miércoles, 27 de mayo de 2015

Yo estoy con ustedes

Santísima Trinidad (ciclo B)
Dt 4,32-40  -  Rom 8,14-17  -  Mt 28,16-20

   Necesitamos quitar de nuestras mentes y corazones, la falsa idea
de ‘un dios’ lejano y castigador que busca ritos, ceremonias, adornos.
   Para Jesús, a quien debemos escuchar, Dios es un Padre que está
con nosotros, nos ama, hace salir el sol sobre malos y buenos (Mt 5).
   Es por eso que Jesús, el Hijo amado de Dios, vino a este mundo
para dar vida a sus hermanos que sufren hambre, sed… (Mt 25).
   Allí donde hay tinieblas… dejémonos guiar por el Espíritu Santo,
el Espíritu de la verdad que procede del Padre y del Hijo (Jn 16),

Dios es Padre que ama la vida
   La tierra, creada por Dios Padre, amigo de la vida (Sab 11,26),
ha sido entregada al hombre y a la mujer para cuidarla y cultivarla,
de manera que sus frutos estén al servicio de  toda la humanidad.
   Sin embargo, el egoísmo de personas y grupos transnacionales
dan más importancia al crecimiento económico y al consumismo,
poniendo en serio peligro la vida en el planeta. Por eso, cuando:
-gran parte de nuestro país está concesionada a empresas extractivas...
-se expulsa a campesinos e indígenas de la tierra donde nacieron…
-se destruye lagunas para que sean depósitos de desechos tóxicos…
-se sigue envenenando la atmósfera y destruyendo el ambiente…
¿podemos permanecer indiferentes?
   Ojalá tomemos conciencia que nuestra agricultura y ganadería
es más valiosa que los minerales que ahora se extraen. En efecto,
esos minerales no son renovables, en cambio la flora y la fauna
son renovables, siempre y cuando seamos capaces de cuidarlas.
Que se extraigan los minerales y recursos no renovables… pero,
sin poner en peligro los renovables que pueden durar para siempre.
   Solo así, con San Francisco de Asís, daremos gracias a Dios
diciendo: Alabado seas, Señor, por nuestra hermana madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna, y produce muchos frutos
Y vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno (Gen 1,31).

Dios es Hijo que acoge a la gente sencilla
   Considerando las consecuencias de la destrucción del ambiente,
las personas sencillas que viven en las comunidades campesinas,
son las que están pagando, injustamente, un precio muy alto;
y, lo que es peor, son despreciadas, calumniadas, perseguidas…
   En cambio, ‘los sabios y entendidos’ que se han beneficiado,
destruyendo a la madre tierra y explotando a los indefensos,
están mejor preparados para defenderse de los efectos de esta crisis.
   Al respecto, escuchemos las palabras de Jesús, el Hijo de Dios:
En aquella ocasión, Jesús tomó la palabra y exclamó:
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
y las has dado a conocer a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor (Mt 11,25s).
   Así es, la gente sencilla, insignificante y sin grandes conocimientos,
tienen un proyecto: defender la vida del ser humano y de la tierra.
Cosa que no sucede con ‘los entendidos’ que dominan este mundo.

Dios es Espíritu que nos guía hacia la verdad
   En una sociedad, mayoritariamente cristiana como la nuestra,
es lamentable que se va incrementando: mentira, corrupción, robo,
explotación del hombre por el hombre… Es el reino de las tinieblas.
   En este contexto, dejémonos guiar por el Espíritu de la verdad,
como lo hicieron las primeras comunidades cristianas:
La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón.
Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían
en común. Con gran energía daban testimonio de la resurrección
del Señor Jesús. No había entre ellos ningún necesitado, porque los
que poseían campos o casas, los vendían y entregaban el dinero a los
apóstoles, quienes repartían a cada uno según su necesidad (Hch 4).
   Reflexionemos en las siguientes palabras del Papa Francisco:
El mundo necesita los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí (…).
Reforzados por el Espíritu Santo y por sus múltiples dones, llegamos
a ser capaces de luchar, sin concesión alguna, contra el pecado
y la corrupción; y de dedicarnos con paciente perseverancia
a las obras de la justicia y de la paz (Homilía, 24 mayo 2015). 
J. Castillo A.

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