jueves, 19 de mayo de 2016

Santisima Trinidad (22 de Mayo)



Tras el domingo de Pentecostés, que señala el fin de la Pascua, la liturgia de la Iglesia nos regala la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Se trata de la única fiesta de la Iglesia que no conmemora un hecho salvador concreto, sino un dogma de fe: la unidad de Dios en una trinidad de personas. La primera vez que encaré esta fiesta con seriedad fue al verme obligado a preparar la novena y la fiesta patronal de Trujillanos (Badajoz), de cuya parroquia, puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad, fui párroco siete años. No sabía si hablar de la Trinidad como “patrón” o como “patrona”; además ¿cómo decir algo de la Santísima Trinidad más allá del hecho de intentar aclarar la nomenclatura tan complicada que se mueve en torno a esta definición dogmática: unidad, trinidad, persona, naturalezas, procesiones, relaciones, etc.? Dejando a un lado el barullo de conceptos y proposiciones teológicas que se mueven en torno a este dogma, que confieso que entonces, recién abandonado el seminario, me confundían más que me aclaraban, opté por hacer una lectura de la Trinidad recurriendo a la experiencia que el hombre tiene de Dios comparada con la revelación progresiva de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿De dónde partió la idea? Pues no recuerdo siquiera si había leído algo al respecto. Son esas cosas que uno va asumiendo y acaba por hacer propias, tan de uno mismo que olvida la procedencia.


Confieso ahora que la predicación que hice entonces, y que ahora transcribo, puede pecar de modalismo -herejía que consiste en decir que cada persona de la Trinidad no es sino un modo de mostrarse ante los hombres, es decir, tres máscaras que usa el Uno para mostrarse a los hombres- , y más que trinitaria sea una reflexión particular sobre cada persona divina, pero no creo que eso disminuya el valor que puede tener como reflexión para este día. A don Pablo Barrachina, obispo que fue de Orihuela-Alicante, le oí en una misa crismal, que “los curas no deben dejar de predicar cada domingo, aunque corran el riesgo de decir herejías”, una forma muy clara de decir que más importante que los matices doctrinales son la buena voluntad y el empeño puestos en acercar a Dios a los hombres. Y eso es lo que hice y procuro hacer en cada predicación. Como conservo el escrito de aquella primera predicación sobre la Trinidad, paso a transcribirla enriquecida con lo aprendido con el paso de los años.

¿Por qué tres personas? Dios se ha ido revelando progresivamente a los hombres como Trinidad; y no sólo al ritmo de la historia de la salvación que recoge la Biblia, sino también al ritmo de nuestro crecimiento afectivo-psicológico, ya que el hombre descubre paulatinamente la Trinidad a medida que progresa su particular biografía espiritual.

Dios Padre y la espiritualidad del niño (Dios sobre nosotros).

El niño nace frágil, necesitado. No puede sobrevivir sin unos adultos, normalmente el padre y la madre, que le protejan del hambre, del frío y de los demás peligros externos. Cuando va llegando al uso de razón y queremos hablarle de Dios recurrimos espontáneamente a la imagen del Padre. Dios es el que te ha dado la vida, el que te protege, te cuida. Lo mismo que un niño necesita normas que le dan seguridad y le ayudan a caminar sin riesgos por la vida, así Dios Padre, sobre todo en el Antiguo Testamento, se muestra como el Padre. La catequesis de la primera infancia encuentra en la primera persona de la Trinidad un gran apoyo para comprender a Dios. Como un niño necesita de la seguridad de un Padre, de normas que rijan su conducta, de premios y  castigos que la evalúen, así Dios se muestra en el Antiguo Testamento como aquel que da unas leyes y mandatos que garantizan el orden y dan seguridad a quien aún no ha madurado y se mueve en una religiosidad de moral heterónoma, centrada en buscar lo mejor fiándose de las normas que nos da quien sabemos que nos quiere.

Este Dios Padre, que da leyes, que ofrece la seguridad de un hogar a quien sigue sus mandatos, es el Dios sobre nosotros, Dios arriba, al que hemos de obedecer, porque en ello nos va la vida. Nuestra oración al Padre suele ir en la onda de pedir protección y seguridad.

Dios Hijo, y la espiritualidad del joven (Dios con nosotros)
El joven es rebelde por naturaleza. La segunda persona de la Santísima Trinidad es sin duda la favorita para quien empieza a desligarse de la tutela paterna y busca nuevos caminos entre los amigos y en ambientes nuevos alejados del calor del hogar. Al joven le gusta la aventura, el riesgo. Por eso, a la hora de hablarle de Dios ¿qué mejor que hablarle de Jesucristo, el Hijo? Aún no ha sido corrompido por el sistema social de los adultos y en Jesús el joven encuentra el modelo de rebeldía frente a la hipocresía política y religiosa, un marginado como él a quien quiere seguir. Reconoce a Dios en Jesús y como él se embarca en la tarea ingrata de purificar al mundo de la falsedad para construir una realidad más humana y humanizadora. El joven es crítico con todo lo que le parece viejo y, como Jesús, quiere arrojar del templo todo lo que le parece falso.

Al joven le enamora el Dios con nosotros, el Hijo, Dios hecho hombre e implicado de lleno en la historia de los hombres. Con Él se cambia la mirada, que no se dirige tanto al cielo como a la tierra. “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). “Os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). El derscubrimiento de Dios con nosotros es bandera de una espiritualidad que va dando pasos hacia delante. La oración del joven tiene mucho de entusiasmo por la persona de Jesús y de confianza en que estando con él despuntará un mundo mejor.

