miércoles, 16 de abril de 2014

El triunfo de la vida

Domingo de Resurrección (ciclo A)
Hch 10,34-43  -  Col 3,1-4  -  Jn 20,1-9

 En 1559, Bartolomé de Las Casas -defensor de los indios- escribió: Dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotado y afligido,  abofeteado y crucificado, no una vez, sino millares de veces. Hoy, los cristianos debemos ver a Jesús en los pobres que sufren y, desde ellos, construir una sociedad más humana y fraterna. Jesús, el Profeta de Nazaret, el amigo de la vida, nos sigue diciendo: No tengan miedo a los que matan el cuerpo… (Mt 10,26ss).
 

El sepulcro vacío
   Desde Galilea, Jesús anuncia el Reino y sana a los enfermos,
acompañado de los doce apóstoles y de varias mujeres discípulas.
Todos ellos viven en un país ocupado por el imperio romano,
que para afianzar su poder, recurre a terribles ejecuciones.
   Aquel viernes, María la madre de Jesús, María de Cleofás y María
Magdalena estuvieron presente en la ejecución dolorosa de Jesús.
Su entierro tuvo que realizarse a toda prisa porque ya anochecía.
Como en muchas culturas, el sepulcro es un lugar a donde se acude
para liberar el dolor que se tiene por la pérdida de un ser querido.
   Sin embargo, la madrugada de aquel Domingo, cuando las mujeres
acuden al sepulcro de Jesús se encuentran con algo extraño: la piedra
está retirada, el sepulcro vacío, el cuerpo de Jesús ha desaparecido…
¿Habrán ordenado las autoridades sacar el cuerpo para deshacerse
de él en algún lugar desconocido? Tras una muerte atroz y humillante,
¿el Profeta Jesús se convertirá en uno más de tantos desaparecidos?
   Llorando y confusa, María Magdalena repite una y otra vez:
Se han llevado del sepulcro al Señor… Se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto… Si te lo has llevado, dime dónde está
   Entre 1980-2000, miles de peruanos pobres y campesinos fueron:
secuestrados, torturados, asesinados, arrojados en fosas comunes, 
desaparecidos… ¿Algún día se conocerá la verdad y habrá justicia?
Raquel llora desconsolada porque sus hijos están muertos (Mt 2,18).

Víctima reconciliada y reconciliadora
   Para verificar lo que María Magdalena les había dicho sobre Jesús,
Pedro y el discípulo amado corren, pero solo hallan un sepulcro vacío.
Sin embargo, cuando se dice que el discípulo amado vio y creyó,
se vislumbra una nueva luz: Según la Escritura, Jesús debía resucitar.
   Jesús, por su resurrección, es víctima reconciliada y reconciliadora.
Por eso, se acerca a María Magdalena… le pregunta por qué llora…
le llama por su nombre… y empieza a liberarla de sus angustias…
para que ella, en adelante, sea víctima reconciliada y reconciliadora.
   Tratándose de la reconciliación, no se busca olvidar el dolor,
sino asumirlo y proyectarse hacia el futuro de manera diferente;
solo así ese llanto, tristeza y angustia serán fuente de vida para otros.
Es por eso que Jesús le confía a María Magdalena una nueva misión:
Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes,
a mi Dios, el Dios de ustedes. De inmediato ella, ya reconciliada,
anuncia a los discípulos: ¡He visto al Señor! (Jn 20,11-18).
   Anunciar la resurrección de Jesús, no fue fácil para sus discípulos.
Cuando Pedro y Juan anuncian al pueblo la resurrección de Jesús,
de inmediato las autoridades judías muy irritadas los meten en prisión.
Al ser interrogados, Pedro lleno del Espíritu Santo responde:
Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre
ha sido sanado en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes
crucificaron y a quien Dios lo resucitó de entre los muertos.
Al prohibirles hablar y enseñar en nombre de Jesús, ellos responden:
Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído. Después,
al verse libres, se reúnen con la comunidad y oran a Dios diciendo:
Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus servidores
seguir anunciando tu mensaje con toda seguridad (Hch 4).
   Las autoridades judías no podían soportar que el proyecto de Jesús,
considerado tan peligroso, volviera a resucitar y ser anunciado.
   En nuestros días, ¿por qué el anuncio de la resurrección de Jesús,
en vez de suscitar persecución, suscita más bien cierta indiferencia?
¿Hasta cuándo seguiremos viendo al Señor azotado y afligido,
abofeteado y crucificado, en sus hermanos pobres e insignificantes?
¿Qué nos impide anunciar la resurrección de Jesús, y denunciar
al mismo tiempo a todos aquellos que le siguen crucificando?
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!    
J. Castillo A.

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