miércoles, 20 de febrero de 2013

Éste es mi Hijo, escúchenlo


II Domingo de Cuaresma (ciclo C)
Gen 15,5-12.17-18  - Fil 3,17-4,1 - Lc 9,28-36

Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Hay semejanza entre el Evangelio de hoy, Transfiguración de Jesús,y el texto de su agonía en el monte de los Olivos (Lc 22,39-46). Ambos textos nos hablan de: Monte… Oración… Cambio de aspecto de Jesús… Aparición de figuras celestes… Camino de la cruz… Sueño de los discípulos. Se trata del triunfo de la vida sobre la muerte, que viene a ser el camino de liberación para los oprimidos de hoy.
Después de la confesión de Pedro, Jesús anuncia a sus discípulos que el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado… tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día (Lc 9,22).
Luego, con Pedro, Santiago y Juan, Jesús sube a un monte para orar. Mientras ora su rostro cambia de aspecto. Moisés y Elías conversan con Él sobre su próxima muerte (éxodo) que tendrá lugar en Jerusalén.
Fue entonces, cuando Pedro dice: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Con estas palabras Pedro quiere detener la historia y quedarse allí, quiere alcanzar la meta pero sin pasar por el camino de la cruz; y, como lo indica el evangelista Lucas, Pedro no sabía lo que decía.

Hoy en día, cuando muchos niños y niñas: -son golpeados por
la pobreza desde antes de nacer… -son víctimas de la prostitución,
pornografía, violencia y trabajo infantil… -viven abandonados
caminando por las calles… ¿podemos decir: qué bien estamos aquí?
Cuando muchos jóvenes viven desorientados y frustrados al recibir
una educación de baja calidad… sin oportunidades de progresar
ni de encontrar trabajo… ¿podemos decir: qué bien estamos aquí?
Cuando muchos hombres y mujeres son privados de sus tierras…
sobreviven con salarios de hambre… están sometidos a fríos cálculos
económicos… con dificultades para organizarse y defender
sus derechos… y al ser ancianos son abandonados y excluidos
del sistema consumista… ¿podemos decir: qué bien estamos aquí?
(Cf. Puebla, n.31-39; Santo Domingo, n.178; Aparecida, n.65 y 402).

Éste es mi Hijo, mi Elegido, escúchenlo
Jesús vino a este mundo para anunciar, con palabras y obras,
que el Reino de Dios y su justicia ya está en medio de nosotros.
Pero el anuncio de esta Buena Noticia le trajo muchos problemas.
En Nazaret sus propios paisanos intentan arrojarlo a un barranco.
Las autoridades religiosas le acusan de blasfemar… murmuran porque
acoge y come con pecadores… y le espían para tener de qué acusarlo.
Incluso, dentro de sus discípulos encontró muchas dificultades,
como sucede en el texto de la Transfiguración que estamos meditando.
Sin embargo, Dios Padre nos pide escuchar a Jesús, su Hijo amado.
Por eso, sigamos meditando en algunas de  las enseñanzas de Jesús
sobre los niños… jóvenes… adultos… y pongámoslas en práctica,
para construir una sociedad donde haya vida, verdad, justicia, paz...
Un día, le traen a Jesús unos niños para que los bendiga,
pero los discípulos los impiden. Entonces Jesús los llama y dice:
Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, 
porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Yo les aseguro: el que no recibe el Reino de Dios como un niño,
no entrará en él (Lc 18,15-17).
Tratándose de los jóvenes, la Buena Noticia es: Levantarse.
*Jesús toca el ataúd -en el que llevan a enterrar al hijo único de una
madre viuda- y dice: Joven, a ti te digo, levántate (Lc 7,11-17).
*En casa de Jairo, Jesús dice: No lloren, no ha muerto, está dormida.
Luego la toma de la mano y le ordena: Muchacha, levántate (8,49-56).
*En la parábola del Padre misericordioso, el hijo menor que vive
en la miseria, reflexiona y dice: Me levantaré y volveré a la casa 
de mi padre… Se levantó y volvió a la casa de su padre (Lc 15,11-32).
El programa que Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18s)
es Buena Noticia para todos los hombres y mujeres pobres, ciegos,
cautivos, oprimidos… Jesús no solo anuncia, lo pone en práctica.
Al respecto, recordemos la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan:
Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven,
los cojos andan, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida,
a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y felices aquellos
que no dudan de mí después de haberme visto (Lc 7,18-23).
Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica
(Lc 11,28), ellos podrán decir: Señor, ¡qué bien estamos aquí!
J. Castillo A.

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