Dios Espíritu Santo, espiritualidad adulta (Dios dentro de nosotros)

Con la perseverancia en la fe llega el hombre maduro. No es cuestión de años, sino de experiencia, de cambios psicológicos y afectivos que vienen con los avatares de la propia vida. Hay quien madura a los quince y quien no lo hace hasta los últimos años de su vida; también hay quien no madura nunca. Tras la búsqueda de la felicidad en el sometimiento a las normas y leyes, y tras el desánimo del joven cuando ve que no llega el tan esperado Reino, llega el momento de la reflexión, de la introspección. Abandonando la tendencia impulsiva y un tanto gregaria que vive en la juventud, el hombre se adentra en su interior y busca su personalidad propia, su espíritu. Y ahí, en esa búsqueda se encuentra con el Espíritu Santo. Siempre estuvo ahí y ahora es consciente de ello. Como san Agustín puede decir: "tu estabas conmigo, pero yo te buscaba fuera y no te encontraba". El Espíritu Santo, en diálogo con nuestro espíritu, nos ayuda al encuentro con nuestro propio ser, purifica la propia imagen enseñándonos lo que somos y nos muestra el verdadero rostro de Dios. Sin él nunca hubiéramos conocido ni al Padre (cf Rm 8,14-17) ni al Hijo (cf Mt 16,17); y sin él el hombre no se conocería siquiera a sí mismo.

Además de Dios sobre nosotros, y Dios con nosotros, también Dios está dentro de nosotros, inhabitando. Tomar conciencia de la presencia de Dios en el propio ser, dejar que vaya ocupando su lugar en la interioridad del corazón llenando totalmente la vida, es signo de madurez espiritual. Sin rechazar a Dios creador y protector (Padre), ni a Jesús encarnado como hombre entre los hombres (Hijo), el hombre espiritualmente maduro llega a la plenitud de su fe entrando en relación personal profunda con Dios y consigo mismo en la oración y el ejercicio espiritual. Bautizado en el Espíritu pone a Dios en la cima de su vida, y abandona la superficialidad de las leyes y de los compromisos sociales que hasta entonces se imponía a sí mismo como una carga moral.
El cristiano maduro no es que niegue los mandamientos y la obligación de estar en el mundo, sino que por su visión de las cosas y por su nueva relación con Dios cambia de perspectiva, y encuentra sentido y fuerzas para vivir de una manera que antes le parecía imposible. Ahora sigue siendo fiel a los mandamientos del Padre y comprometido en la causa del Hijo, pero no desde el miedo al castigo ni desde el temor al desánimo en la lucha social; la oración del hombre maduro, más que de petición desesperada, es de acción de gracias y alabanza, porque ha experimentado en sí mismo que “Dios es”, y si Dios es no hay que tener miedo al fracaso, porque Él ya ha vencido al mundo (cf Jn 16,33).

Concluyendo: la revelación progresiva de Dios, su experiencia, nos puede ayudar a profundizar en nosotros mismos y a enriquecernos participando de la triple personalidad de Dios, de su Trinidad, pero ¡ojo! sin olvidar que también es Unidad. Quedarse sólo en una espiritualidad del Padre es propio de cristianos timoratos y legalistas que necesitan constantemente que les digan qué pueden y qué no pueden hacer; vivir sólo del Hijo encarnado conduce a un frustrante activismo político y social sin Ley ni Espíritu de libertad que lo guíe; encerrarse en una vida de interioridad sin aceptar la voluntad del Padre y sin optar decididamente por por los pobres, supone caer en un iluminismo estéril. Dios es Uno y Trino; se revela progresivamente, se experimenta escalonadamente, pero no se pueden separar los escalones sin riesgo de que el ascenso espiritual se precipite en el vacío.

Dios es Trinidad. Dios es Misterio. Y misterio no quiere decir "oscuridad" sino "luz cegadora", algo tan grande que, como ocurre con el amor o la libertad, se puede experimentar pero no se puede entender ni explicar con palabras. Es más, cuando el hombre cree poseerlo es señal de que lo ha perdido; porque Dios es inabarcable, lo más grande que hay, y no se deja atrapar en conceptos y corazones limitados.

Los más viejos y devotos del pueblo de Trujillanos, que de teologías trinitarias saben poco (¿o mucho más que los teólogos?), cuando comparan a su patrón (¿o patrona?) con los de otros pueblos, (con la Virgen María en diversas advocaciones o con los santos), suelen tener una lección bien aprendida: Por muy importantes que sean los patronos o patronas de los demás, nosotros tenemos al más grande, porque es Dios, y no hay nadie más grande que Él. Están orgullosos de su imagen de la Santísima Trinidad, clásica, con su Padre monarca de gesto a la vez dulce y severo, cetro en su mano izquierda, impartiendo bendiciones con la derecha, barba encanecida y corona triangular, signo trinitario; el Hijo sentado a su derecha con la cruz en una mano y con la otra, llagada, sobre el pecho, invitándonos como a Tomás: "trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20,27); y el Espíritu Santo en forma de paloma entre ambos, irradiando su luz creadora y redentora sobre el Misterio mismo de Dios y sobre la vida de los hombres. Con esta imagen los trujillaneros contradicen el primer mandamiento del decálogo (“No te harás imagen ninguna de Dios”. Ex20,4), pero no cabe duda de que, evitado el fanatismo de la idolatría de la imagen, les ayuda a crecer en la fe.

Para  todos ellos, que me hicieron vivir unos excelentes años de vida sacerdotal,

¡Felices fiestas de la Santísima Trinidad!
Casto Acedo Gómez. paduameirda@gmail.com. Mayo 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog