miércoles, 27 de febrero de 2019

Ver...Guiar... Dar frutos buenos

8º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 27,4-7  -  1Cor 15,54-58  -  Lc 6,39-45

   El zorro -al despedirse- le da al Principito el siguiente consejo:
Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos
El tiempo que perdiste con tu rosa es la que le hace tan importante
   ¿Vemos con el corazón y hacemos algo por los hermanos de Jesús:
hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos, encarcelados?

Saca primero el tronco que tienes en tu propio ojo
Otro mundo es posible desde la Buena Noticia anunciada por Jesús.
Se trata de cambiar nuestra sociedad, desde sus raíces,
siguiendo el ejemplo y las enseñanzas del Profeta de Nazaret, a saber:
-Acabar con la idolatría: del dinero, del poder, del prestigio.
-Ayudar a los pobres que viven solos, empobrecidos, maltratados,
  explotados… por empresarios, autoridades y personas privadas.
-Dar prioridad al trabajo digno, techo decoroso, tierra para trabajar.
-Salvar la vida de nuestra madre tierra, la Pacha mama.
-Cambiar nuestra manera de pensar y de vivir, es decir, convertirnos.
   Para cambiar la sociedad, debemos empezar por nosotros mismos:
   Cuando era joven, quería cambiar el mundo.
Al ver que era difícil cambiar el mundo, intenté cambiar mi país.
Cuando me di cuenta que no podía cambiar mi país,
empecé a concentrarme en mi pueblo.
No pude cambiar mi pueblo, y ya adulto intenté cambiar mi familia.
Ahora ya viejo, veo que lo único que puedo cambiar es a mí mismo.
   Y de pronto me doy cuenta que, 
si hace mucho tiempo me hubiera cambiado a mí mismo,
podría haber tenido un impacto en mi familia.
Mi familia y yo habríamos tenido un impacto en nuestro pueblo.
Su impacto podría haber cambiado nuestro país
y así podría haber cambiado el mundo (Autor anónimo).
   Jesús nos dice: Ustedes son la sal de la tierra, dando sabor…
Ustedes son la luz del mundo, haciendo buenas obras… (Mt 5,13-16).

Cada árbol se conoce por su fruto
   A orillas del lago y desde una barca, Jesús enseña a la gente:
¡Escuchen con atención! Salió un sembrador a sembrar.
Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino…
Otras cayeron entre las piedras, donde había poca tierra…
Otras semillas cayeron entre los espinos…
El resto cayó en buena tierra, dando abundante cosecha…
Y Jesús añadió: Los que tengan oídos, oigan (Mc 4,1-20).
   La semilla es la Palabra de Dios… El sembrador es Jesucristo,
que anunció el Evangelio en Palestina hace más de dos mil años,
y envió a sus discípulos a sembrarlo en el mundo.
En aquella parábola, Jesús anuncia que la Buena Noticia del Reino
llega a pesar de las dificultades del terreno, de las tensiones,
de los conflictos y de los problemas del mundo.
Jesús hace una advertencia: solo en el corazón bien dispuesto
germina la Palabra de Dios (Directorio General de Catequesis, 15).
   La semilla bien cultivada -convertida en árbol- dará frutos buenos:
Ayer planté una semilla / bien regada la dejé,
tal vez estará llorando / por lo mal que la traté.
Tal vez estará diciendo / me muero en la oscuridad,
si yo nací para la vida / ¿por qué me habrán de enterrar?
Para qué entrar en discusiones / ahora no puede entender,
mañana cuando sea un árbol / me lo sabrá agradece/.
Tal vez entonces comprenda / que para su bien la enterré,
que hay siempre una noche oscura / para cada amanecer.
La vida es un largo surco / que abrió la mano de Dios,
semillita sepultada / buscamos la luz del sol.
La espera a veces es larga / y larga la soledad,
y hasta tememos a veces / si solo habrá oscuridad.
   Jesús -el campesino de Nazaret- desde su experiencia nos dice:
Levanten los ojos y vean que los trigales están maduros para la siega.
Yo les he enviado a cosechar donde ustedes no han trabajado.
Otros trabajaron y ustedes se benefician de sus esfuerzos (Jn 4,35s).
   Recordemos lo que dijo el Papa en Puerto Maldonado (18/I/2019):
Amen esta tierra. Siéntanla suya. Huélanla, escúchenla,
maravíllense de ella. Enamórense de esta tierra, cuídenla, defiéndanla.
No la usen como un simple objeto descartable, sino como un tesoro
Debemos amar la tierra y cuidarla, pues ella nos alimenta.
J. Castillo A.

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