que el
Hijo del hombre será elevado, es decir,
crucificado; Jesús le habla del inmenso amor que Dios nos tiene, pero
hay personas que prefieren las tinieblas porque sus obras
son malas.
Más tarde, Nicodemo defenderá a Jesús
cuando intentan detenerlo
y, con José de Arimatea, enterrará el cuerpo de Jesús (Jn
7,51; 19,39).
Creer en el Crucificado para tener vida eterna
La imagen de la serpiente de bronce que Moisés mandó
levantar
en el desierto (Num 21,4-9), encuentra su pleno
significado en Jesús,
que es elevado
-crucificado y resucitado- para salvar a la humanidad.
En efecto, los judíos que habían sido mordidos por una
serpiente,
podían ver aquella figura, pero solo para quedar
sanos en el cuerpo.
En cambio, los que ven a Jesús y creen en Él, tienen vida
eterna;
porque el Hijo
único de Dios vino no para condenar sino para salvar.
Jesús sigue sufriendo en las personas que, como el pobre
Lázaro,
viven desnudos, enfermos, hambrientos… mientras en la
otra orilla
hay ricos insensibles y ciegos ante el sufrimiento de los
pobres.
Al respecto, Bartolomé de Las Casas,
obispo defensor de los indios,
en 1559, hizo esta severa denuncia: Dejo en las Indias a Jesucristo,
nuestro Dios, azotado y afligido, abofeteado y
crucificado, no una,
sino millares de
veces, cuando de parte de los españoles, se destruye
a aquellas gentes…
y se les quita la vida antes de tiempo.
¿Hasta cuándo el sistema neocolonialista y sus nuevos encomenderos
despojarán de sus tierras a los pobres campesinos… para satisfacer
los intereses de
grupos económicos que destruyen irracionalmente
las fuentes de vida
en perjuicio de la misma humanidad? (DA 471).
Dios nos ama y nos entrega a su Hijo único
El proyecto de Dios Padre está hecho de amor gratuito que
da vida.
Por eso, Dios mismo nos entrega todo lo que posee: su
Hijo único,
para que todos los hombres y mujeres nos amemos y tengamos vida:
Les doy un
mandamiento nuevo: ámense unos a otros como yo les
he amado. En esto
reconocerán que ustedes son mis discípulos,
en el amor que se
tengan unos a otros (Jn 13,34s).
Ahora bien, teniendo en cuenta las
enseñanzas y obras de Jesús,
sus seguidores debemos optar: estar con Jesús, a favor de
la vida;
o estar contra Jesús, a favor de la muerte. No hay
término medio.
En el diálogo con Nicodemo, Jesús le dice: Dios envió a su Hijo
no para condenar,
sino para que el mundo se salve por medio de Él.
Jesús no juzga ni condena, simplemente
invita a hacer una opción.
Son las mismas personas las que se juzgan a partir de lo
que hacen:
si están a favor de la vida se salvan, caso contrario se
condenan.
En otras palabras, nuestra
práctica será también nuestra sentencia:
Si uno dice: ‘yo
amo a Dios’, y al mismo tiempo odia a su hermano,
es un mentiroso.
Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve,
¿cómo puede amar a
Dios, a quien no ve? (1Jn 4,20).
Quien practica la verdad se acerca a la luz
En este tiempo de Cuaresma examinemos cuánto de luz y tinieblas
hay: en nuestra vida… en nuestras familias… en nuestra
sociedad…
Cuánto de luz y tinieblas hay: en nuestras comunidades
eclesiales,
y en las organizaciones sociales que están en el campo y
en la ciudad.
Cuánto de luz y tinieblas hay: en nuestras autoridades
‘creyentes’
y en sus políticas de gobierno local… regional… nacional…
Como discípulos misioneros de Jesús, debemos ser luz
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras
de muerte.
También debemos denunciar todos aquellos proyectos
que nos mantienen en las tinieblas de la injusticia y
corrupción.
Hay países cuyas autoridades prefieren
las tinieblas… odian la luz,
dan leyes que favorecen los intereses de grupos egoístas
y extranjeros.
En este contexto, defender
la vida de las personas pobres, y la
vida
nuestra madre tierra, trae consigo persecuciones,
cárceles, muertes…
Sin embargo, Jesús nos dice: El que quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien la
pierda por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le
vale al hombre
ganar todo el mundo, si pierde su vida? (Mc 8).
J. Castillo A.
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