miércoles, 19 de septiembre de 2018

Por una Iglesia pobre y servidora

25º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Sab 2,17-20  -  Stgo 3,16-4,3  -  Mc 9,30-37

   No basta decir: Opción preferencial por los pobres…
La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres…
Iglesia pobre para los pobres
   Lo más importante es hacer, como lo dice el Papa Juan Pablo II:
Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que
su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras,
antes que por su coherencia y lógica interna (CA, 1991, n.57).

El Hijo del hombre va a morir y resucitar
   Al emprender su viaje a Jerusalén, Jesús sabe a lo que se expone.
Por ello, se dedica a formar a sus discípulos, anunciándoles
que el Reino de Dios se hace realidad dando la propia vida:
El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres,
lo matarán, y después de morir, a los tres días resucitará.
Para Jesús, el triunfo de la Vida pasa por su pasión y su muerte:
El buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10,11).
   Sin embargo, sus discípulos le escuchan pero tienen otros intereses.
Ellos esperan, no a un Mesías servidor sino a un “Mesías victorioso”,
ambicionan ser superiores a los demás… y ocupar puestos de honor…
Más tarde, cuando Jesús es encarcelado, todos ellos le abandonan.
Esto cambiará al recibir el Espíritu Santo. A partir de entonces,
no temerán ser perseguidos y morir por causa del Reino de Dios.
   En este contexto recordemos el testimonio de san Pablo, quien
-después de su conversión- se identifica con Jesús crucificado:
He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y pruebas
que me han causado las intrigas de los judíos…
Les prediqué y enseñé tanto en público como en sus casas,
dando testimonio a judíos y a griegos para que se conviertan…
No he codiciado la plata, ni el oro, ni los vestidos de nadie.
Ustedes saben que trabajé con mis manos para conseguir
lo necesario para mí y para mis compañeros (Hch 20, 17ss).

El que acoge a un niño como éste, a mí me acoge
   Habiendo llegado a Cafarnaún y, ya en casa, Jesús les pregunta:
¿De qué hablaban por el camino? Ellos se quedan callados,
porque han estado discutiendo quién es el más importante.
Jesús se sienta, llama a los Doce, y les da una lección revolucionaria:
Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.
Luego, acoge y abraza a un niño, lo pone en medio de ellos y les dice:
Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.
En adelante, el centro de la comunidad no son Pedro, Santiago, Juan...
sino los insignificantes, los que no valen según los criterios humanos.
   Siguiendo estas enseñanzas de Jesús, revisemos nuestra historia,
y encontraremos el testimonio y compromiso de muchos obispos:
que se expusieron totalmente, se comprometieron hasta el fracaso,
la expulsión de sus diócesis, la prisión, la expatriación y la muerte,
por sus indios violentamente maltratados por los colonos.
Sus vidas deben ser ejemplo para el obispo de nuestra época,
donde la mayor violencia la ejercen los poderosos
y, como en el tiempo de los conquistadores, “los hombres de armas”.
Por ello, Bartolomé de las Casas decía “evangelización sin armas”,
lo que significa hoy: liberación no como lucha contra la subversión,
sino como humanización del injustamente tratado:
el indio, mestizo, campesino, obrero, pueblo simple, pobre, analfabeto
(Enrique Dussel: Historia de la Iglesia en América Latina, 1967).
   Actualmente, hay millones de personas que sufren hambre,
que piden limosna -en las calles y plazas- para comer cualquier cosa
y, con frecuencia, se van a dormir sin probar un pedazo de pan.
Entre estas personas, lo que duele más, son los niños y las niñas
que nacen para vivir, pero mueren antes de tiempo;
son víctimas inocentes de un sistema político y económico injusto.
   Si seguimos destruyendo la tierra, ¿qué futuro tendrán los niños?
Al respecto, comparemos la madre tierra con un avión de pasajeros,
que solo tiene alimento, agua y combustible limitados.
El 1% viaja en 1ª clase, 5% en ejecutiva, y 94% en clase económica.
Pero llega un momento en que todos los recursos se agotan.
Entonces, el avión planea un poco, se precipita y todos mueren.
¿Queremos este destino para nosotros y para nuestro planeta?
Solo tenemos una alternativa: o cambiamos nuestros hábitos,
o iremos desapareciendo lentamente (L. Boff, 4 sept 2015).  
J. Castillo A.

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