XVI Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A
Sab
12,13-19 - Rom 8,26-27
- Mt 13,24-43
Jesús de Nazaret,
que conoce muy bien la vida de los campesinos, sigue
enseñando a la gente y a sus discípulos sobre el Reino de Dios. Para
ello, hace uso de comparaciones o parábolas muy sencillas: el trigo y la
cizaña… la semilla de mostaza… la levadura…
¿Qué
razones tienen los que arrancan el trigo y dejan libre la cizaña? ¿Los
pequeños, los insignificantes, los débiles… son los primeros? ¿Por
qué los poderosos temen a los pobres que ven…
oyen… hablan?
El
trigo y la cizaña
Un día, el hombre
andino bajó al inmenso valle para sembrar. Tras
él, la tierra se cubrió de verdor y el sol brotó en el trigal. Pero,
grande fue su sorpresa al ver que junto
al trigo había cizaña…
¿Qué
nos dice Jesús? Pide a sus discípulos de todos los tiempos, dejar
que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la ciega, no
vaya a suceder que por arrancar la cizaña se arranque el trigo.
Solo
al final, el Hijo del hombre separará a unos de otros:
Vengan, benditos de mi Padre, porque tuve
hambre y ustedes
me dieron de
comer… Apártense de mí, malditos,
porque
tuve hambre y
ustedes no me dieron de comer…
(Mt 25,31-46).
Hoy,
se viola los derechos humanos más
elementales sobre todo
de
los campesinos, cuyas tierras son contaminadas o expropiadas,
para
favorecer los intereses económicos de empresas transnacionales.
En
las decisiones sobre el destino de nuestras riquezas naturales:
-Las poblaciones
tradicionales han sido prácticamente excluidas.
-La naturaleza
ha sido y continúa siendo agredida. -La tierra fue
depredada. -Las
aguas son tratadas como una mercancía (DA 84).
Ante
éstas y otras injusticias no podemos ser perros
mudos (Is 56,10).
Urge,
en primer lugar, convertirnos pues en cada uno de nosotros
hay
trigo y cizaña. Luego, denunciar proféticamente las estructuras
de
explotación y exclusión, asumiendo nuestro compromiso cristiano
de
liberar a los oprimidos y con ellos liberar a los opresores.
La
semilla de mostaza
Hablando del
Reino de los cielos, Jesús no lo compara con el cedro,
que
nos llevaría a pensar en los poderosos
que imponen su autoridad.
Sería
un grave error para los seguidores de Jesús, buscar lo grande,
lo
visible, las concentraciones multitudinarias en plazas y coliseos…
El
ideal que Jesús nos propone está en lo pequeño, humilde, ordinario;
por
ejemplo, en las pequeñas comunidades
reunidas en una casa:
No temas,
pequeño rebaño, Dios ha decidido darles el Reino (Lc 12).
Sin
embargo, para el terrateniente la mostaza es perjudicial,
porque
se multiplica con facilidad y acaba con las plantas útiles.
Y,
luego, vienen las aves -otra plaga- que se aprovechan de los frutos.
Desde
el punto de vista de los poderosos, el Reino de Dios es esto,
y
no hay manera como librarse de él, ni persiguiendo… porque
la sangre de los
mártires es semilla de nuevos cristianos (Tertuliano).
La
levadura
Hay personas que
trabajan para preparar nuestro pan de
cada día.
Para
ello, mezclan la levadura con la harina hasta que todo fermente.
La
levadura, siendo poca, tiene fuerza para fermentar toda la masa.
Así
actúa Dios, nos dice Jesús, desde adentro, de una manera sencilla.
Hoy,
debemos hacer lo mismo, vivir en la sociedad compartiendo:
los
gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres
de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren.
Aquí
también, no debemos olvidar otros elementos culturales.
Para
los judíos de entonces, la levadura era algo negativo, impropio
para
lo sagrado; por eso, durante la pascua comían pan sin levadura.
Levadura
escondida en la masa era, exactamente, como los poderosos
miraban
el movimiento de Jesús, algo que molestaba desde ‘adentro’;
y
creyeron que crucificándolo todo terminaría, pero se equivocaron…
Actualmente,
¿por qué los ricos tienen miedo a la
gente sencilla
que
empieza a tener capacidad de ver… oír…
hablar…?
Entre
las causas está en el creciente abismo que hay entre
los
pocos privilegiados que ‘viven bien’, a costa del ‘malvivir’
de
muchísimos que sobreviven con sueldos miserables. Ante esta injusticia, Jesús
nos muestra un camino positivamente
revolucionario,
el
de las bienaventuranzas: sencillez, tener
hambre y sed de justicia,
ser
misericordiosos y limpios de corazón, trabajar por la paz, incluso
saltar de gozo al ser perseguidos… De ellos es el
Reino de Dios.J. Castillo A.
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