miércoles, 6 de marzo de 2013

Conversión y acogida


IV Domingo de Cuaresma (ciclo C)
Jos 5,9-12  -  2Cor 5,17-21  -  Lc 15,1-3. 11-32

Yo aquí me muero de hambre
Cuando el hijo menor gastó todo el dinero que recibió de la herencia, vino un hambre terrible en aquel país -el país de las maravillas-.
Se pone a trabajar cuidando cerdos, pero nadie le da de comer.
Como siempre, en los países donde hay injusticia y explotación, pocos ricos viven bien a costa del salario de hambre de las mayorías.
Fue entonces cuando  piensa que en la casa de su padre los trabajadores tienen pan en abundancia.
 
Luego, reflexiona, decide levantarse, volver a la casa de su padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus trabajadores.
Sobre el hambre meditemos en los siguientes textos de Lucas:
*Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.
*Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados.
¡Ay de ustedes los que ahora están saciados, porque tendrán hambre!
*Cuando des un banquete, invita a pobres, inválidos, cojos y ciegos.
*Había un hombre rico que se vestía lujosamente
y todos los días realizaba espléndidos banquetes.
Había también un pobre llamado Lázaro cubierto de llagas,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico.
La siguiente historia de dos hermanos, trata el problema de la sed.
Abraham tuvo dos hijos: Ismael el mayor, en Agar una esclava;
e Isaac el menor, en Sara su esposa que era anciana y estéril.
Como Ismael se burlaba de Isaac, Abraham despidió a Agar e Ismael.
Ambos caminaron por el desierto hasta que se les acabó el agua.
Agar abandona a su hijo bajo un matorral para no verle morir.
Pero Dios al oír los gritos del niño, llama a Agar y le dice:
No temas, he oído el llanto del niño. Levántate, busca al niño, 
y no lo sueltes, pues yo sacaré de él un gran pueblo (Gen 16 y 21).

El hijo mayor se enojó y no quiso entrar
En esta parábola, el comportamiento del hijo mayor viene a ser
un reflejo de la conducta de los fariseos y maestros de la ley, quienes
critican a Jesús porque acoge y come con publicanos y pecadores.
El hijo mayor se comporta: no como hijo, tampoco como hermano.
Reprocha a su padre diciéndole: Mira, tantos años llevo sirviéndote,
sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito
para tener un banquete con mis amigos.
También niega y calumnia a su hermano: Pero, cuando ha llegado
ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas,
has matado para él el ternero más gordo.
Si algún día va al templo, sin duda repetirá la oración del fariseo:
Oh Dios, yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres
que son ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano
Y si alguien le pregunta: ¿Dónde está tu hermano?, responderá:
No sé, ¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano? (Gen 4).
Por algo será que el hijo menor prefirió abandonar la casa paterna.

El padre acoge a sus hijos con entrañas de misericordia
El padre acoge a su hijo menor con entrañas de misericordia:
Lo ve, se conmueve, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa.
Luego dice a sus servidores: Rápido, tráiganle el mejor vestido, 
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Además, ordena que maten el ternero más gordo para celebrar
un banquete; porque su hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
se había perdido y ha sido encontrado. Y comenzó la fiesta.
Este padre misericordioso acoge también a su hijo mayor:
El padre sale y le ruega para que entre a la casa. Luego le dice:
Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto
y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado.
Durante varios años Esaú busca matar a su hermano Jacob.
Pero un buen día ambos hermanos se reconcilian:
Esaú corre al encuentro de su hermano Jacob, lo abraza, se echa 
sobre su cuello y lo besa. Los dos se ponen a llorar (Gen 33,1-4).
Jesús nos invita a todos a sentarnos alrededor de una misma mesa,
para celebrar nuestra filiación… y nuestra fraternidad…
J. Castillo A.

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