XX Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A.
Is 56,1.6-7 - Rom
11,13-15.29-32 - Mt 15,21-28
Despreciada por
ser mujer, pagana y extranjera; aquella madre no puede olvidar
ni dejar de amar a la hija de sus entrañas (Is 49). Por
eso, con una fe sencilla pero firme, se
acerca a Jesús gritando: Señor, ten
compasión de mí, mi hija es atormentada por un demonio. Al
final, Jesús que es el rostro de Dios compasivo y misericordioso, le
dice: Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se
cumpla lo que deseas.
Despídela,
que viene detrás gritando
Jesús y sus
discípulos están en el país fronterizo de Tiro y Sidón.
Es
allí, donde una madre pagana va al
encuentro de Jesús.
A
partir del diálogo que sigue, aparentemente muy duro, Jesús educa
a
sus discípulos, para que se liberen de aquellas murallas históricas
que
separan a hijos de Abraham y paganos, a israelitas y extranjeros.
A
pesar de estos y otros problemas, ella como madre angustiada,
pide
a Jesús que tenga compasión de ella pues
su hija está enferma.
Jesús
guarda silencio… esperando la reacción de sus discípulos.
Éstos,
como anteriormente (Mt 14,15), optan por el camino más fácil
y
dicen a Jesús: Despídela, que viene detrás gritando. Como siempre,
lo
más fácil es despedir, Jesús en cambio pide acoger y compartir.
Después,
para superar el muro entre hijos de Abraham y paganos,
Jesús
le dice: He sido enviado solo a las ovejas perdidas de Israel.
Algo
semejante lo dice al enviar a los primeros misioneros: No vayan
a países de paganos,
ni entren en pueblos de samaritanos (Mt 10).
Sin
embargo, más adelante evangelizarán todos los pueblos (Mt 28).
Luego,
para acabar con el maltrato de llamar ‘perros’ a los paganos,
Jesús
dice a la mujer: No es bueno dar a los
perros el pan de los hijos.
Ante
esta dura comparación: hijos-israelitas… perros-paganos…
aquella
madre no busca quitar el pan a los hijos, solo pide compartir:
También los
perros comen las migajas que caen de la mesa del amo.
Por
ahora, ella que representa a los paganos se contenta con migajas,
pero
llegará el día en que habrá pan en abundancia (Mt 15,32ss).
Mujer,
¡qué grande es tu fe!
Jesús, a través
de aquel diálogo, en presencia de sus discípulos,
hizo
aflorar lo más valioso que hay en el corazón de aquella madre.
Es
un diálogo ejemplar para que sus seguidores hagamos lo mismo.
Luego,
reconociendo con alegría la fe de esta madre, Jesús le dice:
Mujer,
¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas.
Ella
que rogó sin cesar ve cumplido su deseo, su hija queda sana.
Algo
semejante sucede con el centurión romano, de él dice Jesús:
No he encontrado
una fe tan grande en el pueblo de Israel (Mt 8,10).
Pero,
tratándose de sus discípulos, Jesús les reprocha su falta de fe:
-¿Por qué tienen
miedo, hombres de poca fe? (Mt 8,26).
-¡Hombre de poca
fe!
-le dice a Pedro- ¿por qué dudas? (Mt
14,31).
Hoy,
hace falta: -Dejarnos evangelizar por
las personas sencillas,
que
animadas por una fe firme en Dios,
viven de una manera honrada.
-Apoyar la esperanza de hombres y mujeres que, sin desanimarse,
se
enfrentan a los problemas y sufrimientos de cada día.
-Animar a los que realizan un servicio
sencillo y callado al necesitado,
motivados
por un verdadero amor a Dios y al
prójimo.
Escuchando el
grito de aquella madre extranjera, preocupada por
la
enfermedad
de su hija y que pide compartir el pan; preguntemos:
¿Somos
capaces de oír los lamentos de niños, jóvenes y adultos,
que
en la Sierra son despojados de sus tierras para enriquecer a otros;
y
en la Selva beben aguas contaminadas por derrames petroleros?
Y
ampliando nuestra mirada, ¿quiénes son los verdaderos culpables
del
conflicto armado interno que sufren los habitantes de Siria?
¿Qué intereses hay en la reciente intervención militar de Israel en Gaza,
que ha
causado: cerca de 2,000 palestinos muertos, entre ellos 460 niños;
unos 10 mil heridos,
500 mil desplazados, 100 mil hogares destruidos?
Frente
a estos y otros problemas, escuchemos a Dios que nos dice:
Cuando un extranjero se establezca en el país
de ustedes,
no lo opriman
será como uno nacido allí, lo amarás
como a ti mismo
porque también
ustedes fueron extranjeros en Egipto (Lev
19,33-34).
Tampoco
debemos olvidar las palabras que Jesús nos dirá aquel día:
Vengan, benditos
de mi Padre, porque tuve hambre y me alimentaron,
era extranjero y me acogieron, estaba enfermo y me sanaron…
Apártense de mí,
malditos, porque tuve hambre, era extranjero,
estaba enfermo
y no me socorrieron (Mt 25,31-46).J. Castillo A.
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