miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mujer... Viuda... Pobre...


Domingo XXXII, Tiempo Ordinario, ciclo B
1Re 17,10-16  -  Heb 9,24-28  -  Mc 12,38-44

¡Cuidado con los maestros de la ley!
Cuando Jesús comenzó a enseñar en la sinagoga de Cafarnaún,
la gente se admiraba de su enseñanza, porque lo hacía con autoridad
y no como los maestros de la ley (Mc 1,22).
Estos maestros de la ley, llamados también escribas, doctores, letrados;
eran especialistas en el conocimiento y aplicación de la Ley de Dios.
Sin embargo -salvo raras excepciones- ellos y los fariseos
eran hipócritas porque enseñaban una cosa y hacían otra (Mt 23,1-3).
Pues bien, Jesús estando en Jerusalén denuncia una vez más
a los maestros de la ley por ser: arrogantes, corruptos, estafadores…
-Ellos andan con lujosos vestidos para diferenciarse de los demás.
-Buscan los saludos para ser reconocidos como superiores.
-Ocupan los primeros asientos en la sinagoga para ser visto por todos.
-Con su presencia en banquetes, aprueban las injusticias de los ricos.
-Y el peor delito que cometen es despojar de sus bienes
  a las viudas pobres, y para disimularlo hacen largas oraciones.
Ellos recibirán una sentencia más severa, dice Jesús.
Al respecto, recordemos lo siguiente: Quien obtiene ilegítimamente 
un lucro con el estipendio de la Misa, deber ser castigado
con una censura o con otra pena justa (CIC, n.1385, cf. n.947).

Muchos ricos dan de lo que les sobra
Hace veinte siglos, el emperador romano y sus legiones controlaban
el mundo entonces conocido, incluyendo el pequeño país de Palestina.
En Palestina, además, los terratenientes explotaban a los campesinos;
y los funcionarios de la religión -que tenían un corazón de piedra-
vivían ajenos al sufrimiento de su propia gente.
En Jerusalén, Jesús está sentado frente a las alcancías del templo
y observa cómo muchos ricos dan abundantes limosnas,
pero -como siempre- dan de lo que les sobra. Hoy sucede igual…
*¿Bastará recibir ciertas donaciones con los ojos vendados y decir:
no interesa de donde viene, lo que importa es cómo las invertimos?
*¿Se justifica amontonar riquezas para dar después lo que chorrea?:
Hoy vengo a decir que el chorreo (económico) ya es una realidad, 
ya comienza a llegar a los bolsillos de la gente (Lima, 28 julio 2005).
*¿Qué juicio merecen los empresarios que sobornan con una mano,
para obtener ganancias millonarias con la otra?:
A una empresa petrolera o empresa minera le resulta más barato
sobornar al gobierno -pagarle a alguien del gobierno un millón 
de dólares- que pagar el valor total del recurso natural 
-miles de millones de dólares-. De modo que, dándole dinero 
a un empleado del gobierno, con frecuencia de bajos ingresos, 
la empresa puede ahorrar cientos de millones de dólares. 
Si la responsabilidad del presidente ejecutivo de una empresa 
-frente a sus accionistas- es maximizar las ganancias, 
su obligación es hacer eso (Joseph Stiglitz. Lima, 18 dic. 2007).
Ante estas ‘costumbres perversas’ meditemos en el siguiente texto:
¡Oigan esto ustedes los ricos! ¡Lloren y griten por las desgracias 
que van a sufrir! Sus riquezas están podridas, sus ropas apolilladas,
su plata y su oro oxidados… (Santiago 5,1-6).

Esta pobre viuda ha dado todo lo que tenía
Una persona triplemente marginada por ser: mujer… viuda… y pobre,
se acerca a una de las trece alcancías y da dos monedas de poco valor.
Jesús, muy conmovido, llama a sus discípulos para que aprendan algo
que solo nos pueden enseñar las personas pobres, nadie más:
Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que todos los demás.
Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,
cuando un hombre pasa sed y agua nos da,
cuando el débil a su hermano fortalece:
Va Dios mismo en nuestro mismo caminar…
La viuda pobre ha dado al templo todo lo que tenía para vivir.
¿Y el templo y los funcionarios del culto, qué dan y qué hacen por
los preferidos de Dios: los forasteros, huérfanos y viudas? (Jer 7,1-7).
Si no se convierten, ese templo y religión serán destruidos (Mc 13,2).
La verdadera religión consiste en cuidar a los huérfanos y viudas,
y no mancharse con la corrupción de este mundo (Stgo 1,27).
J. Castillo A.

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