miércoles, 15 de enero de 2020

Juan Bautista anuncia a Jesús

2º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 49,3-6  -  1Cor 1,1-3  -  Jn 1,29-34

   A Jesús no solo le hemos cubierto con títulos de poder y de gloria,
también le hemos construido templos y monumentos lujosos
   Sin embargo, yendo a las fuentes, Jesús es: una persona sencilla,
vive con los pobres, enseña con su ejemplo, y realiza gestos audaces.
   Juan Bautista es un testigo privilegiado y anuncia quién es Jesús.

Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
   *En aquella época -y también en nuestros pueblos campesinos-
los corderos y las ovejas son fuente de vida. Así lo dice Job:
Cuando veía que alguien moría por falta de ropa,
o que un pobre no tenía con qué cubrirse,
con la lana de mis propias ovejas les abrigaba (31,19s).
   Recordemos la cena familiar de los judíos, esclavizados en Egipto.
No pudiendo soportar tantos maltratos, deciden liberarse… para ello:
ceñidos con el cinturón, sandalias en los pies y un bastón en la mano,
comen de prisa el cordero, porque es la Pascua del Señor (Ex 12,11).
   Ahora bien, cuando el Bautista dice que Jesús es el Cordero de Dios,
está anunciando que Jesús viene: para reunir a todos los pueblos,
que viven dispersos como ovejas sin pastor, y para liberarlos.
   Es significativo lo que dice Isaías (53,7) sobre el servidor del Señor:
Maltratado, no abre la boca, es como un cordero llevado al matadero.
   *Luego, Juan Bautista dice: Jesús quita el pecado del mundo.
Es bueno pedir perdón de los pecados y ofensas que hemos cometido.
Sin embargo, jamás debemos olvidar que hay un pecado del mundo:
los malos deseos, la codicia, el orgullo de las riquezas (1Jn 2,16).
Allí están los corruptos que amontonan cientos de millones de dólares,
explotando a seres humanos desamparados, que son imágenes de Dios.
   Para quitar “el pecado del mundo”, Jesús nos sigue diciendo:
Les doy este mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.
Así como yo les amo a ustedes, así deben amarse. En este amor,
todos conocerán que ustedes son mis discípulos (Jn 13,34s).

Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo
   A continuación Juan anuncia: Jesús bautiza con el Espíritu Santo.
Siguiendo nuestras costumbres… muchos hemos sido bautizados,
sin dejarnos transformar por el Espíritu. Por eso, necesitamos
convertirnos, cambiar nuestra manera de vivir, nuestra mentalidad,
abandonar la mentira, pues solo la verdad nos hace libres (Jn 8,32).
Solo así, seremos hijos del Padre y hermanos entre nosotros,
anunciando la Buena Noticia de Jesús, en todo tiempo y lugar,
sin perder de vista la posibilidad de derramar nuestra sangre.
   Tengamos presente también que hay una gran diferencia entre:
-Conocer y amar a Jesús… que dejarnos llevar por cosas mundanas.
-Caminar con Él… que hacerlo solos, vacilando, tambaleando.
-Escuchar y practicar sus enseñanzas… que desconocerlas.
-Construir con el Evangelio, una sociedad más humana y fraterna…
que hacerlo confiando solo en  nuestra propia razón.
-Acoger a las personas despreciadas… en vez de abandonarlas.

Jesús es el Hijo de Dios
   Finalmente, Juan Bautista anuncia: Jesús es el Hijo de Dios.
Este título Hijo de Dios atraviesa el Evangelio de Juan:
*Natanael (o Bartolomé), a pesar de su duda inicial, exclama:
Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel (Jn 1,49).
*En Betania, Jesús le dice a Marta: Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá. ¿Crees esto?
La respuesta de Marta es una verdadera profesión de fe:
Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Jn 11,25ss).
*El texto evangélico de Juan termina con el siguiente mensaje:
Estas cosas se han escrito para que crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y creyendo tengan vida por medio de Él (Jn 20,31).
   Muchos de nosotros seguimos pensando en un “dios castigador”.
Sin embargo, como lo dice san Pablo, todos somos hijos de Dios:
Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo,
que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés,
para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley
y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios.
Y porque ya somos sus hijos, Dios envió a nuestros corazones
el Espíritu de su propio Hijo que clama: “¡Abbá! ¡Padre!. Así pues,
ya no somos esclavos, sino hijos y herederos (Gal 4,4ss).
J. Castillo A.

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