miércoles, 8 de enero de 2020

El bautismo de Jesús y el nuestro

Bautismo del Señor, ciclo A: 12 de enero del 2020
Is 42,1-7  -  Hch 10,34-38  -  Mt 3,13-17

   En la Conferencia de Medellín (1968), Mons. Samuel Ruiz dijo:
Si en la Iglesia primitiva se bautizaba a los convertidos,
hoy, en cambio, nuestra tarea es convertir a los ya bautizados.
   Para esta conversión, se debe dar una buena formación a los padres.
Lo dice  Juan Pablo II: Atended a campo tan prioritario con la certeza
de que la evangelización en el futuro depende en gran parte
de la “Iglesia doméstica”. Es la escuela del amor, del conocimiento
de Dios, del respeto a la vida… (Discurso inaugural en Puebla, 1979).
¿Tomamos en serio el Evangelio? ¿Cómo fue el bautismo de Jesús?

Jesús busca al profeta Juan
   El profeta Juan, cuando bautiza en las aguas del río Jordán, exige:
Confesar los pecados y dar frutos de una sincera conversión.
Ciertamente, el bautismo de Juan no basta, ha sido superado.
Es por eso que el mismo Juan anuncia a la gente esta Buena Noticia:
Yo les bautizo con agua para que se conviertan.
Pero Aquel que viene después de mí y es más poderoso que yo:
Él les bautizará con el Espíritu Santo y con fuego (Mt 3,11).
   Jesús de Nazaret antes de iniciar su misión, va al Jordán donde
el Bautista proclama: Conviértanse, el Reino de los cielos está cerca.
Es allí, donde Jesús se humilla… acompaña a  hombres y mujeres…
y, por solidaridad con ellos/as, pide a Juan ser bautizado, diciéndole:
Conviene que así cumplamos toda justicia. Sobre esta justicia,
al anunciar las bienaventuranzas a los pobres (Mt 5,1-12), Jesús dice:
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, ellos serán saciados.
   Recuperemos -cada día- el verdadero sentido de nuestro bautismo,
para vivir como hijos del Padre… y como hermanos entre nosotros.
Así lo dice san Pablo: Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo,
y morimos, para ser resucitados y vivir una vida nueva (Rom 6,4).
Es decir, se trata de despojarnos del hombre viejo y de sus obras,
para revestirnos del hombre nuevo… a imagen de Dios (Col 3,9s).

Éste es mi Hijo amado, mi predilecto
   Cuando Jesús es bautizado, el Espíritu de Dios viene sobre Él,
y se oye una voz que dice: Este es mi Hijo amado, mi predilecto.
Es la voz del Padre… Viene el Espíritu… Jesús es el Hijo predilecto.
Al final de su vida terrenal (Mt 28,19), Jesús dice a sus seguidores:
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
   Años más tarde, Pedro va a la casa de Cornelio donde anuncia:
Dios ungió a Jesús de Nazaret con el poder del Espíritu Santo.
Jesús pasó la vida haciendo el bien y sanando a los enfermos.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo (2ª lectura). Luego, 
Pedro ordena bautizarlos en el nombre de Jesucristo (Hch 10,48).
   San Pablo, por su parte, insiste: Todos nosotros, judíos o griegos,
esclavos o libres, hemos sido bautizados en un solo Espíritu
para formar un solo cuerpo (1Cor 12,13).
   También los que hemos recibido la gracia del bautismo,
necesitamos ser transformados por el Espíritu, para seguir a Jesús.
Él, una vez bautizado, se retira a la región marginada de Galilea y allí:
-Anuncia: Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos.
-Acoge y come con publicanos y pecadores. -Sana a los enfermos.
-Perdona a los pecadores. -En una palabra, da vida plena.
   Refiriéndose al bautismo, el Papa Francisco dice:
Piensen en una madre soltera que va la parroquia y dice al secretario:
Quiero bautizar al niño”. Y el secretario le dice:
“No, tú no puedes porque no estás casada”.
Pero miren, esta chica que ha tenido el valor de seguir adelante
con su embarazo sin “quitárselo de encima”, ¿qué encuentra?:
¡Una puerta cerrada! ¡Esto no es celo! ¡Aleja del Señor!
¡No abre las puertas! Y así cuando estamos en este camino (…),
no hacemos bien a los demás, a la gente, al Pueblo de Dios.
Pero Jesús instituyó siete sacramentos, y nosotros con esta actitud
instituimos el octavo: ¡el sacramento de la aduana pastoral! (…).
Pensemos en Jesús, que quiere siempre que todos se acerquen a Él,
pensemos en el Santo Pueblo de Dios, un pueblo sencillo,
que quiere acercarse a Jesús.
Pensemos en tantos cristianos de buena voluntad que se equivocan
y que en lugar de abrir una puerta la cierran (…).
Pidamos esta gracia (Homilía, 25 de mayo del 2013).
J. Castillo A.

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