miércoles, 20 de agosto de 2014

Conocer y amar a Jesús

XXI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 22,19-23  -  Rom 11,33-36  -  Mt 16,13-20

   Jesús y sus discípulos están en la región de Cesarea de Filipo,
ciudad edificada por Herodes en honor del emperador César Augusto;
se trata del homenaje de un ‘rey títere’ que le debe su puesto a Roma.
    Allí, un pequeño grupo de discípulos van a confesar abiertamente
que Jesús de Nazaret es: el Profeta… el Mesías… el Hijo de Dios
que vino a este mundo para anunciar el Reino de Dios y su justicia.

Jesús es el Profeta
   Cuando Jesús les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?,
la respuesta que dan es muy variada: Unos dicen que Juan Bautista…
otros que Elías… otros que Jeremías… o uno de los profetas.
Para la gente sencilla que ha oído sus enseñanzas y ha visto sus obras,
Jesús se sitúa en la línea de los grandes profetas del Pueblo de Dios,
encarnando las principales características de todo profeta, a saber:
*Renunciar: Juan el Bautista, la voz que clama en el desierto, viste
un manto de camello, se alimenta de langostas y miel silvestre (Mt 3,4).
   Jesús, por su parte, a un escriba que quiere seguirle le dice:
Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos,
pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8,20).
*Denunciar: El profeta Elías denuncia al rey Ajab de Samaría
por haber asesinado a Nabot para robarle sus tierras (1Re 21).
   Jesús, en varias ocasiones, denuncia a las autoridades religiosas:
por observar el descanso sabático a costa de la vida de los enfermos,
por devorar los bienes de las viudas so pretexto de largas oraciones,
o por haber convertido el templo en una cueva de ladrones (cf. Mt 23).
*Anunciar: Jeremías es consagrado profeta desde el seno materno,
para arrancar y derribar y, sobre todo, para edificar y plantar (Jer 1,10).
   Jesús, desde Galilea, anuncia que está cerca el Reino de Dios
Viviendo pobre entre los pobres, tiene autoridad moral para anunciar:
que los pobres, afligidos, misericordiosos, perseguidos… son felices;
y que son benditos los que dan de comer a los que tienen hambre.

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios
   Después, Jesús pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Fue entonces cuando Simón Pedro, en nombre de todos ellos, dice:
Tú eres el Mesías… Tú eres el Hijo de Dios vivo
*Tú eres el Mesías. En esa época muchos judíos esperaban un Mesías
(=Cristo, Ungido) triunfalista que los iba a liberar del yugo romano.
Incluso sus discípulos tenían esa mentalidad, pues las veces que Jesús
anuncia su pasión y muerte, ellos le reprenden como hace Pedro…
se ponen muy tristes… o andan buscando los primeros puestos
   Muy diferente el camino que sigue Jesús: ser un Mesías-Servidor,
como lo anunció Isaías: Miren a mi Servidor, a quien sostengo;
mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi Espíritu
para que lleve la justicia a todas las naciones (Is 42,1).
Jesús sabía que poniendo su vida al servicio de los insignificantes,
iba a cuestionar los privilegios de quienes dominan y oprimen.
Sabía también que por ese camino le iban a perseguir y, de hecho,
fiel a la misión que el Padre le encomendó, muere crucificado.
Este es el precio que Jesús pagó por vivir como un simple servidor:
El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida.
Y su resurrección es la respuesta del Padre a la fidelidad de su Hijo.
*Tú eres el Hijo de Dios. Al oír este título, en vez de mirar el cielo,
miremos la tierra y caminemos con Jesús de Belén hasta el Calvario.
   Jesús que pasó su vida haciendo el bien y sanando a los enfermos,
fue condenado a morir crucificado como un peligroso delincuente.
Colgado en la cruz, Jesús se siente abandonado incluso por el Padre:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Sin embargo, en este momento de abandono renace la esperanza;
en efecto, el centurión romano y la tropa que custodiaban a Jesús
exclaman: Verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios.
   Hoy en día, si queremos encontrar a Jesús, el Hijo de Dios,
no lo ‘ocultemos’ con adornos superfluos ni con objetos preciosos;
pues, ¿de qué sirve adornar el altar con lienzos bordados de oro,
si niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez?
Busquemos a Jesús en los rostros sufrientes de hombres y mujeres,
es allí donde el Hijo de Dios está presente y puede ser encontrado.
Hay que buscarlo también en los que entregan su vida generosamente,
pues no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos (Jn 15,13).
J. Castillo A.

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