XXI Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 22,19-23 - Rom
11,33-36 - Mt 16,13-20
Jesús y sus
discípulos están en la región de Cesarea de Filipo,
ciudad
edificada por Herodes en honor del emperador César Augusto;
se
trata del homenaje de un ‘rey títere’ que le debe su puesto a Roma.
Allí,
un pequeño grupo de discípulos van a confesar abiertamente
que
Jesús de Nazaret es: el Profeta… el
Mesías… el Hijo de Dios…
que
vino a este mundo para anunciar el Reino
de Dios y su justicia.
Jesús
es el Profeta
Cuando Jesús les
pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?,
la
respuesta que dan es muy variada: Unos
dicen que Juan Bautista…
otros que Elías…
otros que Jeremías… o uno de los profetas.
Para
la gente sencilla que ha oído sus enseñanzas y ha visto sus obras,
Jesús
se sitúa en la línea de los grandes profetas del Pueblo de Dios,
encarnando
las principales características de todo profeta, a saber:
*Renunciar: Juan el Bautista, la voz que
clama en el desierto, viste
un manto de
camello, se alimenta de langostas y miel silvestre
(Mt 3,4).
Jesús,
por su parte, a un escriba que quiere seguirle le dice:
Las zorras
tienen madrigueras, las aves del cielo nidos,
pero el Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8,20).
*Denunciar: El profeta Elías denuncia al
rey Ajab de Samaría
por
haber asesinado a Nabot para robarle sus tierras (1Re 21).
Jesús,
en varias ocasiones, denuncia a las autoridades religiosas:
por
observar el descanso sabático a costa de la vida de los enfermos,
por
devorar los bienes de las viudas so pretexto de largas oraciones,
o
por haber convertido el templo en una cueva de ladrones (cf. Mt 23).
*Anunciar: Jeremías es consagrado
profeta desde el seno materno,
para
arrancar y derribar y, sobre todo,
para edificar y plantar (Jer 1,10).
Jesús,
desde Galilea, anuncia que está cerca el
Reino de Dios…
Viviendo
pobre entre los pobres, tiene autoridad moral para anunciar:
que
los pobres, afligidos, misericordiosos,
perseguidos… son felices;
y
que son benditos los que dan de comer
a los que tienen hambre.
Jesús
es el Mesías, el Hijo de Dios
Después,
Jesús pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Fue
entonces cuando Simón Pedro, en nombre de todos ellos, dice:
Tú
eres el Mesías… Tú eres el Hijo de Dios vivo…
*Tú
eres el Mesías.
En esa época
muchos judíos esperaban un Mesías
(=Cristo, Ungido) triunfalista que los iba
a liberar del yugo romano.
Incluso
sus discípulos tenían esa mentalidad, pues las veces que Jesús
anuncia
su pasión y muerte, ellos le reprenden
como hace Pedro…
se ponen muy
tristes…
o andan buscando los primeros puestos…
Muy
diferente el camino que sigue Jesús: ser un Mesías-Servidor,
como
lo anunció Isaías: Miren a mi Servidor, a
quien sostengo;
mi elegido, a
quien prefiero. Sobre Él he puesto mi Espíritu
para que lleve
la justicia a todas las naciones (Is 42,1).
Jesús
sabía que poniendo su vida al servicio de los insignificantes,
iba
a cuestionar los privilegios de quienes dominan y oprimen.
Sabía
también que por ese camino le iban a perseguir y, de hecho,
fiel
a la misión que el Padre le encomendó, muere crucificado.
Este
es el precio que Jesús pagó por vivir como un simple servidor:
El Hijo del
Hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida.
Y
su resurrección es la respuesta del Padre a la fidelidad de su Hijo.
*Tú
eres el Hijo de Dios. Al oír este título, en vez de mirar el
cielo,
miremos
la tierra y caminemos con Jesús de Belén hasta el Calvario.
Jesús
que pasó su vida haciendo el bien y
sanando a los enfermos,
fue
condenado a morir crucificado como un peligroso delincuente.
Colgado
en la cruz, Jesús se siente abandonado incluso por el Padre:
Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
Sin
embargo, en este momento de abandono renace la esperanza;
en
efecto, el centurión romano y la tropa que custodiaban a Jesús
exclaman:
Verdaderamente este hombre es el Hijo de
Dios.
Hoy
en día, si queremos encontrar a Jesús, el Hijo de Dios,
no
lo ‘ocultemos’ con adornos superfluos ni con objetos preciosos;
pues,
¿de qué sirve adornar el altar con
lienzos bordados de oro,
si niegas al
mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez?
Busquemos
a Jesús en los rostros sufrientes de
hombres y mujeres,
es
allí donde el Hijo de Dios está presente y puede ser encontrado.
Hay
que buscarlo también en los que entregan su vida generosamente,
pues
no hay amor más grande que dar la vida
por sus amigos (Jn 15,13).
J. Castillo A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog