miércoles, 13 de abril de 2016

Oír a Jesús y seguir su ejemplo

4º Domingo de Pascua, ciclo C
He 13,14.43-52  -  Ap 7,9.14-17  -  Jn 10,27-30

   Durante la fiesta de la Dedicación del templo, Jesús está en Jerusalén
caminando por el pórtico de Salomón. Entonces, los dirigentes judíos
se acercan y le preguntan: Si eres el Mesías, dígalo de una vez.
   Jesús -utilizando la imagen del Pastor- les dice que sus seguidores
oyen su voz y le siguen… y que Él les conoce y les da vida eterna.

Oír la voz de Jesús… y seguirle
   Ante la torrencial lluvia de palabras, promesas, propagandas…
todos necesitamos recuperar el silencio para tener la capacidad de:
oír la voz de Jesús... y seguir su ejemplo (Jn 13,15).
   Así lo hacen Andrés y Juan, al oír que Jesús es el Cordero de Dios,
le siguen… ven dónde vive… y se quedan con Él (Jn 1,35ss).
   Al finalizar su ministerio público en Jerusalén, Jesús exclama:
Al que oye mis palabras y no las practica, yo no le condeno, porque
yo no vine para condenar al mundo, sino para salvarlo (Jn 12,47).
   En la época de Jesús, los discípulos escogían a sus maestros,
con la finalidad de imitarle y tener después su misma autoridad.
   Jesús, en cambio, toma la iniciativa de llamar a sus discípulos:
Ustedes no me eligieron a mí, sino que yo les elegí a ustedes
y les he encargado para que vayan y den  mucho fruto (Jn 15,16).
   Seguir a Jesús es buscar primero el Reino de Dios y su justicia,
pues, una religión de misa dominical pero de semanas injustas,
no agrada al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías
en el corazón, no es cristiana. Una Iglesia que se instalara solo
para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad,
pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera
Iglesia de nuestro divino Redentor (Mons. Oscar Romero: 4/12/1977).
   Seguir a Jesús es dar la vida para que otros crezcan: Si el grano
de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere,
da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; pero el que desprecia
su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna (Jn 12,25s).

Yo les conozco… y les doy la vida eterna
   Desde su nacimiento en un establo, hasta su muerte en una cruz,
Jesús conoce a los niños… jóvenes… adultos… y personas mayores;
pues recorrió las etapas de la vida de toda persona humana (SD, 111).
   Por eso, Jesús defiende a los niños: Dejen que los niños vengan
a mí, pues el Reino de Dios es de quienes son como ellos… Mira con
cariño a un joven rico y le dice: Una cosa te falta: anda, vende todo
lo que tienes y dáselo a los pobres, después sígueme… (Mc 10,13ss). 
Sana a un hombre adulto que estaba enfermo desde hacía treinta
y ocho años, diciéndole: Levántate, toma tu camilla y camina…(Jn 5).
   Habiendo crecido en edad, sabiduría y gracia, en Nazaret (Lc 2,39),
Jesús conoce el trabajo de la carpintería, agricultura, ganadería…
y enseña a la gente utilizando palabras sencillas que todos entienden;
por ejemplo, la relación íntima que hay entre el pastor y sus ovejas.
   Jesús, que camina por ciudades y pueblos anunciando la Buena
Nueva del Reino de Dios (Lc 8), conoce el sufrimiento de los pobres
explotados por los ricos, y no permanece indiferente; al contrario,
actúa con entrañas de misericordia dando vida plena (Jn 10,10):
*Sana a los enfermos: Los ciegos ven… los cojos andan…
los leprosos quedan sanos…los sordos oyen…los muertos resucitan…
se anuncia la Buena Noticia a los pobres (Lc 7,22).
*Da de comer a los hambrientos compartiendo el pan… pues
nadie es tan pobre que no pueda dar, ni tan rico que no pueda recibir.
*Perdona a los pecadores porque convertir es mejor que apedrear,
perdonar y salvar es mucho mejor que condenar (Mons. O. Romero).
   La vida eterna que Jesús nos da, empieza en este mundo, pues
el Reino de Dios -que es vida- está en medio de nosotros (Lc 17,21).
   En otras palabras, tener vida plena significa: pasar de condiciones
de vida menos humanas, a condiciones de vida más humanas… hasta
llegar a creer en Dios que nos llama a todos a participar, como hijos,
en la vida de Dios, Padre de todos los hombres (PP, 20s). En efecto,
*Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todos
los que creen en Él no mueran, sino que tengan vida eterna (Jn 3,16).
*Quien beba del agua que yo le daré, jamás tendrá sed, pues el agua
que yo le daré se hará en él manantial para la vida eterna (Jn 4,14).
*Padre, la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero; y a Jesucristo, a quien tú enviaste (Jn 17,3).
J. Castillo A.

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