miércoles, 13 de marzo de 2019

Escuchar a Jesús, el Hijo de Dios

2º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Gen 15,5-12. 17-18  -  Flp 3,17--4,1  -  Lc 9,28b-36

   En un país -como el nuestro- con tantos millones de católicos:
¿Escuchamos los lamentos de niños, jóvenes y adultos maltratados?
¿Vemos sus rostros desnutridos, sufrientes, preocupados?
¿Qué hacemos por ellos? ¿Qué formación cristiana le ofrecemos?

Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
   A sus discípulos que “sueñan” con un Mesías poderoso,
Jesús les dice que será condenado a muerte y resucitará al tercer día.
Luego, para anunciarles la victoria de la vida sobre la muerte,
con Pedro, Santiago y Juan, Jesús sube a una montaña a orar.
   Durante el tiempo que Jesús ora, su rostro cambia de aspecto. 
Fue entonces cuando Pedro le dice: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Al decir esto, Pedro busca llegar a la meta sin pasar por la cruz,
dejando en la otra orilla a muchas personas que sufren injustamente.
*Cuando en el campo y en la ciudad hay niños y niñas que:
-son golpeados por la pobreza desde antes de nacer, 
-son víctimas de la prostitución, violencia y trabajo infantil,
-viven abandonados caminando por las calles…
estos niños y niñas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los jóvenes de la ciudad y de los barrios marginales:
-viven frustrados al recibir una educación de baja calidad,
-sin oportunidad de progresar ni de encontrar trabajo digno…
estos jóvenes, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los campesinos de la Sierra y los nativos de la Selva:
-son desalojados de la tierra donde han nacido,
-sobreviven con salarios miserables de hambre,
-están sometidos a fríos cálculos económicos,
-tienen dificultades para organizarse y defender sus derechos,
-y al ser ancianos son abandonados por el sistema consumista…
estas personas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
(Cf. Puebla, n.31-39; Santo Domingo, n.178; Aparecida, n.65 y 402).

Este es mi Hijo elegido, escúchenle
   Desde que Jesús se transfiguró en una montaña, la voz del Padre
nos dice: Este es mi Hijo elegido, escúchenle. Sin embargo,
-¿qué hemos hecho de las enseñanzas y obras de Jesús?
-¿bastará realizar ceremonias rutinarias solo por “cumplo-y-miento”?
-¿qué trato damos a los niños, a los jóvenes y a los adultos?
   Al respecto, reflexionemos en el ejemplo del Profeta de Nazaret.
*Un día, le traen a Jesús unos niños para que los bendiga,
pero los discípulos (que ya se creen “dueños” del Reino) se oponen.
Viendo esto, Jesús llama a sus seguidores y les dice:
Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan,
porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro, el que no recibe el Reino de Dios como un niño,
no podrá entrar en él (Lc 18,15-17).
   ¿Acogemos el Reino de Dios que está cerca de nosotros (Lc 10,9),
con la sencillez, la alegría, la ternura, la transparencia de los niños?
*En Naín, llevan a enterrar al hijo único de una madre viuda.
Jesús al ver a la madre, se compadece de ella y le dice: No llores.
Luego toca el ataúd y exclama: Joven, a ti te digo, levántate (Lc 7,11ss).
-A Jairo, Jesús de dice: Tu hija no ha muerto, está dormida; después,
tomándola de la mano, le ordena: Muchacha, levántate (8,49ss).
-En la parábola del padre misericordioso, el hijo menor reflexiona
y dice: Me levantaré y volveré a la casa de mi padre (Lc 15,11ss).
   Hoy, para construir una comunidad fraterna, debemos levantarnos,
salir y compartir nuestros bienes, como hacían los cristianos al inicio:
No había entre ellos ningún necesitado (Hch 4,34s).
*El programa que Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18s)
es Buena Noticia para hombres y mujeres pobres, ciegos, oprimidos.
Ahora bien, Jesús no solo enseña… pone en práctica su mensaje:
Vayan y digan a Juan el Bautista lo que han visto y oído:
los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,
los muertos vuelven a la vida, los pobres son evangelizados,
y felices los que no se escandalizan de mí (Lc 7,21-23).
    Mientras Jesús enseña, una mujer levanta la voz y le dice:
Feliz la madre que te dio a luz y te crió. Jesús le contesta:
Felices más bien quienes escuchan a Dios y le obedecen (Lc 11, 27).
   Para cambiar nuestra sociedad, hace falta convertirnos. Solo así,
podremos decir: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
J. Castillo A.

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