miércoles, 24 de enero de 2018

Enseñar y sanar como Jesús

4º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Dt 18,15-20  -  1Cor 7,32-35  -  Mc 1,21-28

   Ojalá los “creyentes” -que decimos una cosa pero hacemos otra-
oigamos la denuncia del profeta Isaías que tiene mucha actualidad:
Los jefes son bandidos… amigos de ladrones… se dejan sobornar…
corren detrás de los regalos… no hacen justicia a los huérfanos…
ni les importan los derechos de las viudas (Is 1,23).
   Muy diferente el ejemplo de Jesús. Un sábado va a la sinagoga,
donde enseña con autoridad y no como los maestros de la ley.
También libera a su pueblo de un sistema religioso opresor.

Jesús enseña con autoridad
   Los escribas (llamados también doctores, maestros, letrados),
son “expertos” en el conocimiento e interpretación de la Ley.
Con el paso de los años se había elaborado cantidad de preceptos
(morales, económicos y culturales), para controlar la vida del pueblo.
Eran pesadas cargas puestas sobre las espaldas de la gente (Mt 23,4).
   Para Jesús lo más importante es la vida, sobre todo de los pobres:
-sana a un hombre que tiene un espíritu impuro (Evangelio de hoy),
-afirma que el sábado se hizo para el hombre y no al revés (Mc 2,27s),
-anuncia que su misión es hacer el bien y salvar la vida (Mc 3,4).
   Los que preferimos seguir con nuestras costumbres religiosas,
ajenas a las enseñanzas de Jesús, reflexionemos en el siguiente texto:
Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan es inútil, sus enseñanzas son preceptos humanos.
Dejan el mandato de Dios para seguir sus tradiciones (Mc 7,6ss).
   Los cristianos debemos anunciar el Evangelio con el ejemplo,
como lo dice Pablo VI: Será sobre todo mediante su conducta,
mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo,
es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo,
de pobreza y despego de los bienes materiales,
de libertad frente a los poderes del mundo,
en una palabra: de santidad (“Anuncio del Evangelio”, 1975, n.41).

Jesús sana y libera de la opresión
   En la época de Jesús, los judíos que viven fuera de Jerusalén,
se reúnen el sábado en la sinagoga del pueblo,
para escuchar textos de la Sagrada Escritura… y para las oraciones.   
   Ahora bien, según las normas de pureza e impureza,
la sinagoga es un lugar sagrado reservado a “los buenos y piadosos”,
que cumplen las enseñanzas de los escribas… y las costumbres.
A ese lugar no podían entrar los impuros, los pecadores, los leprosos...
   Sin embargo, según el texto de Marcos, en la sinagoga de Cafarnaún
está precisamente un hombre que tiene un espíritu inmundo.
¿Cómo es posible que una persona impura esté en un lugar sagrado?
¿No será que ese sistema religioso está contaminado y pervertido?
Quizás por eso, aquel hombre enfermo grita y le dice a Jesús:
¿Por qué te metes con nosotros? ¿Has venido a destruirnos?... 
   Jesús no viene a destruir, viene: -a liberarnos de todo poder opresor
-a valorar nuestra dignidad humana, pues somos imágenes de Dios…
-a expulsar las fuerzas del mal… -a proclamar una Buena Noticia…
-a revelarnos el verdadero rostro de Dios que es amigo de la vida.
    Jesús viene también a enseñar no solo con palabras sino con obras,
por eso, cuando envía a sus discípulos les da poder y autoridad
para proclamar el Reinado de Dios y sanar enfermos (Lc 9,2;  10,9).
   Hoy en día, las fuerzas del mal están en nosotros y en la sociedad.
Pero, ¿somos capaces de descubrirlas, desenmascararlas, liberarnos?
¿Quiénes son los que se aprovechan del consumismo esclavizador?
¿Cómo es posible que en nuestro país con tantos millones de católicos,
elijamos autoridades corruptas que roban con tal que hagan obras?
¿Hasta cuándo el actual modelo económico, el afán por la riqueza,
la industrialización salvaje… seguirán destruyendo la vida:
de las personas, de los pueblos y de la madre tierra? (DA, n.473).
   En Puerto Maldonado (19/I/2018), el Papa Francisco dijo: El oro
se puede convertir en un falso dios que exige sacrificios humanos.
Los falsos dioses, los ídolos de la avaricia, del dinero, del poder,
lo corrompen todo. Corrompen la persona y las instituciones,
también destruyen el bosque. Jesús decía que hay demonios que,
para expulsarlos, exigen mucha oración (Encuentro con la población).
   Para acabar con la corrupción: -empecemos por nuestras familias,
por las pequeñas comunidades de base, -renunciemos a lo superfluo,
-dejémonos evangelizar por los que viven de manera sencilla.
J. Castillo A.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog